Euforia, incredulidad, dolor: así vivieron la final los hinchas de River que no estuvieron en Lima
Golpes a las mesas, manos a la cabeza, lágrimas sueltas desparramadas, llantos intensos, abrazos de consuelo, cabezas gachas, miradas al cielo y mucha bronca y tristeza. En tan solo tres minutos, el clima en el Monumental mutó de una ferviente expectativa ante un festejo que parecía acercarse a una brutal incredulidad que luego se transformó en profundo dolor. Tan real como inexplicable, la derrota por 2-1 de River sobre Flamengo, que le quitó la posibilidad de conseguir su quinta Copa Libertadores, descolocó a todos los hinchas que se reunieron en el club para vivir una tarde especial. Y, seguramente, la gran mayoría todavía no le encuentra razón a lo sucedido.
La tarde empezó con quejas y fastidios por las demoras antes de ingresar: los socios debieron hacer una larga fila de entre 20 y 30 minutos para poder pasar al estadio, previo control de carnet y DNI. Pero, más allá de eso, dos horas antes del inicio del partido ya se empezó a sentir el clima habitual antes de una final: la confitería rebalsaba, sin mellas ni sillas disponibles, por lo que los que llegaban más sobre la hora comenzaron a ubicarse donde pudieron.
Tal como ocurrió ante Boca, el club también dispuso una pantalla gigante en el playón, justo al lado del hall por el que se ingresa a la platea San Martín. Allí, hubo banderas colgadas, asientos improvisados (sillas de la confitería, reposeras, refrigeradoras y hasta bancos de las canchas de handball y tenis que están detrás del estadio), cantitos constantes, el buffet habitual de los días de partido y muchos fanáticos que vieron el encuentro de pie.
Aunque el rival imponía respeto, la ilusión de los alrededor de cuatro mil hinchas millonarios que se acercaron al Monumental estaba intacta. No había estadísticas o favoritismos que pudiera frenar la esperanza de poder conquistar un nuevo título continental. "Muñeeeco, Muñeeeco", gritaron a coro cuando Marcelo Gallardo apareció en las pantallas al ingresar los equipos al terreno de juego. Y el primer tiempo fue puro furor. Tan rápido como soñado, River se puso en ventaja y el gol de Rafael Borré hizo explotar las gargantas de felicidad. Pero el Monumental pudo disfrutar solo de unos minutos de euforia, porque la tensión se sentía en el aire: a los pocos minutos, ya no había más uñas por comer.
Entre cánticos aislados, insultos al aire ante ocasiones desperdiciadas o decisiones del árbitro y aplausos constantes a cada jugador que intervenía en el juego, el cronómetro corrió hasta un entretiempo en el que el hincha sintió que su equipo había jugado la final como debía. Enzo Pérez, Exequiel Palacios y Javier Pinola se llevaron gran parte de los halagos y la sensación general era de seguridad absoluta. Aunque, más allá de eso, no eran pocos los que sentían que el resultado era corto por el trámite del juego. "Podríamos haber hecho el segundo, los controlamos y ellos ni nos atacaron", era el concepto más repetido entre los fanáticos.
Llegó la segunda parte y comenzaron los instantes más tensos del juego. El cronómetro parecía no moverse para los hinchas, que intentaban aferrarse a cualquier cábala para resistir: mantener los asientos tal como en el primer tiempo, gritar diferentes palabras para intentar llevarle mala suerte a los ataques rivales, darse vuelta o agachar la cabeza ante cada situación de peligro en el área de Armani. De todo para sobrevivir.
Pero el fútbol es un deporte que puede hacer cambiar las emociones en cuestión de segundos. Y hoy River lo sufrió en carne propia. El catastrófico error de Lucas Pratto que derivó en el empate 1-1 de Gabriel Barbosa fue el primer baldazo de agua congelada: muchos hinchas ya se tomaban la cabeza cuando el delantero perdió la pelota y le ofreció a Flamengo el contragolpe letal. Y, luego, el 2-1 terminó siendo el golpe de knock-out para un público que ya empezaba a presentir el fatídico final.
"No puede ser, no puedo creerlo. Que se escape así, con dos errores, después de estar 88 minutos siendo superiores", le dice un hincha a otro, que todavía sigue en shock y no puede levantarse de su asiento. "Nunca me imaginé que podíamos perder de esta forma", le atina a decir, todavía consternado por los dos goles del equipo brasilero.
El pitazo final generó sensaciones encontradas. Instantáneamente, salvo algún insulto aislado, hubo una mayoría de sentidos aplausos para un equipo que se sostiene en lo más alto del plano internacional hace más de cinco años. Y, a los pocos minutos, la gran mayoría empezó a emprender el regreso a casa casi sin hablar. Nadie buscaba entender ni explicar el insólito partido que se escapó en tres minutos. Ya no había ni ganas ni fuerzas para hacerlo. El dolor hoy está a flor de piel y promete necesitar un largo tiempo para sanar.
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