La versión evolucionada de Boca
No deja de ser sintomático que Boca coseche más elogios y reconocimiento ahora que cuando fue campeón, hace cinco meses. No es que se le hayan escamoteado halagos y méritos, sino que la imagen del equipo no ofrecía muchos más rasgos positivos que el de la solidez. Ni la mirada más benigna y generosa se animaba a concederle cierto brillo, más allá de las pinceladas creativas de Riquelme hasta que se lesionó. Justamente, el N° 10 fue una de las pocas voces internas que hacían valer su autoridad futbolística para reconocer cierta deuda de juego. Campeón invicto, con 12 puntos de ventaja sobre el pelotón de cuatro equipos que más se le arrimaron, Boca aplicaba una mecánica eficacia en una competencia en la que el resto andaba con el motor medio fundido.
Aunque todavía se desconoce la suerte que correrá en un triple frente que lo tiene como un gran animador, este Boca despierta mejores sensaciones que aquel que convencía con poco más que los resultados. Es una versión evolucionada, con más variantes, tanto de juego como de nombres. El proceso de reconversión tuvo sus momentos traumáticos, de los cuales salió con personalidad. Primero fue el amago de renuncia de Falcioni en Venezuela por sentirse desautorizado en sus indicaciones y planteos. A eso le siguieron dos derrotas (Independiente y Fluminense) que erosionaron la invulnerabilidad que era la marca de la casa.
¿Boca dejaba de parecerse a sí mismo y tomaba un poco de distancia de los postulados de Falcioni? La búsqueda de una nueva identidad siempre entraña riesgos. Por estas horas se advierte que Boca atraviesa ese proceso con bastante buen suceso. Amplió la base de jugadores para atender con aspiraciones los distintos objetivos. Acertó con los dos refuerzos (Ledesma y Silva) y encontró respuestas en varios juveniles (Sánchez Miño es la gran aparición).
Como no se trata sólo de jugar, sino también de convivir en una agenda que obliga a los jugadores a verse las caras casi todos los días, Boca parece llevar la competencia interna sin mayores egoísmos. Lo demuestra Mouche, cuyo rendimiento podría darle derechos a reclamar una titularidad que no tiene. Rivero fue al banco sin refunfuñar cuando Ledesma demostró que estaba en un nivel superior. Blandi tiene más paciencia de la que es habitual en un goleador en racha. Cuando a Silva se le negaba el gol, compensó con asistencias y trabajo para el equipo. El plantel transmite que está con los pies sobre la tierra.
Falcioni reconoce que hay un salto cualitativo cuando dice que la "gente está contenta por los resultados y el rendimiento". Y se anima a afirmar que "estos jugadores le devolvieron una mística al club". Una observación de esa naturaleza no se oía desde la época de Bianchi o el primer ciclo de Basile. Boca va en plan de demostrar que ser un campeón sólido fue sólo el origen y no un fin en sí mismo.
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