En un partido con cuatro expulsados, Racing venció a Vélez y consiguió su quinto triunfo consecutivo
La presión gobierna el fútbol del mundo. Se fue haciendo carne en los pizarrones de los técnicos y la mente de los jugadores hasta transformarse casi en un dogma, y por supuesto, con algunos entrenadores más fanatizados que otros. Eduardo Coudet y Gabriel Heinze pertenecen al grupo de los que han abrazado la presión como elemento principal sobre el que gira su modo de entender el juego, sin distinguir el sector del campo donde haya que efectuarla ni el adversario que tengan enfrente.
Había preanunciado Gabriel Heinze un partido de ida y vuelta, basándose en el afán ofensivo de Racing y de Vélez, y lo fue, pero solo en el arranque del segundo tiempo. Durante buena parte del trámite su presagio no tuvo el sentido que podía preverse, tal vez porque olvidó que el ataque es apenas el segundo mandamiento de ambos, más allá de la indudable pimienta que expone la Academia cuando acelera en tres cuartos y los evidentes problemas de eficacia del Fortín al acercarse al área rival.
Alta, media o baja, la presión tiene un buen puñado de beneficios: mantiene a un equipo en estado de intensidad constante, propicia el anticipo defensivo, obliga a mantener una concentración absoluta cuando la pelota está rodando y castiga con saña el mínimo error en un pase o una transición. Su lado negativo es que siempre aparecen más piernas dispuestas para el quite que para la elaboración, y entonces se corre el riesgo de transformar un partido prometedor en un movimiento insulso de vaivén en donde prevalecen los errores y manda la imprecisión.
En tales circunstancias, y si la salida de la pelota desde el fondo no alcanza una justeza quirúrgica, los únicos modos de sacudir la sucesión de robos y pases a los contrarios es que aparezca alguien en estado de gracia o a partir de una jugada a balón parado. Racing se encontró con ambas cosas a la vez a 4 minutos del inicio: un córner a favor y Lautaro Martínez.
El 10 de la Academia lleva un rato bien largo en esa especie de nirvana idílico que no se elige, no se compra en ningún supermercado ni puede practicarse en la semana. Simplemente llega o no llega, se tiene o no se tiene, y sobre todo, se aprovecha o se deja pasar de largo. El hombre al Jorge Sampaoli se acerca a ver un partido tras otro (también en esta ocasión) es una especie de Rey Midas que reviste de dorado todo aquello que toca.
Neri Cardozo tiró aquel córner inicial, Lautaro salto sin oposición, giró el cuello y puso el 1-0. Pero no alteró el desarrollo del encuentro, que se fue enredando sin remedio en esa exigencia de estrechar los espacios como precepto número uno.
Había ordenado el Chacho Coudet volver a ensanchar el campo un par de metros luego de que la Conmebol lo obligase a recortarlos para el choque de Copa ante Cruzeiro el martes pasado, pero nadie notó la variante. Ninguno aprovechó esos centímetros de más para agilizar el tráfico y la adrenalina solo aumentó a partir de las acciones quietas.
Lautaro tuvo otro cabezazo que le sacó Rigamonti pero en el intercambio sobresalió la figura de Juan Agustín Musso, el otro futbolista que vivió una noche celestial, para robarle el protagonismo al goleador.
El arquero local le sacó el empate a Cubero en un tiro libre que llegó desde la derecha, y en un remate abajo a Vargas tras una falta que Zárate había estrellado contra la barrera. Su recital proseguiría en el complemento, ganando siempre en los centros y tapando de manera prodigiosa un mano a mano al 9 de Liniers.
La decisión de Vélez para no achicarse y la potencia de Racing cuando Centurión o Martínez comandan el ataque generaron una ráfaga de aquello que se esperaba en el primer cuarto de hora del segundo tiempo. Lautaro y Zárate tuvieron sus opciones, Loustau -en uno de sus múltiples desaciertos- obvió un penal a Centurión, y en la jugada siguiente el ídolo velezano anotó de cabeza un empate más ajustado a lo que pasaba en la cancha.
Ese rato valió la pena e hizo pensar en lo que podría haber sido si además de presionar ambos se hubieran dedicados a jugar. Pero pasó muy pronto. A los 64, el árbitro mandó a las duchas apresuradamente a Lisandro López y De la Fuente y todo volvió a su cauce de dientes apretados y fútbol impreciso. Parecía sentirse más cómodo Vélez en medio de la nada, hasta que Solari le ganó a Cufré por derecha, surgió Centurión por el medio y acomodó de cabeza el 2-1 final.
Mucho para un Racing con poco juego, demasiado para un partido con mucho más músculo que fútbol.
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