Informe especial. Una tensa calma
A 50 días del Mundial, las dudas acompañan a Sudáfrica en la recta final hacia el torneo, entre retrasos, un renovado escenario de intranquilidad racial por el asesinato de Terrenblanche, la muy baja afluencia de turistas y un deficitario sistema de transporte
CIUDAD DEL CABO y JOHANNESBURGO.– La mirada se pierde en algún punto brumoso por el oleaje del océano. En el horizonte se recorta la imagen de Robben Island, donde aún se conserva la prisión para líderes políticos negros durante los años del apartheid sudafricano. "Si bien la Copa del Mundo enciende una ilusión, mi país hoy tiene otras necesidades. Si había tanto dinero se podrían haber construido estadios menos costosos y volcar ese dinero en las urgencias de la gente", cuenta Isaacs Sedick, que hoy va para los 70 años y durante 13 fue compañero de encierro de Nelson Mandela. El fue el arquero del Makana FC, uno de los equipos que animaron aquellos torneos entre tantas horas vacías tras las rejas.
Con polémica nació la designación de Sudáfrica como sede del Mundial, en 2004, y esa urticante controversia se encargó de acompañar con fidelidad años de huelgas; rumores de planes alternativos; brotes de cólera; acusaciones de corrupción; masivos cortes de electricidad; el asesinato de Jimmy Mohlala –un miembro del comité organizador–; la salida anticipada del gobierno de Thabo Mbeki, el anterior presidente de la República, y el triunfo en las elecciones del singular Jacob Zuma; la ola xenófoba del año pasado, que provocó la fuga de al menos 35.000 mozambiqueños y zimbabwenses para huir de las agresiones... Inversiones millonarias en las narices de una pobreza galopante. ¿Y qué ocurrirá después del Mundial? Ese es el debate de fondo, pero antes inquieta la marcha de una competencia que está a sólo 50 días de su estreno. Con retrasos, temor ante un escenario de agitación racial y una afluencia de visitantes muy por debajo de lo esperado.
Obras en los aeropuertos, obras en las autopistas, obras en las calles y ajustes finales en los estadios. Un ronroneo de topadoras y excavadoras acompaña la rutina por estos días en cada una de las nueve sedes de la Copa del Mundo. Las ciudades no están encendidas. Hay menos cartelería y afiches de los que, incluso, hoy luce Buenos Aires sobre el torneo. Si un desprevenido cayera desde la luna, tardaría en enterarse de que aquí se jugará un Mundial de fútbol desde el 11 de junio. La FIFA acompaña el fenómeno con ansiedad y tensión: sabe que a más tardar necesita que a mediados de mayo explote la mundialitis.
El apartheid, el régimen segregacionista que cayó en 1994, dejó muchos muertos y una fractura social y política que no es fácil olvidar en apenas 16 años. Hay cientos de cicatrices en una nación donde son blancos sólo el 9,6% de los casi 50 millones de habitantes. El asesinato, el 3 del actual, a machetazos, a manos de dos empleados negros, de Eugene Terreblanche, el líder del Weerstandsbeweging, el Movimiento de Resistencia Afrikaner (AWB), avivó la tensión racial. Este grupo supremacista blanco exhortó a los turistas a no viajar a Sudáfrica porque el país se convirtió "en una tierra de homicidios". Es más, prometieron venganza y adelantaron que el 1° de mayo decidirán cómo responder a la muerte de su conductor. El odio y el miedo son palpables. Más allá de los avances en el tema, el color de la piel sigue siendo un factor de división. Casi no se percibe una vida interracial más allá de compromisos estudiantiles o de trabajo. Los blancos se quejan con frecuencia de que se les da prioridad y se coloca a gente poco calificada en importantes puestos laborales a los negros sólo por su color.
Aunque el móvil no pareció político, el AWB ligó el crimen con la reciente polémica sobre una canción que se llama "Kill the Boer" ("Maten al bóer", los granjeros blancos). El cántico lo pusieron de moda los jóvenes del partido en el poder, el Congreso Nacional Africano (ANC). Dos tribunales prohibieron esta canción por incitar a la violencia racial. Pero el ANC la defendió en nombre de la memoria de la lucha contra el apartheid. Vale recordar que el presidente Zuma públicamente ha tarareado otra canción, "Awulet’umshini wami" ("Denme mi ametralladora"), que en parte de su estribillo dice "un blanco, una bala". Estos brotes han preocupado, especialmente a los granjeros blancos, de los cuales alrededor de mil han sido asesinados desde el final del apartheid.
Hay una profunda desigualdad, la primera causa de la inseguridad. Los sectores medios y altos viven en barrios cerrados con cercas electrificadas. En Ciudad del Cabo brillan los residenciales Clifton y Camps Bay, y en las afueras intimida la villa Khayelitsha. En Johannesburgo, además de Soweto está Alexandra, una villa con más de 2.000.000 de habitantes, pero también recorrer las calles de la zona de Sandton –brazo financiero del cono sur africano– es como trasladarse a Europa. Son usuales los delitos aberrantes y ocupan buena parte de los titulares de diarios como The Star, Cape Argus, The Sunday Times, Daily Sun o The Sowetan, entre otros. Después de Argentina 78, la Copa vuelve al tercer mundo, a un país donde el 50% de la población está debajo de la línea de la pobreza, con una tasa de desocupación del 24%, una expectativa de vida que no llega a los 50 años, una media de 52 asesinatos diarios y con el triste récord de 5,7 millones de infectados con VIH.
