Empate de oro: Racing, puro corazón, mantuvo a distancia a River
Igualó 1-1 y conservó los cinco puntos de ventaja sobre su escolta; en Avellaneda se festejó porque ya se vive la antesala del título. El partido, minuto a minuto
Es la fiesta de los sentidos ese cilindro de Avellaneda que se estremece por obra de lo que es capaz la fuerza del sentimiento. Hay un anhelo largamente postergado que está a punto de clausurar décadas de frustración, de penurias, de desventuras. De las deportivas y de las institucionales. Es la felicidad del que nunca se cansó de esperarla. Porque la ilusión, en el fútbol, sobrevive a todo; a las épocas, a las modas, a los hombres. El corazón del hincha de Racing se expande como una estampida, explota como ese zambombazo de Bedoya para el empate, lleno de fuerza, de convencimiento, de orgullo. Equipo y pueblo unido, abrazado a la noble causa de que para los sufridos también hay una salida, el pozo no es infinito y existe el paraíso de las emociones. Que campeón no son siempre los demás, sino que también el destino puede acordarse de ellos, jugadores e hinchas de Racing, que se cuidan de anticiparse en el grito sagrado, pero que lo sienten cada vez más propio y cercano.
Claro, hubo un partido, del cual se proyectó todo lo precedente. Que cumplió con su designio de importante, decisivo. Lo fue por lo que se jugaba, no por cómo se jugó. Racing mantuvo una ventaja poco menos que determinante. No permitió que su principal amenaza, un River que llegaba con signos de haber recuperado su memoria futbolística, se le viniera encima. Y el puntero lo impidió a su estilo: con temores y un exceso de conservadurismo al principio, con sus limitaciones y apuros cuando se vio bajo presión. En síntesis, con un repertorio escaso, pero que no lo hace sentir inferior ni aún ante rivales que presumen de mayor fútbol y variantes, como River. Cada pitazo de comienzo de un partido es como un toque de diana para la Academia. Infla el pecho, se ajusta el casco, se pone la coraza y a correr sin desmayos que nunca un compañero abandonará al otro, que lo que no llega por la vía de las ideas se puede conseguir por la alternativa del empuje, que nada es imposible cuando la mística hermana a las voluntades.
Sino que lo diga River, que seguramente perdió el tren del campeonato de la peor manera: haciendo en el segundo tiempo lo que no sabe, encomendándose a una postura que no se ajusta a sus posibilidades, disfrazándose de zorro cuando se sabe que abajo hay piel de cordero.
Potencialmente, River tiene más fútbol y mejores individualidades que Racing. Sobre esto no hay mayores dudas, como tampoco de que con eso solo no alcanza para ganar. Especialmente cuando no se decide a demostrarlo. Sabedor de que el empate le convenía, Racing salió con una actitud cautelosa. Se replegó sobre su área y cedió la iniciativa. Una vez más, Racing se resumía en el contagioso aguante de Bastía y la picardía de Estévez para moverse en soledad.
A River no se le hizo fácil perforar la muralla, si bien Ortega, con sus quiebres de cintura y habilitaciones, y el manejo de D´Alessandro -le pegaron bastante e hizo amonestar a cuatro rivales- eran factores de desequilibrio. Dentro de su sigilo, el líder también armó cuatro avances profundos en el último cuarto de hora, que se cerró con la ventaja de River a través de Cambiasso.
Por imperio del resultado, en el segundo período mudaron los papeles. Entendible lo de Racing y peligroso lo de River, porque salvo un pasaje entre los 25 y 35 minutos, desatendió la pelota y el ataque. Y Ramón Díaz envió un claro mensaje: puso un defensor (Lequi) por un volante (Zapata). Racing machacó con sus urgencias e imperfecciones. Merlo probó con un delantero más (Maceratesi) y con otros dos volantes (Torres y Viveros) para ver si la usina de juego daba alguna señal. Pero un nuevo centro de Vitali, despejado por Comizzo, dio con el furibundo zurdazo de Bedoya . En el descuento, Cardetti desvió solo ante Campagnuolo. Fue el réquiem de River. O el comienzo de la fiesta de Racing, esa que sabe de sudor, y ya prepara la más dulce de las lágrimas.
Las claves
- Pese a sus limitaciones y escasa generación de fútbol, Racing llegó al empate sobre el final por su habitual convencimiento para no sentirse menos que nadie y luchar siempre por el resultado.
- Racing, por la conveniencia del empate, salió con una actitud cautelosa. Se refugió cerca de su área y apostó por el pelotazo. River tomó la iniciativa y, a pesar de que le costó llegar con claridad, siempre amenazó con el criterio de Ledesma para el quite y la distribución y la inspiración de Ortega y D’Alessandro.
- En ventaja, River fue más conservador en el segundo tiempo. Puso un defensor más y quiso aguantar el resultado. Se olvidó de lo que más sabe: jugar. Racing apeló a su temperamento e igualó con un bombazo de Bedoya.
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