El tramposo de Marcelo Bielsa
No es común que José Pekerman rompa su tono monocorde, pero aquel mediodía explotó. La situación lo indignaba. La charla, en 2001, recorría la actualidad del fútbol argentino, y el por entonces entrenador de los seleccionados juveniles reclamaba decencia y sinceridad para intentar oxigenar a un enfermo que entregaba peligrosas señales de descomposición. Relataba entonces, quizá con una candidez que incluso admitía, que soñaba con ese día en el que un delantero, por ejemplo, tras recibir en el área una falta inexistente, le aclarara al desconcertado árbitro que no había sido penal. Claro, Pekerman desdeña la trampa.
Llegó el día. Con matices en la acción, pero el día llegó. Marcelo Bielsa desprecia la ventaja, los atajos, la mala intención. Cuando el rosario todavía dirigía a la selección, cierto día los medios le apuntamos un error arbitral que, supuestamente, había perjudicado a su equipo. La consulta, naturalmente, buscaba que Bielsa descargase culpas en el juez. Pero solo se escuchó de él una declaración de principios, ya que Bielsa respondió que moralmente no estaba autorizado a quejarse cuando en un partido anterior no había corregido que un gol de la Argentina había sido con la mano. Es verdad, se refería a un tanto que Mauricio Pochettino le había señalado a José Luis Chilavert en octubre de 2001, empujando la pelota con su brazo. Aquel partido por las eliminatorias, camino al Mundial de Corea-Japón 2002, terminó 2-2 con Paraguay. Y Bielsa siempre se reprochó no haber intervenido y sí haberse entregado al cálido sopor de la trampa.
Bielsa, muchos años después, acaba de sanar su vergüenza. O al menos, darle algunos puntos de sutura. Para muchos, quizá Bielsa sea un estúpido. Si su Leeds sostenía la victoria 1-0 ante Aston Villa en los 18 minutos finales, la remota posibilidad de conseguir el ascenso directo a la Premier League hubiese seguido encendida, El empate la pulverizó al instante. "Nada humilla más que perder por gil, que el rival te gane por más pillo", aceptaba el ‘Mariscal’ Roberto Perfumo, un hombre con una sensibilidad especial para interpretar los códigos del fútbol. Nuestra decrepita sociedad futbolera ha entronizado una frase: "El fútbol es para los vivos". Y no se les cae ni una pizca de vergüenza a todos aquellos que lo afirman. Como si encontraran un espaldarazo de la impunidad. Quizás no haya expresión que mejor nos retrate. Ahora, preguntarse si Bielsa estuvo bien o mal, nos examina más a nosotros que a la actitud del entrenador.
Hay un ejemplo paradigmático: Diego Maradona reivindicó su Mano de Dios. Es más, a esa acción ilegal le agregó premeditación en las explicaciones que llegaron con los años: "Realmente lo quise hacer con la mano y nunca me arrepentí por esto. Mis compañeros me vinieron a abrazar, pero como diciendo ‘estamos robando’. Pero yo les dije: el que le roba a un ladrón tiene cien años de perdón". Las palabras acentuaron la indignación en Inglaterra, pero ya no por la derrota en los cuartos de final de México '86, sino por la exaltación del delito. Aquí, a Maradona, le ha permitido blindar su veneración.
El rigor ético de Bielsa, siempre saludable como mensaje social, acaba de entregar un gesto que quedará en el recuerdo. Mucho más que cualquier título, si es que alguna vez vuelve a ganar alguno. Justo en Inglaterra ha sucedido algo anormal, esperable de un ‘inadaptado social’ como Bielsa. El día que soñó Pekerman, llegó.