No se observa numerosa presencia policial por las calles, pero juran que durante el torneo se desplegarán 41.000 agentes. No hay psicosis alrededor de la seguridad, pero sí consejos que conviene seguir. Por ejemplo, no hace falta caminar solo por el centro de Johannesburgo a las 8 de la noche. Y mucho menos recorrer el impenetrable barrio de Hillbrow, justo donde se encuentra el estadio Ellis Park, donde el 12 de junio debutará la Argentina ante Nigeria.
"En nuestra planificación está contemplado cualquier tipo de eventualidad, incluso los ataques terroristas. Puedo decir, sin una sombra de duda, que la seguridad está garantizada. Hemos entrenado todos los escenarios posibles", dice Visnu Naidoo, el jefe de comunicaciones del servicio policial sudafricano. Con la sombra de la supuesta amenaza de Al-Qaeda de involucrarse con violencia durante el certamen. El tema es tan sensible que las insistentes dudas irritan a las autoridades sudafricanas, y de inmediato recuerdan que desde la caída del apartheid el país ha organizado el Mundial de rugby (1995), la Copa Africana de Naciones (1996), el Mundial de Cricket (2003) y la Copa de las Confederaciones (2009) sin que se registraran incidentes. Y eso es verdad. Sudáfrica sueña con ser sede de los Juegos Olímpicos de 2020...
Visitantes en fuga
La construcción de los estadios siempre ha sido la menor de las preocupaciones para la FIFA. En definitiva, sabía que con inyecciones de dinero las obras se completarían, y el pasado 26 de marzo, Danny Jordaan, presidente del comité organizador, anunció que los coliseos estaban listos. "Ya no me preocupan los estadios, sino aquello que pasa alrededor", confesó Jerome Valcke, secretario general de la FIFA. El temor de la cúpula de la FIFA siempre ha estado en las adyacencias de una cancha, es decir, en el escenario socioeconómico y político del país sede. Porque si las condiciones no son de estabilidad, el negocio huye despavorido. Y, ya saben, esta vez el negocio no será fabuloso. O, al menos, tan fabuloso como se esperaba.
Los primeros cálculos indicaban que llegarían a Sudáfrica cerca de 600.000 turistas para el Mundial. Luego, la cifra comenzó a bajar. Y entró en un tobogán. Primero fueron 500.000, después 450.000... y hace unos días, Jordaan no lo ocultó más: "Estamos sobre los 100.000, tal vez 200.000 ahora... y todavía creo que podemos alcanzar los 300.000. La realidad es que el mundo cambió", apuntó, y culpó a la crisis global para entender por qué la gente eligió no acudir a Sudáfrica. A Alemania 2006 asistieron 2 millones de visitantes...
La FIFA ha confiado que la venta de entradas ha resultado especialmente decepcionante en el mercado europeo, por eso aún quedan aproximadamente medio millón de tickets que comenzaron a venderse para el público sudafricano, ya no con tarjeta de crédito y por Internet, sino en efectivo y por ventanilla, a sólo US$ 20 la categoría más accesible, un precio impensado, el más bajo en la historia reciente de los Mundiales. Originalmente, el 11% del total de entradas –2.950.000– iban a venderse bien baratas para los sudafricanos, pero el desinterés de los extranjeros y el sobrante que iba quedando provocaron que aquel porcentaje trepase hasta el 29%.
Mientras es cierto que el sorteo del fixture no colaboró, con partidos poco atractivos, como Argelia vs. Eslovenia, Paraguay vs. Eslovaquia, Australia vs. Serbia, Nueva Zelanda vs. Eslovaquia y Honduras vs. Suiza, vale recordar que miles de entradas ya fueron regaladas a los obreros que participaron de la construcción de los estadios y otros 120.000 boletos gratis se distribuyeron a través de los sponsors. Estos ejemplos sirven para entender cómo después se anuncia "entradas agotadas" y las tribunas muestran sensibles claros.
Y otro dato contundente que retrata la pobre demanda de los visitantes: la agencia Match, delegada por la FIFA para encargarse de las reservas y los paquetes turísticos para los visitantes, acaba de devolver otras 300.000 noches de hotel de las que tenía reservadas. "La devolución es decepcionante", asumió Brett Gongan, director ejecutivo de la asociación hotelera sudafricana. Hoy, Match sólo conserva 600.000 noches de hotel de las 1,9 millones que había solicitado, otro cachetazo al mentón.
