La Copa Libertadores y una semana de fútbol chato, emociones fuertes y muchas suspicacias
Los campeonatos te dan revancha, la Copa Libertadores no. Igual que en un Mundial, la posibilidad de quedar eliminado está latente en cualquier jugada. Incluso afuera de la cancha, tal como se ha comprobado en estos últimos días.
Pero más allá de los descuidos y errores de los organismos de control, las suspicacias, las miradas compasivas hacia los más poderosos, las hipótesis incomprobables y la lectura ventajosa de las reglas, las revanchas de los octavos de final prometen una semana agitada.
Las emociones, las energías y las pasiones que en el fútbol argentino ya de por sí son un poco desaforadas se multiplican por mil cuando aparecen los momentos decisivos de la Libertadores. No deja de ser un riesgo desmedido ponerle todas las fichas de la temporada a un par de partidos que al final dependen del momento puntual del equipo o de la inspiración que los actores tengan ese día. Pero es así y no hay vuelta que darle.
El jugador pisa el campo con eso en la cabeza; aumentan los nervios, la responsabilidad, el compromiso de ganar y el temor a perder. El hincha potencia su apoyo pero también su exigencia, cada vez mayor desde que se puso en marcha la compulsa algo enloquecida sobre quién tiene más o menos títulos en su cuenta. El factor psicológico gobierna los partidos, y el perjudicado es el juego.
Muy pocos equipos pueden moverse con la soltura y la calma necesarias para sobrellevar el clima de ansiedad, para no pensar obsesivamente en lo que puede pasar en caso de una derrota. Eso se refleja en la cancha. Hay demasiada fricción y se piensa antes en entorpecer y neutralizar al rival que en imponer las condiciones a partir de la pelota. Los partidos se definen más por aciertos o errores individuales en los últimos metros que por una supremacía absoluta en el juego y la línea entre ganar y perder se adelgaza más de lo habitual. Se ven entonces partidos chatos, en los que se pone la atención en las obligaciones y en los que cuesta horrores jugar y superar los obstáculos que va proponiendo el rival.
Y sin embargo, es esa incertidumbre constante la que sostiene el atractivo de una Copa que puede ganarse o perderse en segundos. Si uno es detallista y compara el nivel de nuestro fútbol con el de otras latitudes probablemente encuentre entre nosotros equipos que juegan mal, que no tienen respuestas colectivas ni soluciones al desarrollo del juego. Pero que también lo compensan con otros complementos necesarios para ser competitivos.
Hechas todas estas salvedades cabe decir que las opciones están dadas para ubicar cinco equipos argentinos en la siguiente etapa. Casi todos llegan con ventaja a las revanchas y aunque el fútbol no sea una ecuación lineal, en teoría podrán especular con esa circunstancia.
River y Racing, dos equipos con concepciones semejantes, no saldrán a atacarse ciegamente y se cuidarán de no recibir un gol. Boca, que se ha mostrado algo difuso en los últimos partidos, tendrá espacios al contraataque que podrá aprovechar Pavón. Algo parecido puede esperarse con Atlético Tucumán en Medellín o con Independiente ante un Santos que, decida lo que decida la Conmebol respecto al partido de ida, no se cerrará tan atrás como en Avellaneda. Estudiantes está en idéntica posición, pero además, y dentro de un tono general de cautela y poca audacia, su primer tiempo frente al Gremio en Quilmes mostró la mayor superioridad de un equipo sobre otro en los partidos que abrieron esta etapa de la Copa.
Aquel encuentro también sirvió para comprobar la dificultad de reemplazar al crack que establece las diferencias. Gremio, vigente campeón, perdió a Arthur, un volante único en el continente, y el equipo siente su marcha.
Esta también es la realidad con la que conviven todos los participantes de la Libertadores, cualquiera sea su nombre y su prestigio. Jugar bien es muy difícil. Necesita de una continuidad y un marco que es justamente lo que el fútbol sudamericano no puede garantizar.
En ese contexto, todos –argentinos, brasileños, colombianos…– comparten la misma sintonía. Es ahí donde adquieren cierto valor el carácter y el oficio que las crisis cotidianas van moldeando en nuestros entrenadores y jugadores. No se trata de cualidades decisivas pero sirven para ir afrontando las dificultades y disimulando las carencias. Son, en definitiva, un condimento para la siempre fascinante Copa Libertadores.
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