Sustos y emociones bajo una mirada alemana del clásico
Un periodista de un diario de Francfort observó el partido desde la popular de River entre sorpresas y asombro
"De González Catán, en colectivo, a la cancha de Boca, por Laguna..." Para el que viene de Europa y conoce la Bombonera solamente por la canción de Joaquín Sabina, ir a ver el superclásico es algo que inspira fascinación... y miedo. Mucho miedo.
Luego de los últimos hechos de violencia, la propuesta de un alemán de ir a la segunda bandeja de la popular visitante provoca un canto unánime: "No vayas", "te van a orinar encima", "ojo, que te van a robar". Se supone que ir a ver la Bundesliga es algo más civilizado. Con tanto canto, habría que comprobar...
Llegar ya es toda una aventura. Unos amigos conocen el atajo por debajo de los puentes de la Autopista Buenos Aires-La Plata. Vamos al sector de River, que no ayuda mucho en quitarme el miedo. Las villas, los charcos de barro, me preparan para cuando salimos a la Ribera: casas pintadas, el Buenos Aires de las postales. Además, todos van de rojo y blanco. Eso está bien organizado, ya estoy más tranquilo.
La cantidad de "cuidacoches" es sorprendente. La que nos toca -sí, era una mujer- no para de profesar ser hincha de River. La cantidad de policías ya no sorprende tanto. En las caras de algunos veo un nerviosismo preocupante. No puedo saltar ni cantar tanto como la masa, porque me fijo en el sudor en la frente de uno de los agentes, y en su mano, que se crispa hacía su estandarte. Pero es verdad lo que había leído, esos bigotes impresionantes de los policías de los años ochenta han desaparecido. Los demás ya están más allá: "¡River, River!" Es una alegría difícil de encontrar en un estadio germano.
Pienso en los cuatro muertos en el año, hasta ahora, y veo a la policía a caballo. Pasamos un control, dos controles, tres. Tiran los encendedores al suelo, de repente empujan de atrás, me quedo enganchado. Ahora: gritos, movida, y tres policías rabiosos nos amenazan agitando palos de madera. Huimos hacía la escalera. El primer susto.
Hay olor a orina, y la subida a la segunda bandeja me parece claustrofóbica, pero vale la pena: °qué vista! La cancha me parece raramente chica, igual que la falta de un tablero electrónico. Es un estadio de los viejos tiempos. La omnipresencia del Diego lo confirma.
En ese instante, la Bombonera empieza a latir. Me lo habían prometido, pero cuando llega el momento de sentir cómo se mueve el suelo, me vibra el estómago. Saltan, y sale una canción conocida, cantada por tantas voces, que me da escalofrío. Faltan dos horas, y no paran ni un segundo de cantar. Busco un sitio, cuando un amigo me susurra: "Vámonos, es el lugar de la barra brava." Menos mal. Escucho algo familiar: "Bayern, Bayern, Bayern!" Ay, qué irónicos llegan a ser los argentinos.
A mi lado salta Selva, una joven que no me llega a los hombros: "Los de Boca están callados, son amargos", me explica. "Mi novio está allá" -por la tribuna de Boca-, agrega. "Cortaría con él", dice que respondió a una encuesta sobre lo que haría con tal de que gane River. "Pero es mentira..." Nada más lejos de conflicto y violencia.
Los hinchas sacan las banderas y se suben a los paraavalanchas. Muchos se quedan sin vista, y empieza el caos. "No más violencia", dicen banderas gigantescas sobre el campo. Algunos se ríen: "¿No más, ni menos?" La lluvia persiste, pero la segunda bandeja está protegida. Lloran los ángeles de la guarda de la Boca sobre la Bombonera. Sabrán por qué.
Empieza el partido, fogoso, tanto arriba y abajo. La pelota está cerca del arco de Boca. No veo nada. Patea Cambiasso, dos segundos de suspenso, y cae la avalancha: "¡Gooool!" Me caigo, no me caigo, me pegan de alegría, y en este momento no soy el alemán, paso a ser una parte de un monstruo compuesto por miles de argentinos que se llama River. La alegría del segundo gol sólo es superada por la lluvia de papeles luego de la pausa. No veo nada, rozo cuerpos desnudos, sudados y tatuados, y siento una intensidad que hace olvidar el miedo. Otro gol, y algunos de Boca se marchan. "¡Boca no te vayas, Boca vení, quedate a ver a River, te vas a divertir!" A humillar como sea. Le pregunto a un rubio alto que está con Los Borrachos, para saber si con tanta provocación va a haber pelea. "¡Para nada!", y señala para enfrente. Estoy asombradísimo al ver que los de Boca están de fiesta. No obstante, nos ahorramos el baile final. "Veinte minutos hasta que dejen salir La Doce", me explican. Excitado, contento, sudado, bajo corriendo a mojarme como nunca. Se abren las nubes sobre la Bombonera y lloran los ángeles de la guarda de La Boca.
Escena de amistad
En una azotea de las casas bajas de alrededor del estadio, se vio a un chico de 12 años, aproximadamente, que agitaba una bandera azul y amarilla. Tomó de la mano a la niña que se encontraba a su lado. Ella llevaba la camisa de River.
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