La sinfonía de la paternidad
"Otra vez será, millonario", fue el hit de la hinchada xeneize que cerró una tarde de celebración pura; la Boca quedó sitiada por la felicidad
Parece sitiado este pedazo de ciudad. Arrinconado contra el río, con uniformes veredas que recuerdan el antiguo enojo del agua y coloridos conventillos que se erigen entre lo pintoresco y lo arcaico, La Boca tiene la garganta cercada. Vallas y más vallas, filtros, policías que rodean el gigante de hormigón que será presa de sísmica pasión por un par de horas.
A lo largo de la calle Brandsen saludan las parrillas con ese canto de sirena que suena en el humo de los choripanes. Pero no es sencillo llegar. Los controles son varios y el tamizado parece estricto. Tanto que, al costado de una valla, una pequeña bolsita desborda elementos de colores. Son... encendedores. ¿Una campaña policial antitabaco? Frío, frío. Se trata de prevención de la violencia. Protestan los fumadores tomados por sorpresa ("¿con qué querés que prenda el faso?, ¿con dos piedritas?", increpa un sesentón desencajado). Por suerte para ellos, apenas pasado el último cerco de seguridad, una ventanita descubre un surtido quiosco. Y, por supuesto, venden... encendedores. ¡Justo enfrente de la entrada de la cancha! "Estos me sacaron el encendedor y ahora tuve que comprar otro. ¡Mirá si traía el Zippo!", se queja un joven, mientras enciende un cigarrillo rubio y se dispone a entrar.
Mientras el sol aporta algo de benevolencia a un invierno fuera de tiempo, las vías abandonadas, que dividen en dos el barrio, son como venas que se empeñan en latir. Para eso están los hinchas, que a raudales las cruzan y quedan a las puertas de lo esperado. Los de Boca amagan con enfilar directamente a la tribuna, pero se entretienen descargando la frase más hiriente a los simpatizantes millonarios ya ingresados, que tapan su nariz y gritan improperios desde lo alto de los balcones que llevan a su bandeja. Como si hubiera un concurso, "premiamos la originalidad de su insulto". Paradójico: todavía sostienen en su mano un volante que reza: "No más violencia", entregado por cientos de jóvenes enfundados en remeras negras, pertenecientes a una agrupación evangélica.
En este tipo de acontecimientos, la burla es una institución a la que se le rinde culto sagrado. El ingenio es el combustible de la broma. Por eso, llueve maíz sobre el ómnibus que transporta a los futbolistas de River; también vuelan hacia las ventanillas restos de choripán, procedentes de los que no tuvieron tanto tiempo para pensar en sutilezas.
Unos pocos chorizos sobreviven sobre la ya clásica parrilla de Quique (histórico personaje boquense), punto de reunión justo en Brandsen y la vía. En el local, pintado de azul y amarillo, que hasta minutos antes era el comedor de la ansiedad, sólo quedan los restos. Todos ya están en su lugar, con la mirada enajenada sobre el césped, mientras las uñas pierden la batalla contra los nervios. Adentro se acaba de pasar lista a ovacionados y abucheados, con el regreso del guerrero Guillermo y el hostigamiento a la moral de Ameli a la cabeza de respectivos rubros.
Todo el rugido tenía el color de Boca. Porque las gargantas millonarias quedaron confinadas a una pequeña porción de tribuna en lo alto (esa situación a la que empujó la evolución del fútbol argentino: por precaución/negocio, los visitantes son cada vez menos).
"Otra vez será, millonarios, otra vez será", musicalizan los xeneizes. Los vaivenes del resultado volvieron a dejarlos bien parados. Sobre todo, ese tiro libre que provocó el estampido ensordecedor, ese grito que se sostiene como el fuego de un dragón. Los locales desempolvan las partituras del triunfo y ejecutan todo el repertorio de su "Sinfonía 2005 de la paternidad y la humillación". Y nadie desafinó.
Cuando el sol buscaba refugio, las calles volvieron a inundarse con música de celebración. Otra vez las calles de La Boca quedaron sitiadas. Como al principio, como antes del superclásico. Pero sin vallas. La felicidad fue un cerco imaginario. Un vallado que abrazó a ese barrio. Ese mismo barrio que viajó hacia otros miles en cada bandera azul y amarilla, en cada sonrisa pintada de Boca.
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