La selección y su laberinto
En una tarde destemplada, el seleccionado nacional de fútbol igualó 2-2 con el chileno, en la cancha de River, en el partido que abrió las eliminatorias para el Mundial de 2006; el hincha no acompañó al nuevo proceso, que sigue al mando de Bielsa
No sé las causas. Fui a la cancha de River pensando en Gabriel García Márquez. A veces ni vale la pena preguntarse demasiado. Las escaleras del Monumental tienen un tránsito fluido; claro que como lo indica la lógica, se baja más rápido que si la cuestión fuese al revés: escaleras arriba. De todos modos, lo que no modifica la lógica es la pasión por los colores; se ama o se odia. Eso sí: si se trata de fútbol, no se puede ser tan terminante: los resultados muchas veces equilibran las cosas.
Ayer, cuando el sol ya se había escondido -porque estaba nublado, no por otra cosa- bajamos las escaleras del Monumental tranquilos; sin corridas ni empujones. En esa caravana celeste y blanca -no hubo muchos chilenos en todos el estadio y menos en la tribuna General Belgrano-, no se advertía demasiado que era la retirada de un partido de fútbol. Nadie gritaba ni saltaba. Uno se imagina -probablemente- que lo hicieron durante el partido. No hay demasiada seguridad, tampoco.
El equipo que dirige don Marcelo Bielsa empató 2-2 con Chile en la apertura de las eliminatorias con la mirada en Alemania 2006 y el hincha se fue de la cancha con un nudo en la garganta. ¿Qué se quiere decir traducido en el dicionario de la tribuna? Que el hincha dejó el Monumental con mucha bronca.
Como siempre -es fútbol, después de todo y por suerte-, se corre el riesgo de que se interprete mal y se entienda como una respuesta fundamentalista a la igualdad desabrida con un limitado conjunto chileno; esa no es la idea, pero tampoco es cosa de esconderla. Es, en definitiva, el pensamiento de los hinchas genuinos -la minoría estuvo en River, la mayoría en sus casas- que no pueden entender cómo los adversarios -ayer fueron los chilenos- dividieron los puntos con los argentinos, infinitamente superiores; pero superiores de la cabeza a los pies.
Freno un poco la cuestión sobre qué equipo es mejor; es que el fútbol, todo lo que tenga que ver con tácticas y estrategias, se lo explica bien -diría que muy bien- en las páginas anteriores. Para que se entienda: en estas líneas aflora como puede el hincha que no tiene consuelo cuando bajaba las frias escaleras del Monumental; más frías y desiertas que nunca.
Vaya coincidencia: el mismo hincha que caminaba en busca de la Avenida del Libertador, que esquiva a los vendedores ambulantes de pitos, gorros, vinchas y banderas -posiblemente en la peor tarde de ventas en medio de tanta frialdad-, que machacará una y otra vez para entenderlo a don Marcelo Bielsa -DT, no otra cosa- que encendió otra vez la mecha de una eliminatoria, camino a otro Mundial, en este caso, Alemania 2006, y que pese de verlo vestido de deportista a la vera de una cancha -y no de cualquiera- duda sobre su verdadera capacidad, que uno sabe que no debería ser así; además, no se lo merece que sea así.
Empece con aquella referencia de Gabriel García Marquez y me dio la sensación de que no tenía ninguna relación con una tarde de fútbol: ahora, sobre el final de mis reflexiones, pienso todo lo contrario: creo que don Marcelo Bielsa parece el personaje central de "El General en su laberinto", una de las tantas obras de don Gabo. Tiene, en su favor, una gran virtud: no lo apichonan los alaridos ni los gritos; y como el fútbol no es un ejército, el hombre cambia en medio de la batalla a uno de sus hombres más fieles -lo personifico en Juan Sebastián Verón- lo expone en el medio de la cancha, casi como un circo romano, y lo aplaude.
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