Tevez se abrió paso a la leyenda y agitó los fantasmas de River
Había una cuenta pendiente y todas esas cuestiones que alimentan las llamas del orgullo. El recuerdo anima a la desmesura, por eso en un tiempo se hablará del magnífico superclásico que Boca le arrebató a River en un Monumental enmudecido. Y se recordará a un hombre, que montado en la épica de la venganza, grabó su nombre. Aguijoneado por sus demonios, arrinconado por superclásicos de intrascendencia que él mismo no se perdonaba, Carlos Tevez finalmente sintió que dio la talla en el partido que vale doble. Porque desata el propio festival y agita los fantasmas ajenos.
Boca, aun en la punta del torneo como cerró el domingo, es un equipo inestable. Pero lo tiene a Tevez, el superhéroe con la piel dura de los sobrevivientes. Mientras deshoja que hará en 2017, entre una carretilla china de dólares, el confort del retiro en el mullido sofá de su living o completar la carrera rumbo al título, acaba de saldar una deuda con el escudo, con los colores. Su alma bostera le demandaba el clásico consagratorio. Ese hincha desahuciado, su verdugo interno, le reclamaba algo de paz interior.
Boca y la vendetta se encontraron con perversa complicidad. Con ese sabor dulzón que nunca empalaga al vencedor. La lógica del fútbol, siempre perturbadora, cenicienta infiel, se clavó burlona en el corazón de Núñez porque a media hora del final la única proyección posible era adivinar por cuántos goles ganarían los millonarios. Pero festejó Boca y su triunfo se filtró en la historia a golpes de emoción. Porque desobedeció tendencias, arrinconó los merecimientos y alumbró una figura fulgurante, dueña de todas las explicaciones.
“Los hinchas saben que yo muero por estos colores. Que la gente de Boca lo disfrute. Este año también, como el año pasado, todo volvió a la normalidad”. Tevez lanzó sus primeras sensaciones todavía en el campo. Pero el encuentro había concluido, entonces sí afloraron el hincha y las chicanas. Claro, desde que volvió a Boca, jugó cuatro clásicos y no perdió ninguno: se llevó dos y empató dos. En 2015... cuando visitó el Monumetal… ganó. Le sienta bien.
Y confesó su íntimo exorcismo: “Creo que hice un gran partido y me saqué el peso que tenía”… Y volvió a ser enigmático con el futuro: “Era casi el último que me quedaba, así que… estoy feliz. Uno vino al club de sus amores a tratar de hacer feliz a la gente de Boca, pero el mundo del fútbol está muy loco y se hace difícil disfrutar. Tengo que parar la pelota, solamente quiero descansar la cabeza y pensar. Si me quedo, Boca necesita a un mejor Tevez, como el de hoy, y si no lo puedo hacer, daré un paso al costado”, aventuró. Nadie le quiere creer por la Ribera y ya organizan plegarias para el próximo domingo, ante Colón, en la Bombonera.
Asumió naturalmente su importancia y se hizo cargo del equipo ante la fuga del resto. Porque lo dejaron solo. Afrontó el duelo sabiendo que el juego pasaría invariablemente por sus pies. “Fue uno de los partidos en los que más libre me sentí. Y cuando hice la gallinita también, lo pongo ahí... Sabía que si nos concentrábamos en jugar y no en protestar o en lo que hacían ellos, teníamos posibilidades de ganar…” Cuando Tevez transmite una sensación de plenitud, al rival sólo le queda rendirse. Lo aceptó Gallardo tras la derrota: “Tevez es el jugador distinto de ellos. Es un jugador decisivo y lo demostró. Hizo un golazo en un momento del partido que estaba muy parejo y bastante cerrado. Son esos jugadores que tienen las cualidades de poder ganar un partido”.
Un gran talento también puede hacer esfuerzos de adaptación a las necesidades del equipo. Hasta rescatar a un equipo que desfilaba sin rebeldía hacia la derrota. Porque en los primeros diez minutos del segundo tiempo Boca se salvó de milagro de una paliza, cuando Alario desperdició dos situaciones increíbles y un remate de Pity Martínez se perdió pegado a un palo. Pero estaba Tevez, su protector solitario. El nunca perdió la intensidad ni la irreverencia. Tevez es un jugador que esconde detrás de un estilo elegante, decisiones filosas. Hace algunas semanas que recuperó la rebeldía. Y los grandes jugadores enojados, son voraces.
Asistió por enésima vez a Pavón y Batalla volvió a ganarle al atormentado extremo xeneize. Pero en la jugada siguiente el arquero dudó entre todos los recursos posibles, no uso ninguno y Tevez lo dobló en viveza. Entonces Tevez asumió que no se trataría de andar mendigando soluciones mágicas. Él podía completar un guión cargado de electricidad y vaivenes. La bomba combada al ángulo de Batalla petrificó al Monumental. “Solo estaba esperando que me llegue la pelota, ya sabía donde la iba a poner”, confesó con más certeza que vanidad. Algo más tarde, Centurión selló el aluvión xeneize con el tercer tanto en 20 minutos. River ya se había rendido ante Tevez. Cuando los locales ladraron poco y mordieron menos, Apache nunca dejó de mostrar sus colmillos.
El triunfo y sus mil simbolismos le permitieron a Boca regalarse una tarde soñada. Aires de represalia lo guiaron por el superclásico. Volvió a ganar en el Monumental –donde no pierde desde 2010– y tomó el liderazgo de un campeonato del que eyectó a su rival eterno. Pero, especialmente, lo dejó a River confundido a días del partido que lo desvela con Rosario Central. Gallardo se quedó pateando fastidio, rastrillando explicaciones. Logros de altísima rentabilidad que llevan la firma de Tevez. El hombre que enjauló sus demonios para abrirse paso hacia la leyenda.
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