Copa Libertadores: Barros Schelotto pone en juego su estirpe copera para ganarse a los hinchas de Boca
No hace falta consultar a los hinchas, uno por uno, acerca de qué opinan de la labor de Guillermo Barros Schelotto al frente de Boca. La Bombonera, dicen, muchas veces habla. Incluso, en esos momentos previos a un partido en los que no hay tanto ruido ensordecedor. Cuando la voz del estadio nombra con énfasis al entrenador, en las tribunas no se rompen las manos ni el estadio se viene abajo al grito de "¡Guilleeermooo!", tan habitual en su época de jugador.
Entonces, la deducción es inmediata: algo de ese amor que existía, se rompió a través de las repetidas decepciones del ciclo. Ni siquiera el bicampeonato doméstico obtenido le alcanza al Mellizo para ser el centro de un eterno agradecimiento. Porque es Boca y exige más: la Copa Libertadores es la obsesión permanente. Y ahora no solo tiene por delante la final, sino que además será ante River: 180 minutos en los que puede apagar las críticas, dar vuelta la ecuación en cuanto al poco reconocimiento que recibe desde las tribunas y reivindicarse en una etapa como director técnico al que le faltó, hasta aquí, el gran salto de calidad.
"Quiero que llegue el sábado y jugar. Uno puede analizar, estudiar, trabajar y todo pero hay que jugarlo el sábado no antes", dijo ayer Barros Schelotto en declaraciones a radio La Red. Y agregó: "He vivido momentos increíbles como fueron ganar las finales del mundo ante Real Madrid o Milan, o también perderla con Bayern Munich. Pero uno trata de ser igual que ahora. Gane o pierda en cancha de River, uno intentará ser el mismo con un título o no. La final de la Libertadores es el objetivo máximo de cualquier entrenador en Sudamérica. Y sumado a que está River..." La frase explica por sí sola el momento del DT.
Las lágrimas de emoción que inundaron la Bombonera en la noche del doblete agónico de Darío Benedetto a Palmeiras, en el primer desquite de la semifinal, dejó en claro no solo que el hincha necesitaba con urgencia esa sensación de volver a estar tan cerca de la séptima conquista de la historia sino que además expuso una grata sorpresa: la llegada a la final fue inesperada para casi todo el Mundo Boca, que en la etapa de grupos había sufrido con la pobre labor.
Y Guillermo sabe lo que se juega: porque los hinchas no tenían muchas expectativas en él: jamás se cantó el clásico "que de la mano, de los Mellizos…", algo que sí ocurrió con Carlos Tevez, un jugador que causó enojos cuando dejó el club para irse detrás de los millones de dólares que le ofreció el fútbol chino. Aunque ahora tanto ellos como los críticos del técnico deben asumir que si Boca llegó a esta última instancia del certamen continental, mucho mérito tiene el Mellizo. Él fue quien cambió su propio chip y el de sus hombres, formando un nuevo modelo que entendió al máximo cada déficit y cada virtud propia.
Porque ya no apuesta a jugar tan velozmente, decidió proteger los espacios defensivos con mayor cuidado, ajustó la formación al roce de cada encuentro y es menos ofensivo: no porque no quiera, sino porque entendió que su poder de fuego es efectivo pese a las pocas oportunidades. La formación tiene sus fallas también, claro. Pero Barros Schelotto cambió varias cosas a tiempo para poder ser visto con otros ojos.
Incluso de muchos dirigentes que en las últimas semanas le habían soltado la mano. La sentencia por parte de ellos era clara: "Pase lo que pase, se le termina el contrato", largaron algunas fuentes tras la eliminación del xeneize ante Gimnasia, en la Copa Argentina, previo a jugar con Cruzeiro en Belo Horizonte. Aquella caída imprevista generó un ambiente de desconfianza y desánimo muy grande de cara a los cruces directos y al viaje a Brasil, pero lo supieron revertir. Por eso es que en el superclásico copero, Guillermo estará también ante la chance de ganarle la pulseada a quienes tenían poca fe.
¿Y si termina siendo campeón? Aunque cada vez son más fuertes los rumores que indican que el Mellizo dejaría la institución de la Ribera aún ganando la Libertadores, no sería extraño que muchos dirigentes apoyen su continuidad. Pero no será un resultado más, por eso hasta el presidente Daniel Angelici es cauto: "En diciembre haremos una evaluación de todo su trabajo".
Ganar esta final histórica haría olvidar no solo la derrota ante River en la Supercopa Argentina sino también el combo formado por la eliminación con Independiente del Valle en la Copa 2016, las eliminaciones de la Copa Argentina en manos de Rosario Central –en las ediciones 2016 y 2017– y Gimnasia, no haber disputado certámenes internacionales el año pasado y tampoco haber podido imponerse en ninguno de los tres superclásicos que se jugaron en la Bombonera desde que asumió como técnico (0-0 en 2016 y derrotas 3-1 en 2017 y 2-0 en 2018).
Todas "finales", más allá del calibre de una u otra competencia, en las que sus hombres no dieron la talla. Por eso es que supo existir un considerable agotamiento hacia los Mellizos por parte de los hinchas: consideraban que los jugadores nunca daban el máximo en aquellos encuentros definitorios en los que siempre se necesita un plus, además de que el equipo no jugaba bien. Esa especie de título también persiguió a Guillermo en los más de dos años y medio en el cargo, pero puede terminar con todo eso. Si pierde la final, volverá a ser castigado, aún con más fiereza. Pero si le permite a Boca levantar el trofeo más preciado del continente en el estadio Monumental, ante el público de su clásico rival, habría ganado la final de todas las finales.
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