Gallardo lo hizo: River está metido en la cabeza de Boca
Cinco años es un tiempo suficiente como establecer un patrón definido. La "Era Gallardo" pasará a la historia con independencia del resultado de la revancha de las semifinales de la Copa Libertadores, en la que los clásicos equipos del fútbol argentino volverán a enfrentarse dentro de 18 días. En todo caso, si Boca lograra revertir una serie que lo ubica en un lugar desfavorable, el hecho se volverá excepcional como lo fue aquel traspié que sufrió River en las semis de 2017, cuando Lanús fue capaz de dar vuelta una trama que parecía sentenciada. Es fútbol, y como tal, siempre hay que dejar un lugar para las sorpresas.
El punto es que a lo largo de este lustro, con diferentes jugadores, sistemas y escenarios, la convicción con la que River afronta esta clase de partidos ante Boca define una manera, un modo y sobre todas las cosas, del lado de enfrente una reacción desproporcionada. Tratándose de un enfrentamiento de fuerzas parejas, la respuesta de Boca en sus últimos dos compromisos en el Monumental invita a un análisis que excede lo futbolístico.
En un paneo comparativo de nombres no parece haber grandes diferencias de planteles, pero el funcionamiento colectivo, la convicción y la fortaleza mental definen los pequeños detalles que marcan el desenlace de esta clase de partidos.
La soltura con la que juega Casco en esta versión de un lateral que se transforma en mediocampista y wing con la misma facilidad choca con la impostada función defensiva que Soldano debe cumplir con la rigurosidad de un soldado soviético. La plasticidad con la que River mueve sus piezas contrasta con la rigidez con la que Boca se consagró a un plan único, solo modificado cuando la diferencia en el resultado lo volvió imprescindible.
En el fútbol no existen las verdades absolutas y cada uno elige su destino a partir de sus decisiones. Boca pareció encandilarse con el éxito del plan ejecutado en el duelo de Superliga, en el que cumplió con el objetivo de sostener la invulnerabilidad de Andrada, y desde ese ensayo general trató de repetir la fórmula en el escenario continental. Una falsa austeridad transformada en llamativa avaricia hizo de Boca un equipo calculador, minimalista y con escaso vuelo futbolístico. Quedar sometido al dominio rival, sobre todo en el complemento, fue la consecuencia inexorable de una decisión que solo se había sostenido desde el resultado, pero que poco ofrecía en función de la calidad de sus futbolistas y los roles a ejecutar en el campo.
Gallardo, con su convicción y su conocimiento, ha logrado acomplejar a Boca. Se metió en su cabeza y redujo a su rival a la mínima expresión. Cada duelo parece poner a prueba no solo atributos futbolísticos sino también psicológicos. Pueden cambiar los nombres pero no el trauma. Las consecuencias de lo ocurrido en la final de Madrid, al menos hasta aquí, parecen seguir causando un efecto devastador.
Lo mejor que le pasó a Boca, entre tanta confusión y descalabro, fue que aun ante tamaña superioridad, la serie sigue abierta. El gran dilema que deberá resolver el entrenador será como cambiar su ADN, para sin perder el equilibrio que le garantice no recibir goles, volverse un equipo con juego asociado, que asuma riesgos y tenga voracidad ofensiva. Alfaro deberá dejar de ser Alfaro a la hora de atacar, abandonar la cautela y las restricciones e ir en busca de su destino. No parece imposible, pero tampoco una empresa sencilla.
Mientras tanto, la hemorragia no se detiene.
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