Punto de vista. El terror cotidiano del ascenso
Por Andrés Prestileo De nuestra Redacción
Un pedazo de tablón vuela con furia por encima de un alambrado y hace centro en la sien de un futbolista. El muchacho, herido, no puede seguir jugando y el partido se suspende; telón para otro acto en la antología negra de nuestro fútbol. El pequeño cuento, reeditado con periodicidad puntual, se asignó ayer el nombre de Mauro Amato, de Sarmiento, como víctima de turno, y el de algún francotirador parapetado entre el anonimato de la hinchada de Atlanta.
Venimos a enterarnos del episodio por la convergencia de varias causas: era un partido decisivo para subir de categoría, jugaban equipos con su buena porción de popularidad y el cotejo se emitía por televisión. Pero el ascenso, un universo misterioso para buena parte del público de fútbol, depara muchos más hechos infelices que los que suelen hacer ruido en la superficie pública.
El trabajo de Fernando Cinto es jugar al fútbol. Lo hacía en Almirante Brown, un cuadro de la primera B arraigado en Isidro Casanova, que luchaba también por un lugar en una división superior. Hace una semana, su equipo tuvo la mala idea de perder el primer partido de una serie ante Tristán Suárez. El viernes último, una contrariada delegación de barrabravas visitó la concentración del conjunto del Oeste, para hacerle conocer al plantel su disgusto por el resultado y conminar a los jugadores a ganar la revancha. Para rubricar su fascineroso mensaje, los visitantes zamarrearon con particular gusto a Cinto. Harto de tener que soportar una vejación tan insólita como repetida, el jugador decidió dejar el club.
La entusiasta inyección anímica de los barras no prosperó, porque Almirante quedó en el camino. Tiempo atrás, Cinto había sufrido una agresión parecida; Hilario Bravi, entonces y ahora técnico de Almirante, lo convenció para volver. Ayer, ya ni Bravi soportó ser el muñeco de trapo de un puñado de maleantes y se fue por la misma puerta que el jugador.
¿Será posible imaginar con cuántas historias así convivirá el ascenso? Sin el amparo de los grandes focos, sus víctimas sólo pueden resignarse y buscar lugar en algún hueco descuidado por la intolerancia bestial. Sus victimarios, tranquilos, seguirán moviéndose a sus anchas.
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