Los esfuerzos de Sudáfrica por ser un buen anfitrión aún la mantienen lejos de los estándares de calidad que ofrecieron Francia, Corea-Japón y Alemania, las tres últimas sedes mundialistas. Y eso ya no va a cambiar. Con el transporte público como el punto más controversial y seriamente deficitario. Vale aquí recordar una entrevista que La Nacion mantuvo con Carlos Sersale Di Cerisano, embajador argentino en Sudáfrica, en octubre de 2008, en Pretoria, justamente a raíz de los problemas colaterales. "No existe el transporte público aquí. Uno no puede parar taxis por la calle. No hay una ruta para tomar el colectivo o el subte, eso no existe en Sudáfrica."
Para el 1° de mayo, sí, 42 días antes del estreno de la Copa, está prevista la inauguración del nuevo aeropuerto de Durban. Hoy, en las terminales, los obreros trabajan casi sin descanso. El aeropuerto OR Tambo, en Johannesburgo... también está en plena remodelación. Accesos, jardines, nuevos comercios y zonas de estacionamiento corren contra reloj. "Sudafrica’s time", resume invitando a la paciencia Thaobo Mkphenzi, un taxista ocasional. Los plazos –por cierto, ya largamente excedidos en todos los ejemplos que puedan venir a la memoria– son bien distintos de lo que la FIFA acostumbra. Y aunque ya no hay alternativas, ésa es la sombra que no deja de inquietar en Zurich.
El tren...fantasma
Una muestra contundente de los retrasos y hasta proyectos inconclusos con los que se abrirá el Mundial es el moderno tren bautizado Gautrain, que prometía unir la cabecera aeroportuaria de Johannesburgo con el estadio Soccer City, el acomodado barrio de Sandton y la ciudad de Pretoria. Por ahora hay un breve recorrido experimental y la vocera del proyecto, Barbara Jensen, aceptó que comenzará a operar el 8 de junio, es decir sólo tres días antes del debut del torneo, pero sólo llegaría hasta Sandton, porque la extensión hasta Pretoria ya quedó programada para mediados de 2011. El temor más firme es que, aun terminado, luego de la Copa quede como un elefante dormido debido al costoso valor del boleto para el raquítico bolsillo de un trabajador sudafricano.
Trasladarse es un obstáculo. Prácticamente no existe una red de transporte, posiblemente una dura herencia del regimen apartheid que deliberadamente ignoró la movilidad pública porque de ese modo impedía o al menos limitaba la circulación de la población negra, entonces sumida en los guetos. El principal medio son unos minibuses poco confiables, sin regulación ni horarios, que improvisan los recorridos y apiñan hasta 12 personas. Con ellos son usuales los accidentes en un tránsito generalmente agitado. Pero, además, convive un foco de conflicto entre el gremio –la UTAF, United Taxi Association Forum– que agrupa a estos trabajadores y un incipiente servicio de transporte, bautizado BRT (Bus Rapid Transit), que el gobierno ha desarrollado especialmente frente al Mundial. Son unidades modernas que podrían "entorpecer" el negocio de los minibuses, por eso ya hubo protestas y barricadas con neumáticos en llamas que obligaron a la intervención de la policía en un par de incidentes en las últimas semanas. Para entenderlo mejor: algunas unidades fueron atacadas con disparos de arma de fuego.
En los pocos carteles callejeros que anuncian el Mundial se lee "Ayoba". Significa "estupendo", y vaya si encerrará una expresión de deseo. "No maten al Mundial antes de que empiece. Hay que darle una oportunidad a Sudáfrica", repite Valcke cada vez que puede frente a la prensa internacional. Vaya a saber si convencido, pero políticamente es indispensable inyectar confianza en un ciclo marcado por los zarandeos. El presupuesto original se multiplicó diez veces, los estadios que debieron entregarse a fines de 2008 pasaron hace tres semanas la última inspección, el transporte ya se sabe que será traumático, la inseguridad es una celada que espera agazapada y, además, con sino inoportuno recrudeció la intemperancia racial. Quedan entradas, sobra alojamiento y habrá menos de la mitad de los turistas calculados. Sudáfrica no tiene paz.
- "Los planes de catástrofe son un desastre"
Mucha gente en Sudáfrica cuestiona el gobierno de Jacob Zuma (foto) porque ha dejado de atender cuestiones esenciales. Por ejemplo, el profesor Efraim Kramer, autoridad médica de la FIFA, confesó que los hospitales públicos sudafricanos no están preparados para una catástrofe como una estampida del público durante el Mundial. "Los médicos de los hospitales públicos no tienen absoluta idea sobre planes de catástrofe. Los hospitales son lo que son, no hay manera de cambiar toda la estructura sanitaria en unas semanas", apuntó. El gobierno dijo que los hospitales públicos se harán cargo del 70% del volumen de trabajo durante la Copa.
- Y la Gripe A también aparece como una pesadilla
"Una de nuestras pesadillas más grandes es el hecho de que el Mundial se jugará en junio, cuando estará la posibilidad de otro brote de H1N1 (gripe A)", confesó Aaron Motsoaledi, ministro de Salud de Sudáfrica. "Mucha gente estará junta en Sudáfrica. Será un desafío para nosotros", agregó el responsable del área de salud. Africa es el continente menos afectado hasta ahora, con 167 muertes por el virus H1N1, de acuerdo con los datos de la OMS.