Opinión. Sin Kiss, al hincha de River lo espera el baile con la más fea
En las últimas semanas, los hinchas de River ya se hicieron la idea de que las posibilidades de disfrutar en el Monumental pasan más por haber sacado una entrada para presenciar el recital de Kiss que por ser testigos de los barquinazos del equipo. Futbolísticamente, River viene tan maltrecho como seguramente habrá quedado el campo que soportó a los miles de fans que vibraron con el mítico grupo rockero. El negocio económico del alquiler del estadio para la organización de recitales va en contra de los intereses futbolísticos. River le debe su existencia al fútbol, no a los festivales de música. La urgencia por hacer caja altera el orden de prioridades, algo que no es nuevo por Núñez.
Por eso, cuando en el Monumental se levanta el escenario y se colocan los arcos, el simpatizante de River sabe que "toca sufrir". Para experimentar esa sensación no hace falta que el equipo llegue a etapas decisivas o se cruce con potencias. La angustia y la incertidumbre afloran bien temprano. Esta noche, por ejemplo, ante Nacional, de Uruguay. Lo que debería ser un partido más en la búsqueda de la clasificación para los octavos de final se transforma en algo parecido a una final, en un encuentro en el que empieza a jugarse su futuro en el semestre.
A River se le hace complejo sortear un grupo que comparte con un representante del alicaído medio uruguayo y otros dos conjuntos de irrelevante figuración internacional: Universidad San Martín (Perú) y Nacional (Paraguay). Si ocurre lo peor, el hincha ya está curado de espanto: en 2007, River no pasó la primera rueda ante chilenos, venezolanos y ecuatorianos.
El cuadro de inquietud y pesimismo se agiganta con el tendal de lesionados (Quiroga, Fernández y Buonanotte) que dejó el clásico con Racing. En realidad, con la enfermería más o menos llena, River, en este año, todavía no dio señales concretas de haber superado el coma profundo en que terminó 2008.
Gorosito aún no consiguió reanimar del todo al paciente. Su equipo no juega bien y la desesperación marcó el guión de los salteados triunfos. El arco sigue siendo un dolor de cabeza, las hemorragias defensivas no cierran y la amnesia en ataque persiste. La mayoría de las individualidades no muestra un nivel muy superior al que tuvieron en la decepcionante campaña anterior. Gallardo, con lo último que le queda de su carrera, trata de aportar algo de criterio y conducción en medio del desgobierno. Fabbiani ya acumula demasiados desgastes: en la cancha, ante los micrófonos y sobre la balanza.
Se fue Kiss, se apagaron la música y la diversión. El hincha que vuelva esta noche al Monumental corre el riesgo de bailar con la más fea.
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