Copa América: Otamendi, el guardián rudo de la selección que resiste en la cancha y baila en la redes sociales
Es el único defensor que resistió el avance de la nueva generación en la Argentina y logró mantenerse; graduado con Guardiola en Manchester City, vive una segunda juventud a sus 33 años y es indispensable para Scaloni
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“¡Buen día! Vamos a entrenar. ¡'Tamo’ activo’!”. El plano selfie como norma, la música de Duki como religión. Y una rutina: antes en Manchester, desde hace un año en Lisboa, Nicolás Otamendi matiza su perfil de futbolista rudo con el de un muchacho de pantalones y remeras amplias que canta y se mueve en el asiento mientras maneja. Y se exhibe en las redes sociales: 2,7 millones de seguidores de su cuenta de Instagram (@nicolasotamendi30) pueden dar fe de eso. Este Otamendi es también el que se ríe, con una visera puesta al revés, mientras apura el asado en el cumpleaños de su amigo Messi, en la intimidad del predio de la AFA en Ezeiza. Y lo muestra, claro, a la vez que rechaza desde hace años uno tras otro los pedidos de entrevistas que se acumulan a su nombre en la agenda del jefe de prensa de la selección argentina. ¿Una contradicción? Más bien, un signo de estos tiempos: él elige qué mostrar, y es bastante, de su intimidad. Lo otro está a la vista: 76 partidos con la camiseta argentina le otorgan una autoridad que lo erigen como un líder de la puerta para adentro del vestuario.
A sus 33 años, Otamendi forma, junto a Messi, Agüero y Di María, el equipo de la vieja guardia. A diferencia de los otros tres, no tiene grandes goles que mostrar (cuatro desde que debutó en mayo de 2009, en un 3-1 a Panamá en la cancha de Colón, con Diego Maradona como entrenador). Lo suyo siempre fue la fiereza competitiva: esa mente concentrada en el objetivo, que lo mantenía enfocado mientras las horas de su adolescencia pasaban lentas arriba de los colectivos, yendo y viniendo desde El Talar de Pacheco hasta el predio de Vélez, en Ituzaingó, con un sánguche en la mochila.
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Esa cabeza, en el sentido más literal, le sacó brillo a la pelota en un duelo de colosos con Luis Suárez en las alturas de Brasilia, en esta Copa América. Esa noche quedaron resumidas las razones que Otamendi les ofreció a los sucesivos entrenadores de la selección para estar siempre en primera fila, de Maradona para acá. Seis mano a mano disputó contra el 9 uruguayo, por arriba y por abajo: ganó cinco. En el medio, forcejearon, discutieron, se dieron duro. Él se fue de la cancha a su estilo, en silencio, mientras la TV se quedaba con Messi, claro, la gran figura del triunfo. Scaloni leía la planilla de su defensor preferido y denotaba satisfacción: aunque las críticas no suelen estar de su lado, el 19 le daba la razón. Otra vez.
De los 15 partidos oficiales que lleva el ciclo del técnico actual, Otamendi solo faltó a dos: en uno estaba suspendido (ante Chile, en las eliminatorias) y en el otro gozó de un descanso (frente a Paraguay, el lunes pasado). Aparentemente amenazada por la nueva generación, su posición en realidad no corre riesgos en la cabeza del DT. En este último tiempo rotaron sus compañeros de dupla: Pezzella, Foyth, Martínez Quarta y Cuti Romero se alternaron a su lado. Ni siquiera su perfil, más incómodo por ser derecho, lo quitó del medio, aunque cada tanto aparezcan en el plantel centrales zurdos como Funes Mori, Lisandro Martínez o Palomino.
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¿Por qué se mantiene, aunque sus mejores años hayan pasado? “Jerarquía”, responden a LA NACION, con simpleza, alrededor de Scaloni. El roce y la experiencia de Otamendi, con dos mundiales, dos eliminatorias y cuatro Copas América como titular, son dos intangibles que siguen cotizando en alto, mientras otros de su generación -como Mercado y Rojo- fueron quedando en el camino. “Yo pensaba que vegano es cuando hace calor en Francia”, se desmarca él de cualquier análisis futbolístico, si alguien intenta arrancarle una declaración de su cuenta de TikTok.
Reinventarse para sobrevivir
En el último verano europeo, este defensor al que los jugadores de Real Madrid alguna vez bautizaron como “Hostiamendi” por su dureza para marcar, se vio obligado a reinventarse. Manchester City había exprimido durante cinco temporadas los 44 millones de euros que pagó por su pase a mediados de 2015 y le abrió la puerta de salida. Con Guardiola se graduó: en el ADN del catalán está la obligación de conducir la pelota con coraje y determinación aunque uno sea el último defensor. Y él, más habituado a los despejes, se perfeccionó en ese rol aunque nunca haya sido su punto alto. En su despedida de los citizens se llevó dos títulos de Premier League, cuatro de la Copa de la Liga, dos de Community Shield y uno de FA Cup. Y las palabras de Guardiola: “Es el mayor competidor que conocí en mi vida”, lo elogió en el medio de ese viaje.
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La decisión no fue sencilla. De todas las ofertas que aparecieron en la mesa de su agencia de representación, eligió la más arriesgada: irse a Benfica, un rival a ultranza de Porto, el club del que Otamendi se había despedido como ídolo en 2014 para irse a Valencia. En tres años y medio había ganado tres ligas y miles de batallas. A su regreso a Portugal, consiguió lo más difícil: que los hinchas de los dos clubes se unieran, aunque en su contra. “Traidor” fue lo más suave que le dijeron. Otra vez, Otamendi puso a jugar su cabeza: resistió y ganó, incluso a pesar de una temporada mala de Benfica, que no levantó ningún trofeo pese a una inversión enorme en refuerzos (por él pagó 15 millones de euros).
Hay una fecha: 23 de diciembre. Esa noche, Porto le ganó la Supercopa a Benfica. Pero él se ganó a los hinchas en ese partido. Jugó el clásico como si hubiera sido siempre de Benfica. Desde entonces, se terminaron las críticas. Lo mismo entendió Jorge Jesús, el entrenador, que dio un paso más y le entregó la capitanía 11 veces. Cuando terminó la temporada y Otamendi se subió a un avión para jugar la Copa América, se vino con la música de Duki y la de esos mismos hinchas de Benfica, que habían cambiado la canción: quieren que vuelva.
¿Y él? Le da like a un posteo de su amigo De Paul, renueva la yerba y arranca otra sesión de mates. Que los demás sigan hablando.
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