Daniele De Rossi en Boca, una excepción que confirma las penurias cotidianas
Un puñado de partidos de copas continentales a contramano del calendario, un comienzo de Superliga con cambios de reglamento a última hora y la inédita llegada de un campeón del mundo europeo a nuestro fútbol. Los desaguisados, la desprolijidad y lo excepcional se han conjugado en la primera semana de actividad de la temporada. Lo curioso es que así como las cuestiones organizativas –de fondo– ya no nos inquietan tanto y las vivimos cada vez con más naturalidad, el hecho aislado del aterrizaje de Daniele De Rossi en Boca sí que ha logrado alterar el pulso de lo cotidiano.
No debería ser la norma que un ciclo futbolístico empiece con los octavos de final de una competición. Básicamente, porque el nivel de exigencia no condice con el proceso gradual de la puesta en marcha que debe pasar cualquier equipo que sale de una pretemporada. Pero el formato actual de la Copa Libertadores y la Sudamericana obliga a adaptarse, y en ese sentido, los conjuntos argentinos han salido bien parados de la coyuntura. Todos fueron competitivos, todos lograron resultados que los mantienen en carrera.
Se ha visto muy mejorado a San Lorenzo, que hizo buenas incorporaciones; estuvo a la altura Godoy Cruz ante un potencial candidato como Palmeiras; entregó señales positivas el Independiente de Sebastián Beccacece; mostró River la solvencia que le da la estabilidad y Boca enseñó el orden táctico y el control que pregona su técnico Gustavo Alfaro hasta terminar ganando su encuentro en Brasil.
El comienzo auspicioso, sin embargo, quedó relegado por el arribo de De Rossi, un fichaje que a casi nadie deja indiferente.
Existe en el fútbol argentino la tendencia a buscar líderes futbolísticos y espirituales para nutrir los planteles. Ahí están los casos de Diego Milito, Lisandro López, Maxi Rodríguez o Leonardo Ponzio, por citar algunos. Todo tiene su explicación. La exportación masiva de jugadores de edad intermedia reduce el número de referentes que marquen el termómetro interno, que colaboren con el entrenador para guiar a los más chicos. En un vestuario se necesita armonía. No todos cuentan con las facultades psicológicas en orden y hacen falta futbolistas con trayectoria y personalidad cuyo ejemplo sirva como norma de comportamiento. Nicolás Burdisso es un defensor de esos preceptos. Nació en Boca, conoció el tiempo en los que en cada grupo había cuatro o cinco líderes de presencia imponente, y se me ocurre que esa es una de las razones por las que se empeñó en que De Rossi, a quien conoce muy bien, se sumara a su proyecto.
El volante italiano ha sido un fantástico jugador. Desconocemos su actual estado futbolístico pero no podemos dudar de su carácter ni de su compromiso porque fueron el sello distintivo de su carrera. En ese sentido estoy convencido que no vino a pasear, darse un gusto y nada más. Querrá darle un final feliz a su carrera; aportar su presencia y su palabra en el vestuario también formará parte de ese cierre.
Ahora bien, soy escéptico en pensar que este tipo de futbolistas bastan para ganar partidos definitorios. Para un gran jugador, el carácter es un plus, pero no creo que sea un factor que incline la balanza si no se juega bien. Este tipo de simbolismos ha ganado terreno en los últimos tiempos y da la sensación que con ellos se puede prescindir del juego. Me parece una subestimación equivocada. Siempre los grandes líderes han sido importantes en los grandes equipos y la clave en Boca es que todavía no se descifra su identidad, su estilo, y sin esto cualquier liderazgo será menos eficaz.
Cabe preguntarse también cuál puede ser el aporte de De Rossi en la cancha, cómo está para jugar o si Boca realmente lo necesita. Las respuestas están en él mismo y, por supuesto, en Alfaro. El volante romano llega a un plantel rico. La incorporación de Mac Allister permite armar un circuito de juego creativo junto a Bebelo Reynoso donde no solo se cumplan obligaciones sino que produzca un fútbol de más vuelo, pero habrá que ver cuál es el pensamiento del entrenador. De Rossi puede ser un mediocampista de llegada al vacío, porque interpreta bien el juego y en un equipo dominante que no le exija grandes recorridos podría convivir con Marcone y transformarse en un 8 con llegada al área. O formar un doble 5 que haga coberturas más posicionales.
Su presencia, en todo caso, le añade interés a la Superliga, aunque se me ocurre difícil que sea suficiente para elevar el nivel general. El campeonato de los domingos tiene demasiados enemigos en la Argentina, y sin proponérselo, la Copa Libertadores es uno de los más importantes. Los títulos internacionales equivalen hoy a un número indeterminado de conquistas locales, son codiciados hasta la obsesión por todos los protagonistas del fútbol, hinchas incluidos. Acaban provocando cierto desinterés por lo que ocurre los fines de semana.
La competencia nacional ha perdido valor y es una pena, porque en ella los detalles y lo circunstancial son menos decisivos. Es ahí donde mejor pueden medirse las virtudes del juego de un equipo, ese bien innegociable que nunca podrá ser reemplazado a base de carácter, personalidad y liderazgo.
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