Messi, Verón, Higuaín... Tan argentino todo
"Es catalán. Ni sabe el himno argentino, pero sí puede gritar «¡Visca Barcelona!»" , dicen, algunos argentinos, de Messi.
"Es inglés. En Japón fue para atrás para no eliminar a sus amigos de Manchester" , dicen, algunos argentinos, de Verón.
"Es francés. No quería jugar en la selección, ¿no viste lo que tardó en decidirse?" , dicen, algunos argentinos, de Higuaín.
El sábado pasado, con diferencia de apenas horas, ellos tres estuvieron en el centro mismo del mundo fútbol.
Messi puso el pecho para darle a Barcelona el sexto título sobre seis competencias. Verón puso el alma para llevar a Estudiantes hasta la cima. Higuaín puso el pie para marcar la diferencia en un Real Madrid empecinado en retacearle espacio en su galaxia.
Debería ser un motivo de orgullo para el fútbol argentino, pero no.
A Messi lo seguimos insultando, hasta con pintadas en las paredes, enrostrándole su actuación en el seleccionado en vez de crearle las mismas condiciones que tiene en el Barça para que disfrute y se luzca allí como lo que ha sido elegido, el mejor del mundo. Además, ¿apostó por él algún argentino, club o persona, en el momento en que necesitaba apoyo? Más allá de las economías, el largo plazo no es precisamente una virtud de nuestras tierras.
A Verón lo seguimos poniendo como héroe o traidor, sin términos medios, en vez de plantearnos cuál es la mejor manera de aprovechar, a sus treinta y pico, su formidable experiencia y su innegable calidad.
No ayudan mucho ellos mismos, tampoco. Al fin y al cabo, son argentinos. Quedan, de la noche de Abu Dhabi, un par de actitudes que son como sellos en sus pasaportes: la reacción impensada de Messi, que podría haberle costado la expulsión antes de convertirse en el héroe del partido (¿alguien le dirá que algo así puede dejarlo fuera de un Mundial, por ejemplo?), o el gesto enojado de Verón a la hora de las premiaciones (¿aceptará que no necesitaba sobreactuar su dolor?).
"Era preferible perder 4 a 0 que perder así" , se escuchó por ahí. ¿En serio? ¿No será mejor la dignidad de una derrota ajustada, el reconocimiento por haber llevado hasta el límite a ese equipo que objetivamente es el mejor del mundo? "No, primero o nada" , es la respuesta. Y entonces terminamos, los argentinos, sintiéndonos "nada" muy seguido.
Una pena: así dejamos pasar de largo, en medio de descalificaciones vacías, sin disfrutar y también sin aprender de ella, esa tarde de diciembre en la que tres futbolistas estuvieron casi simultáneamente en el centro mismo del mundo fútbol: no eran un catalán, un inglés y un francés. Eran tres argentinos.
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