Insólito: la final de la Champions League, prohibida para los argentinos
¿Qué los iguala a Messi, Mascherano, Di María, Samuel, Zanetti, Cambiasso, Diego Milito, Tevez y Santiago Solari? Ellos ganaron la Champions League este siglo. ¿Y qué agrupa a Roberto Ayala, Pellegrino, Aimar, el Kily González, Placente, Trezeguet, Hugo Ibarra, Lucas Bernardi, Crespo, Higuaín, Dybala, Augusto Fernández, José Sosa, el Piojo López y Demichelis? Ellos perdieron la final de la Champions League. Y también la perdieron Héctor Cúper y Diego Simeone como entrenadores...
Seguir a un argentino en el partido de clubes más trascendente del planeta se volvió una saludable costumbre. Como si pertenecieran al mobiliario de la competencia que concentra a los mejores. Pero esta vez, en la definición de Kiev no habrá argentinos. Ni campeones ni descorazonados, directamente no habrá ninguno. ¿Un síntoma de regresión? Afirmarlo sería una exageración, mejor creer que ha sido una eventualidad. Sí, es una pena faltar donde todos quieren estar.
Real Madrid vs. Liverpool, nada teñido de celeste y blanco. Será un escenario extraño porque prácticamente no hay antecedentes en casi dos décadas. Apenas tres veces no hubo argentinos en la cancha. En la final de 2013, cuando en un duelo exclusivamente alemán, el Bayern Munich de Jupp Heynckes derrotó 2 a 1 al Borussia Dortmund de Jurgen Klopp. Es más, entre los 22 titulares solo apareció un futbolista sudamericano, el zaguero central brasileño Dante. Y un año antes, el sorprendente Chelsea de Roberto Di Matteo derrotó por penales a Bayern en el propio Allianz Arena de Munich. Ese día, la cuota sudamericana volvió a ser mínima, David Luiz, sí, nuevamente un defensor brasileño.
El otro desenlace que no contó con un argentino fue el de 2006. En París, la segunda ‘Orejona’ de Barcelona, en los orígenes de la revolución azulgrana. Ese plantel lo integró Maxi López, y también, un Messi de 18 años que comenzaba a atrapar la atención a golpes de asombro. Por cierto, un concierto suyo en Stamford Bridge, por los octavos de final de ese torneo ante Chelsea, provocó que el mundo hablara de él. En ese semestre que desembocaría en el Mundial de Alemania, Messi se desgarró dos veces el bíceps femoral derecho: el 5 de febrero y el 7 de marzo.
Falto de ritmo, sin el ajuste ideal, Rikjaard no lo llevó ni al banco. Messi se enfureció, mucho. No se sumó a los festejos en el campo ni retiró su medalla. Cuenta la leyenda que lloró de impotencia en el vestuario. Y cuentan, los testigos, que ahogó su bronca con una borrachera en la discoteca de Champs-Élysées donde el plantel celebró hasta el amanecer. Se juró no perderse nunca más una final. Quizá la rabia fue su combustible para los títulos de 2009, 2011 y 2015. Un genio enojado duplica su peligrosidad.
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