Esa escabrosa naturalidad
Fue el muerto 262.
Progresivamente, referencias básicas se volvieron decorativas: ni nombre, investigación ni circunstancias. Sólo el numero. Un hincha de Newell´s caído, un barrabrava de Unión que apretó el gatillo. Las víctimas del fútbol se apilan y cajonean. El hacinamiento, se sabe, sólo conduce a la putrefacción. Una posición vergonzante, un rasgo tan inhumano que retrata la descomposición social. ¿Importa? Apenas un momento, casi lo que dura un flash informativo. El mensaje ya se ha instalado: la muerte reside con macabra naturalidad en este fútbol argentino que está repleto de histéricos, llorones, embusteros, perseguidos y complotadores.
Los barrabravas de Instituto interceptaron el ómnibus que trasladaba al plantel y apretaron a los jugadores porque se imponía recordarles que no iban a perdonar que pusieran en riesgo el negocio de ascender. El vehículo era escoltado por la policía, pero? Se sabe que a las barras les sobran cómplices. Dirigentes que las subvencionan, autoridades distraídas y órganos de seguridad que mantienen sucesos impunes. El ambiente del fútbol -con socios políticos- las inventó por necesidad y por conveniencia también las alimenta. Del reparto de culpas nadie puede salvarse.
El 26 de noviembre pasado, The New York Times, bajo el título "In Argentina, violence is part of the soccer culture", decía: "Los disturbios en parte reflejan a una sociedad argentina cada vez más violenta, donde la delincuencia callejera ha ido en aumento. Reafirmar el control sobre los hinchas rebeldes es más complicado que en Inglaterra. Muchos hooligans son trabajadores, obreros que andan en busca de una pelea de fin de semana, pero en Argentina, los barras tienen vínculos con los políticos, la policía y los dirigentes de los clubes, y algunos de sus líderes han ganado la admiración de los aficionados más jóvenes. Los políticos los utilizan como fuerza de choque, respaldo muscular de los sindicatos contra los rivales políticos".
Que Caruso Lombardi protagonice otra paparruchada se anota entre los hechos que ya se observan con una naturalidad que convendría revisar. A su dialéctica explosiva le sumó manotazos grotescos. Un paso de comedia, en definitiva, pero de pésimo gusto al que se asoció el presidente del Ciclón, Carlos Abdo, asegurando que tamaño papelón no afecta la imagen del club. Un desenfoque tan peligroso como el de algunos dirigentes que están molestos con la cruzada de Javier Cantero en Independiente. Los incomoda porque los expone. Nadie desconoce que detrás de los barras y la máscara del aguante siempre acecha algún crepitante lucro, como mal menor, y hasta un crimen como daño irreparable. Hay límites ligados con los escrúpulos y la placidez de conciencia. Huérfano de valores, el fútbol es pestilente.
En la Argentina hay un costo social cuando se pierde que muchas veces los medios se regodean en exaltar. Los hinchas son impacientes, contradictorios y agresivos. Los resortes mediáticos fomentamos esas turbulencias. Sobran mensajes que influyen sobre la provocadora predisposición de la gente. "Ma´ que fair play!! Hay que ganar o ganar?, y a otra cosa Bariloche!!", arengó el relator televisivo, cuando anteanoche Instituto arrinconaba a Boca Unidos y los cordobeses no estaban dispuestos a devolver la pelota tras ser arrojada intencionalmente afuera por el Gato Sessa para que lo atendieran.
Todos pateamos las ruinas.
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