Independiente-San Lorenzo, Superliga: los rojos se quedaron con el clásico por 2-1, tomaron aire y hundieron más al Ciclón
Independiente se reencontró con el éxito. Luego de cuatro partidos sin ganar y trece años después del último triunfo como local ante San Lorenzo, lo derrotó 2-1. ¿Ganó bien? Sí, porque fue algo más en el balance general. ¿Jugó bien? No, ni siquiera estuvo cerca de hacerlo. Pero en épocas de vacas tan flacas, cualquier sonrisa se celebra con fiesta.
Hay pocas cosas peores para un espectáculo futbolístico, que los dos equipos abran los bolsos al llegar al estadio y de ellos, en lugar de magia, talento y decisión, solo salgan dudas, desconfianza e inseguridad. Independiente y San Lorenzo son hoy por hoy dos grandes venidos a menos en la tabla de posiciones y muy a menos en cuanto a juego, entre otras cosas porque cargan en sus mochilas muchas más deudas y obligaciones que realidades felices.
El resumen del partido
En tales circunstancias, la única salida posible es elegir la manera que se crea más fiable para buscar la fe perdida. Eso hicieron los técnicos interinos que ambos tienen sentados en el banco de suplentes, dejando que el discurrir de la noche, y la respuesta de unos jugadores golpeados por las frustraciones en cadena, determinaran sus porcentajes de acierto.
Fernando Berón (tercera etapa al frente del equipo, sexto partido de su carrera, cuatro victorias y dos empates) quiso convertir a la pelota en su aliada. Lucas Romero como puntada inicial, Pablo Pérez como primer apoyo en corto, Benítez y Roa alternando posiciones como enganches, Figal y Sánchez Miño lanzados por afuera... La teoría hablaba de alimentar con mucha gente a los de arriba. En la práctica, la idea se topó con la lentitud de traslado del ex capitán de Boca, los errores en cascada del colombiano en el pase, la infinita capacidad de Benítez para elegir casi siempre la peor opción. La suma es excesiva como para sostener una intención, cualquiera que esta sea.
La dupla Monarriz-Tocalli prefirió rapiñar algún atisbo de seguridad en el fondo de su bolsa a partir de negarle el fútbol al rival. Cinco defensores en línea, otros dos –Poblete, Ramírez– listos para pegarse a ellos, los gemelos Romero abiertos y prestos al retroceso, y solo el lungo Gaich como pescador solitario. La propuesta valió para entorpecerle los caminos al desfigurado conjunto local, pero con la pelota en su poder desnudó la pobreza que se podía suponer incluso antes de empezar.
El choque, con tanta autoestima por los suelos, solo podía ser de regular para abajo. Hasta que a los 43, el Rojo armó aquella jugada que seguramente su técnico había pergeñado en el vestuario. Toques cortos para llegar a Sánchez Miño por la izquierda, centro bajo, exquisito control, giro y remate cruzado de Silvio Romero para un gol fuera de contexto.
El interrogante de cómo respondería San Lorenzo a una circunstancia que no entraba en sus cálculos duró apenas un par de suspiros. Independiente había mostrado flaquezas defensivas por aire y sobre su derecha, básicamente porque nadie tapaba las subidas de Pittón. A los 50, por ahí atacó una vez más el impensado goleador del Ciclón en el torneo, mandó el centro atrás, pifió Gaich pero acertó Oscar Romero y puso el empate.
El equipo de Boedo tuvo en el gol la dosis de energía que necesitaba para creer al menos un poquito en sí mismo. Dio un pase al frente y en una misma acción (tapada de Campaña mano a mano con Ángel Romero y bombazo de Coloccini al travesaño en el córner subsiguiente) pudo torcer la historia. Se le atragantó el grito y unos minutos después Silvio Romero volvió a demostrar la categoría que tanto tiempo se le discutió en Independiente para fabricarse un penal y transformarlo en la ventaja definitiva.
La nueva desventaja fue demasiado para la tibieza de San Lorenzo. A la nueva ventaja se aferró con uñas y dientes Independiente, que salió mejor parado de un partido entre almas en pena, más allá que los bolsos de ambos sigan vacíos de fútbol.
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