De lámparas mágicas y alfombras voladoras
ABU DHABI.- La primera impresión llega como un shock. Es violenta. No se entiende la estructura ni bien qué pasa por los pasillos del aeropuerto local hasta que se desemboca en un hall de techo cóncavo que recuerda al Planetario, en Buenos Aires. Claro que éste es más grande, inmenso, decorado con azulejos azules y figuras. Vale la pena quedarse un rato largo mirándolo, mientras pasa por al lado gente con túnicas y turbantes. A unas pocas mujeres apenas se les ven los ojos.
Las autoridades siguen los movimientos de los extranjeros con caras rígidas. Devuelven el saludo con frialdad, casi ni separan los labios. Sólo se dibuja una mínima sonrisa cuando el funcionario de migraciones, pasaporte del Mercosur del cronista en mano, consulta: "Señor, ¿usted es ucraniano??"
El 80 por ciento de los 860.000 habitantes de la capital de los Emiratos Arabes Unidos son extranjeros, en su mayoría paquistaníes, indios y filipinos. Se advierte en la apariencia, las formas, los ademanes y el idioma. Hay un trato hospitalario y paciente. Comunicarse no es tan fácil: casi todos hablan inglés, pero cada uno con su acento y modismos. Algunos se expresan con frases bastante cerradas, encriptadas; las susurran y suelen no repetirlas. Al oído le cuesta acostumbrarse.
Los inconvenientes financieros en Abu Dhabi y en Dubai no aceleraron el ritmo de vida ni causaron grandes conmociones ni corridas. Los árboles y los edificios siguen adornados con guirnaldas de luces. El color resplandece en las principales avenidas, Corniche Road, por caso. Sobresale un número, el 38, que hace referencia al aniversario de la fundación de los emiratos, el 2 de diciembre de 1971. Dicen que la semana pasada el cielo se iluminó como nunca por el festejo. Fue una pena no haber estado ahí.
Pese a la belleza del lugar, hay poca gente caminando. Por ahora, el viento y la arena que vuela son un obstáculo más que se suma al cansancio y la resolana. El parque automotor es de último modelo, entre camionetas 4x4 y autos grandes. No quedan coches destartalados. A lo sumo se ve algún taxi "con algún kilómetro de más". Las torres más modernas contrastan con impecables construcciones arábigas, esas de arcadas y aberturas que recuerdan aquellos cuentos de la biblioteca infantil; libros de tapa dura que desataban el nudo de la imaginación con apenas un par de frases. Se cierran los ojos y parece que en cualquier momento se encontrará una lámpara mágica; o, tal vez, sólo si se mira bien, en el cielo se ondulará alguna alfombra voladora?
Lo único que irrita la vista son las siete horas de diferencia y una primera noche de vigilia. No importa. El sueño ya vendrá. Fue la primera de 13. Esas que, seguramente, parecerán las mil y una.
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