Messi, el genio que no sabe sufrir
La historia de cómo Lionel Messi dejó su Rosario natal para cumplir su deseo de ser futbolista es universalmente conocida. El relato que cuenta de aquel chico que en la soledad de su habitación en Barcelona se aplicaba inyecciones para estimular sus hormonas para aumentar su físico ya forman parte de cualquier biografía que introduce al comienzo de su fascinante camino. Desde pequeño, Messi fue esquivando las piedras que la vida le puso en el camino con la misma constancia y habilidad con la que intenta eliminar rivales adentro de un campo de juego.
Cuesta suponer que si Leo atravesó semejante prueba en años trascendentes, ya no de su carrera como futuro futbolista, sino de crecimiento personal en los que se termina de moldear el carácter, lo que ocurra luego en una cancha pueda ser muy distinto. Sin embargo algo de eso pasa, está a la vista y si no se trata necesariamente de una conducta, la habitualidad la vuelve al menos en una característica.
Además de confirmar el esplendor de la Premier League y de que el Liverpool siempre fue, primero por funcionamiento y luego por resultados, más equipo que el Barcelona, la catástrofe de Anfield Road volvió a poner sobre la mesa qué respuestas anímicas ofrece Messi en momentos de desconcierto y zozobra colectiva, esos en los que puede esperarse el rescate heroico de los "distintos".
Vale preguntarse si Messi sabe sufrir y esa inquietud puede explicarse desde diferentes aspectos. La estadística muestra que el Barcelona con Messi como bandera cambió el paradigma de equipo perdedor que tenían los catalanes. Cruyff plantó la semilla, Guardiola recogió los primeros frutos y luego Messi expandió la obra. Sin embargo ese monopolio muy evidente en la Liga no se traduce a los títulos europeos. Puede hablarse del envejecimiento de un equipo cada vez más diezmado de su idea y componentes originales, pero el objeto de estudio de este artículo es Messi. Si el promedio marca que de cada diez partidos jugados Barcelona gana siete, empata dos y pierde uno, la derrota es una anomalía y la reacción ante la adversidad es una postura desacostumbrada para el rosarino. Tal vez Messi no sabe sufrir simplemente porque no está acostumbrado a experimentar esa sensación.
Es verdad que el comportamiento del Barcelona fue demasiado parecido al que La Pulga padece en la selección. Todas las situaciones de peligro lo tuvieron como protagonista, pero Messi no puede hacer un pase mágico y duplicarse para definir su propia jugada. Igual que en tantas oportunidades con la blanca y celeste, esta vez los bomberos que no estuvieron para ayudar a apagar el incendio vestían de amarillo y jugaban para el conjunto catalán. No pasa demasiado seguido, pero la pregunta surge tan natural como repetida es su conducta: ¿qué reacción anímica, que lenguaje corporal, que rebeldía transmite Messi desde el campo cuando se queman los papeles?
Su mirada perdida y cabizbaja, su mueca de desconcierto ante un mazazo inesperado como el de este año ante Liverpool, tanto como el del año pasado ante Roma, igual que los sufridos en los mundiales o las Copas América anteriores, exponen su sufrimiento.
Tal vez por allí esté la respuesta. Messi no sabe sufrir pero siente como cualquier humano. Messi es un líder de campo pero todo el resto tiene mucho más que ver con el marketing y la imagen que con una personalidad avasallante. Messi prefiere el confort de Barcelona para desarrollar toda su brillante carrera, antes que salir de esa "zona segura" que le permitiría buscar nuevos desafíos en otras ligas y equipos. Domina desde el fraseo, no desde los largos parlamentos. Prefiere el idioma que maneja como nadie, cuando impone condiciones y dialoga con la pelota, cuando sus pies y su cabeza ordenan y ella lo obedece, sumisa y confiada.
No son juicios de valor, sino descripción y preguntas que nada cambian su increíble capacidad para jugar al fútbol, su voracidad competitiva, su capacidad para mejorar como deportista y su vigencia extraordinaria, más allá de la conquista de títulos. A algunos líderes con tremenda personalidad no se les exige talento. A grandes talentosos de la historia y el deporte no se les pedía capacidad de liderazgo. Vale preguntarse por qué le pedimos a Messi que sea una expresión perfecta y completa de ambas cosas.
Probablemente el esfuerzo deba ser de los espectadores. Messi nació con un don. Adentro de un campo de fútbol es un genio, pero aún con ese plus divino no deja de ser humano. A veces perdemos de vista que de tan humanos, los genios de la vida real no pueden ser perfectos.
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