ETIQUETA. Entre la fe y la fiesta, con el alma de azul y rojo
Desde temprano, miles de hinchas del Ciclón vivieron una jornada inolvidable, entre la tensión de la definición en Liniers, el desahogo y la celebración en Boedo
Es una cuestión de fe. Al fin y al cabo, así lo expresa la esencia del club, ya desde su nombre, desde sus orígenes. Había que tener fe. Hasta se podía pensar en esos guiños del destino; en que justo este año asumió como Papa un argentino, fanático como pocos de San Lorenzo; en esa nueva costumbre de salir campeón cada seis años (las previas, en los Clausura de 1995, 2001 y 2007). Hubo que sostener la confianza, claro. No fue fácil, porque el Ciclón venía de sufrir un par de decepciones, como la categórica derrota en la final de la Copa Argentina...
Pero San Lorenzo es sinónimo de fe. Aunque el festejo se hizo desear, cómo no. ¿Cuánto tiempo pasó desde aquel 0-0 con Estudiantes, en el que se podría haber asegurado la vuelta olímpica? ¿Dos semanas, solamente? A las almas azulgranas les pareció una eternidad. Y encima, con la imposibilidad de festejar en la cancha, por la prohibición de asistencia a los visitantes; sólo unos pocos privilegiados pudieron seguir la definición en Liniers.
La última jornada no asomaba nada sencilla. Había que apoyar al equipo; si no podía ser en la cancha, por lo menos en las horas previas. Y allí, a despecho del intenso calor, fueron cientos de hinchas para brindar su respaldo al plantel, poco después del mediodía, a la puerta del hotel Intercontinental, con un banderazo, con los paraguas, las camisetas, los trapos en azul y rojo, mientras esperaban que los jugadores se subieran al ómnibus que los llevaría al estadio de Vélez, aun cuando aparecían dudas sobre la realización del partido. Y no faltaron los cánticos, recordando que "para ser campeón, hoy hay que ganar"... Hubo una intención de acompañar al micro en el recorrido por la autopista, pero la policía lo impidió. Muchos, con fe, quedaron en encontrarse en el festejo, por la noche.
Para esas miles de almas azulgranas no fue sencillo vivir a la distancia la definición. Sentimiento que se hizo bronca con el penal que no cobró Pitana por la falta a Gentiletti; sufrimiento que se profundizaba a medida que pasaban los minutos y el triunfo tranquilizador no llegaba, además de estar atentos a lo que pasaba en Rosario, con la posibilidad bien concreta de una final. La tensión que se materializaba cuando Vélez se venía con todo y el equipo de Pizzi no lograba tener la pelota. A más de uno el corazón pareció escapársele del pecho, con ese bombazo de Allione que dio en el poste izquierdo, y ya cuando no quedaba casi nada, con ese manotazo de Torrico, más que nuca una mano de Dios, ante un disparo a quemarropa del propio Allione. "Primero hay que saber sufrir, después amar", reza la letra del tango, y vaya si este San Lorenzo tuvo que transitar momentos inciertos para llegar a este festejo.
Pero el desahogo llegó, y a las 20.30 empezó el tiempo de la fiesta, de celebrar, con ese puñado que se dio el lujo de hacerlo en Liniers, y poco después, en las calles. Muchos pasaron toda la tarde en la Ciudad Deportiva, en el Bajo Flores, y allí desataron su euforia. Otros, cientos, miles, se encontraron en San Juan y Boedo, a metros de donde estuvo el Gasómetro y donde los hinchas del Ciclón quieren regresar como a una auténtica tierra prometida. Cuando el presidente Matías Lammens dijo que se iban a San Juan y Boedo, hacia allí partieron todos, hacia esa esquina que respira tango, pero que también es ese barrio que se lleva en el corazón, y al que el club quiere volver tan pronto como se pueda.
Vaya si tiene motivos San Lorenzo para disfrutar. Pizzi, ese hombre que presentó su renuncia hace un par de meses, vive su hora más feliz. Lammens y Tinelli, ganadores en las urnas anteayer, prolongaron los festejos el día siguiente. Hubo que esperar, que aguantar, que resistir con estoicismo de peregrino, pero Boedo se vistió de azul y grana con una nueva celebración. Al fin de cuentas, siempre se trató de una cuestión de fe...
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