Los desafíos que tiene por delante Passarella
Con el desembarco de Daniel Passarella como presidente, River necesita reconstruirse desde las cenizas deportivas, económicas y políticas en que quedó reducido después de la gestión de José María Aguilar. El bajo rendimiento deportivo de los últimos años -incluyendo un último puesto sin precedente y el bajo promedio-, la descapitalización de su plantel profesional y una situación económica que los nuevos dirigentes ubican al borde de la cesación de pagos colocan al club en un punto de partida casi al borde la emergencia. ¿Cómo puede salir del agujero en que cayó una de las dos instituciones más populares del país? Transformado en tierra arrasada y sin un equipo acorde con su historia, no le resultará sencillo al flamante presidente y deberá atender algunos puntos para no volver a cometer los errores del pasado.
River fue testigo de presidentes que estaban llamados a ser conductores capaces y renovadores, especialmente por sus prédicas y perfiles, y que terminaron sumándose a la anquilosada dirigencia argentina. Que fueron acompañados por cuadros de dirigentes -salvo contadas excepciones- que sólo se hicieron notar por su mediocridad y prescindencia en los temas que convulsionaban la vida íntima del club y que, por sobre todas las cosas, fueron víctima de su acentuado presidencialismo.
En los últimos años, el Monumental vivió abrumado por los acontecimientos delictivos de la barra brava y sus derivados. Imperaron desesperanzados diagnósticos. Por ejemplo, cuando Aguilar advirtió que los barrabravas que venían detrás de los cabecillas Alan Schlenker y Adrián Rousseau eran más peligrosos. Que era preferible mantener la operatividad de una estructura porque si no entrarían en acción otros fundamentalistas de la violencia. Passarella, que vivió en carne propia el accionar de los vándalos en sus comienzos como entrenador, debe saber que la mafia funciona así, controla un espacio a su arbitrio y crea su propia realidad, con sus códigos y lealtades. Que los Borrachos del Tablón están ahí, plantan sus banderas, y que la interna aún es una amenaza latente para un club que "debe volver a ser de la familia".
Si Passarella y los nuevos integrantes de la comisión directiva entienden que cada acto o determinación que tomen es una oportunidad para dar el ejemplo, será una buena señal. En el fútbol, como en la vida institucional y social. Mostrar que se puede conducir un club con números más reales, sin jugar con un patrimonio que no es propio. En definitiva, hacer mejor las cosas y conducir con criterio.
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