Una pasión incontrolable
El equipo Coreano es admirado por las más jóvenes, que tienen a Hiddink entre sus preferidos
SEUL.- Faltan como dos horas para que los jugadores de la selección coreana dejen sus habitaciones del Renaissance Seoul Hotel, pero ellas pueden esperar ese tiempo, y mucho más también.
Son poco más de las 17 y la lluvia, aunque tenue, no se detiene. Unas 400 chicas se apretujan a lo largo del cerco que rodea la entrada del hotel, buscando la mejor posición para observarlo todo. Aquí no domina el rojo tan extendido de las remeras de Be the reds que pululan por todo el país: la mayoría de ellas está con uniforme colegial. Demasiada ansiedad como para pasar por casa antes de venir.
Los paraguas se aprietan uno scontra otros, pero a las que no lo trajeron no les importa mojarse por ver a sus héroes. El rumor de que el ómnibus está por arrancar detiene la excitación colectiva.
El despliegue de seguridad es impactante. Da la sensación de ser algo desmesurado: decenas de agentes -en algunos de ellos sorprende su aspecto juvenil- tratan de mantener a raya a las chicas. De todos modos no hay peligro: no parece que la situación vaya a descontrolarse. Además de ese personal que trabaja en la vereda, estacionados en doble fila hay ocho ómnibus cargados de policías, esperando el momento de la salida hacia el estadio para escoltar al plantel que irá a hacer la práctica oficial previa a la semifinal ante Alemania. Mientras esperan, hacen lo que todo el mundo aquí cuando tiene que esperar: comer, sea la hora que sea.
La mayoría de estas pequeñas -da la impresión de que tienen entre 12 y 18 años, aunque también se ven algunas de más de 20- apenas si tiene idea de lo que es el fútbol. Incluso, hace unos meses muchas de ellas no conocían a ninguno de los jugadores. Pero la onda rojatodo lo puede, y ahora pueden señalar desde el número de calzado hasta el plato favorito de sus ídolos.
Las cámaras las enfocan, porque la curiosidad ahora son ellas. Algunas advierten la credencial del cronista y quieren preguntarle algo. La comunicación es imposible; obviamente, lo hacen en coreano. El ómnibus que traslada a los jugadores es una secuela móvil del fanatismo: entre los cientos de graffiti que le fueron dejando las chicas parece vetusto, aunque esté lejos de serlo.
La mecha que empieza a hacer detonar la histeria colectiva se enciende con el movimiento de fotógrafos, policías y personal del hotel. Y el el éxtasis surge al aparecer los jugadores. En gratitud por tanta veneración, las niñas sólo reciben alguna que otra sonrisa y un saludo. La mayoría sube al ómnibus indiferente.
Pero, ¿quién hace subir el griterío al máximo? ¿Ahn, el ídolo del gol decisivo ante Italia? ¿El arquero Lee, héroe en los penales ante España? No. El objeto del afecto es... Guus Hiddink, el galán maduro de la legión de pequeñas adoradoras. Ropa deportiva azul, bermudas, mano derecha en el bolsillo, el DT holandés saluda y dedica un guiño a la masa femenina de donde surge el alarido mayor. Las chicas agitan los brazos, lloran y se ríen a la vez.
El vehículo parte y es un desbande general; en el estadio esperan otras 1200 adolescentes y las muestras de fanatismo se repiten. ¿Hasta cuándo durará todo esto? A ellas les importa poco si el equipo es primero, segundo, tercero...
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