Mundiales en tiempos de crisis
En 1986, recuerdan los relatos más idílicos, Argentina celebraba los primeros años de su vuelta a la democracia. Juzgaba los crímenes de la dictadura, "La historia oficial" ganaba el Oscar a la mejor película extranjera, el Congreso desoía amenazas de la Iglesia Católica e iniciaba el debate para aprobar el divorcio y Diego Maradona levantaba la Copa. ¿Inflación? Sí, pero del casi 700 por ciento de 1984 bajaba al 82 por ciento. Sin embargo, el Plan Austral comenzaba a agrietarse y ya en enero y marzo la CGT organizaba dos paros. Presionado por los militares, el presidente Raúl Alfonsín cerró 1986 poniendo fin a los juicios por la represión ilegal. En 1987, año de levantamiento carapintada, el gobierno radical perdió elecciones legislativas y provinciales. En 1989 estalló la hiperinflación. Carlos Menem ganó las elecciones anticipadas. Habían pasado apenas tres años de la fiesta en México.
El ejemplo más gráfico de que Mundiales y votos no tienen por qué ser causales se vio en el otro éxito mundialista. La dictadura soñó legitimidad popular si ganaba el 78, pero la ilusión se desvaneció rapido. Los militares tuvieron que irse después del Mundial siguiente, pero tras una derrota algo más grave que la de España 82. Jugamos Mundiales en medio de guerras, golpes de estado y crisis sociales. A diferencia de Alfonsín, Carlos Menem jamás levantó la Copa, pero duró tres Mundiales. Y en 2002 los análisis políticos decían que, tras el estallido de 2001 (50 por ciento de pobres), lo único que faltaba para que todo explotara era un fiasco en el Mundial. La selección cayó en primera rueda de Corea-Japón, pero, todo lo contrario, la crisis fue quedando atrás. La goleada 4-0 de Alemania en Sudáfrica 2010 no impidió el triunfo al año siguiente de Cristina Fernández de Kirchner por el 54 por ciento de los votos. Y tampoco fue la caída en la final de Brasil lo que influyó en la derrota de Daniel Scioli en 2015. En ese mismo Mundial, el anfitrión, peor aún, cayó 7-1 contra Alemania. Pero Dilma Rousseff, insultada en algunos estadios, fue reelegida tres meses después.
"No hay un solo caso en la historia del deporte en esta galaxia que permita afirmar alguna relación entre el éxito o el fracaso deportivo y el éxito o el fracaso político", escribió semanas atrás en Perfil Pablo Alabarces, doctor en Sociología. Por supuesto que deporte y política siempre fueron de la mano. Y que tienen una relación "compleja, tortuosa y hasta infame". Pero Alabarces recordó que el propio Mauricio Macri perdió una primera elección en la Ciudad de Buenos Aires en 2003, año de un Boca campeón de todo. No importa. El análisis político abrió ahora 2018 con especulaciones que remitían una y otra vez al Mundial. Rusia 2018 como aliado del consumo. "El verdadero segundo semestre". Si hasta se dijo que el gobierno tenía decidido lanzar el operativo reelección de Macri una vez finalizada la Copa: inmediatamente en caso de triunfo, o poco después en caso de derrota, "para no molestar el humor popular". Pero el humor se molestó antes, y no por el 6-1 de España. Macri ya se bajó del Mundial. Ni Antonia ni Casa Argentina en Moscú. Y mucho menos "el mejor caviar" que Macri le pidió a Vladimir Putin en su última visita a Moscú. Nunca antes, es cierto, tuvimos un presidente tan futbolero. Y un gobierno que se declare "no populista", pero que igualmente se meta tanto en la administración del fútbol. No hay pelota que sirva cuando la política se impone.
La crisis, inesperada en sus tiempos, suma hoy lo suyo a un clima todavía poco "mundialista". Se suman las dudas de la selección. La sensación de un plantel que tiene menos jerarquía, porque unos están más viejos y porque el recambio no parece a la altura. Si hasta la publicidad sobre Putin y nuestros afectuosos festejos futboleros de TyC Sports, que supo de institucionales mundialistas claramente mejores, terminó siendo un pelotazo en contra. Ni qué decir del momento bizarro, por llamarlo de alguna manera, que viví ayer en la AFA cuando nos pidieron devolver un instructivo sobre Rusia 2018 para arrancar la página que aconsejaba a los periodistas cómo tener "alguna oportunidad con una chica rusa". El Mundial está teniendo una previa difícil. Poco alentadora. A esta altura, ironizaba ayer alguien en la AFA, hasta el Brujo Manuel podría ser una buena idea.
El fútbol, se sabe, puede ser distracción y también alivio. Veneno y también remedio. Pero estos días de FMI y dólar caliente muestran acaso que no solo el fútbol es "dinámica de lo impensado", como decía Dante Panzeri. Y que no son los deportivos los únicos periodistas que cambian rápido y acomodan opiniones según el resultado. Y que no solo el fútbol vive de prestado. Si hay goles nacionales en Rusia, la TV, como siempre, los repetirá a toda hora. Habrá allí miles de argentinos adueñándose de los estadios. Siempre ruidoso, el fútbol provoca euforias notables. Hace tanto ruido que parece que no cesará nunca. Pero cesa. "Al día siguiente –graficó alguna vez el DT colombiano Francisco Maturana– habrá que volver a llevar a los niños a la escuela". Y, aún cuando celebremos si Messi nos corona campeón, también habrá que seguir pagando luego el gas, la luz y el agua.
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