El ídolo sube al ring: Riquelme quiere volver como dirigente a pensar el juego, pero ya sin la pelota bajo su suela
Esteban Miguel Baglieto, presidente fundacional en 1905 y titular en los primeros amistosos, fue el primer dirigente-jugador en la historia de Boca. Miembro de una humilde familia genovesa de nueve hijos, Baglieto, cuenta la historia oficial, atajó en el primer partido: triunfo 4-0 ante Mariano Moreno. Y fue defensor en los cuatro cotejos siguientes. Los otros cuatro socios fundadores también participaron del debut. Santiago Sana y Alfredo Scarpati (secretario). Y los hermanos Juan y Teodoro Farenga (capitán general y tesorero, respectivamente), que además marcaron goles. Todo era así un siglo atrás. Empleados veinteañeros, amigos de barrio, estudiantes, comerciantes, laburantes que se juntaban, fundaban clubes, elegían nombres y colores, buscaban terrenos, cortaban el césped y regalaban su tiempo y también su dinero al club. Y jugaban.
Leopoldo Bard ni siquiera llegaba a los 20 años cuando a comienzos del siglo pasado se convirtió en fundador, capitán y presidente de River. Ya estudiaba medicina y militaba en la Unión Cívica Radical (UCR) de la mano de Hipólito Yrigoyen. Fue presidente de bloque en Diputados, impulsó leyes de divorcio, emancipación civil de la mujer, derecho al sufragio femenino, derechos laborales y nacionalización del petróleo. Fue encarcelado y sufrió tortura tras el golpe militar de 1930. Su domicilio fue robado e incendiado. Absuelto, fue médico, docente, conferencista y escritor. Y funcionario en el primer gobierno de Juan Domingo Perón. Atendió heridos de la Semana Trágica de 1919 y pidió clemencia a Estados Unidos para Sacco y Vanzetti. En Estudiantes de La Plata Jorge Hirschi fue figura del equipo que ascendió en 1911 y que ganó el primer campeonato de 1913. Ya presidente del club, Hirschi hasta desmanteló rieles del tranvía para ampliar terrenos en el estadio de 57 y 1. Allí acaba de ser inaugurado el estadio siglo 21 que mantiene su nombre. Gestión de Juan Sebastián Verón, también él jugador-presidente, pero ya de la nueva era.
Un siglo atrás había más pasión que negocio. Los vínculos eran apenas barriales. No había derechos exclusivos de TV ni tampoco prensa que inflara intereses o ganara favores. O que hiciera del periodismo una tarea de relacionamiento público. Hoy, claro, todo cambió. No puede ser lo mismo Bard que Daniel Passarella. Ni Hirschi que Verón. Ni Baglieto que Juan Román Riquelme. Rivales electorales y demás críticos le cuestionan estos días a Román que, como ídolo, haya decidido "embarrarse" en las luchas políticas del club. Es el discurso que pretende al ídolo-dirigente como prenda de unidad. O como símbolo (el caso de Javier Zanetti, vicepresidente de Inter). Los ídolos, es cierto, gozan de un estatus especial. Casi inmaculados. En sus tiempos de ícono global de la NBA, Michael Jordan hasta rechazó cuestionar a un candidato abiertamente racista porque temió perder compradores de sus zapatillas Nike. Fue la contracara de Muhammad Alí, amado en su ocaso, pero odiado por buena parte de Estados Unidos cuando era campeón mundial porque él, negro, arrogante y musulmán, tuvo el coraje de negarse a combatir en Vietnam.
Riquelme no es Diego Maradona. No insultó a George Bush ni al Papa ni a la FIFA. Pero, aún mucho menos expansivo, Román es consciente de su capacidad de daño. Productor de sus propias entrevistas, Riquelme es un divo que no tiene desesperación por las cámaras. Y es controlador, como cuando jugaba. El escritor Martín Kohan ironizó una vez que Román tenía siempre todo bajo el radar, desde su pase-gol a Martín Palermo hasta la ubicación del heladero en la segunda bandeja. Riquelme entiende del juego como pocos. Y es vivo. A diferencia de Passarella, dice que primero quiere aprender para luego, eventualmente, pensarse algún día como presidente del club. Fue duro y fue Topo Gigio cuando discutió contrato (algo lógico en una puja salarial jugador-dirigente). Pero fue también difícil cuando algún técnico quiso imponerle otra disciplina a su libertad. Por eso, afrontará un desafío como dirigente si triunfa el candidato opositor Jorge Ameal, cuya presidencia de 2008 a 2011 no fue precisamente brillante.
El presidente saliente Daniel Angelici, que semanas atrás le ofrecía casi todo, ahora ve al ídolo divisorio, mentiroso, mitómano e hincha de Tigre. Sucesor de Mauricio Macri, Angelici lidera una dirigencia que alineó a Boca políticamente como nunca antes. Que sabe de operaciones políticas, mediáticas y hasta judiciales. Que conoce a la barra que no grita por el crack. Por eso causa cierto pudor cuando imputa a Riquelme por falta de ética. Y que luce cada vez más nerviosa ante la posibilidad de quedarse sin el club que manejó durante el último cuarto de siglo, bajo estilo gerenciado, pletórico de campeonatos primero y económicamente fuerte luego, pero ahora seco de títulos internacionales, una cuenta acaso injusta, pero pesada cuando se venden éxitos y cuya deuda se agranda a la hora del desgaste inevitable y encima está enfrente el River de Marcelo Gallardo. El Román-jugador le dio a Boca todos los trofeos. El Riquelme-dirigente quiere volver. A pensar el juego. Pero ya sin la pelota bajo su suela.
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