Ponzio, una política de Estado que River disfruta hasta lo último
La secuencia resultó sintomática. Lucho González dominaba la pelota en el borde del área de River, pero lo que demoró en dar el pase le sirvió a Leo Ponzio para arrebatársela. El capitán controló y en vez de sacar el pase, pensó dos veces qué hacer; entonces, González alcanzó a meter su pie: los dos al piso y el balón a otra cosa. Era la pelea entre dos que ya dieron lo mejor de ellos como futbolistas, y se transitan el inexorable declive. Los 37 años de Ponzio y los 38 de su excompañero con esta camiseta son, al cabo, dos símbolos de aquello que fue y no volverá.
¿Pero es la fricción sobre el rival y el pase rápido lo que esperaba River de su jugador más amado de esta época, ya sentado en la mesa de los grandes ídolos de su historia? "Necesito su espíritu", había dicho Marcelo Gallardo dos días antes del partido, cuando lo confirmó como titular para una nueva final. Apenas 18 partidos jugados en la temporada son un indicador del paso del tiempo: Ponzio ya no es primera opción para el entrenador, aunque eso no le quite un gramo del amor que le profesó el Monumental en varios tramos de la final contra Paranaense.
En River, Ponzio es política de Estado. Por eso, en marzo el club renovó su contrato hasta mediados de 2020, una fecha en la que podría retirarse. Ya sin Maidana en el plantel, el 23 es el único que queda en el plantel de aquellos que caminaron canchas de la B Nacional. Ponzio es el custodio de aquel pasado infeliz, o de cómo River pudo levantarse del barro del descenso.
POR S13MPRE NUESTRO CAPITÁN [R][R]pic.twitter.com/HmtpT1wBHm&— River Plate (@RiverPlate) 31 de mayo de 2019
La secuencia resultó sintomática. Ponzio controló, vio el espacio y le tiró un caño a Lucho González. La pelota pasó limpia entre las piernas del otro capitán y, para terminar su obra, Ponzio se tiró a barrer para dar el pase. Esa reacción final, esa manera de vivir el juego es la que lo retrata: el lujo no está en su catálogo de todos los días.
Tanto fatigó contra el medio campo brasileño que Gallardo, que había pensado darle 60 minutos, lo dejó hasta el final del partido. Tal vez, para que disfrute desde adentro la emoción de una nueva conquista. Y en una fría noche, Ponzio levantó su trofeo número 13, sumadas las dos etapas que vivió en el club. La actual, qué duda cabe, es la que lo elevó al altar imaginario. En el tangible, el que se montó en el centro del estadio, el muchacho de hablar pausado y perfil bajo, el que prefiere el campo y la boina vasca antes que la etiqueta, el que acepta ser suplente, volvió a sonreír, Copa en mano. El capitán saborea esas sensaciones que, cómo el fútbol enseña, nunca se sabe si volverán a presentarse.
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