Urs Meier, sin mayores problemas
SEUL (De nuestros enviados).– Sobre los hombros del suizo Urs Meier reposaba el peso de millones de miradas, ojos que escudriñarían como nunca en lo que va de la Copa del Mundo el trabajo de un árbitro. Una ignominiosa lista de gruesos errores arbitrales ya le había puesto al torneo una mancha que no se va a quitar, y la cuestión era, al menos, no echar más leña al fuego.
Y al juez de la primera semifinal del Mundial el trabajo se le vio facilitado por un Alemania-Corea apacible, exento de situaciones controversiales. Pero que la atmósfera era diferente a la que se respiró hasta ahora lo ilustró un hecho puntual: los coreanos, usualmente indiferentes a la labor de los jueces, más de una vez cuestionaron con abucheos algunas de sus decisiones.
Por otro lado, en dos o tres oportunidades se vio al DT alemán Rudi Völler reclamar airadamente sin razón por decisiones del árbitro. Una y otra actitudes hicieron pensar en una especie de guerra de nervios, en un juego psicológico en el que cada parte intentaba capitalizar para sí las derivaciones del mar de suspicacias de los últimos días.
Pero Meier no tuvo mayores problemas. No hubo fricciones ni jugadas polémicas. Sus fallos, en ningún momento decisivos, se ajustaron a lo que ocurría en el juego. El único error remarcable en su labor se produjo en la última jugada del partido, cuando los coreanos gastaban sus últimos cartuchos en busca del empate: una pelota en profundidad para Sang Chul Yoo le habría dado una buena chance, pero Meier cortó el juego, a instancias del juez de línea, por un off side que no fue tal.
Por lo demás, las otras escasas equivocaciones sólo ocurrieron en acciones comunes, como una clara infracción sobre el alemán Marco Bode no cobrada, una sanción en una falta inexistente de Hwang a Ramelow, y alguna que otra más. Nada importante. Las tres tarjetas amarillas que mostró (a Ballack, por un foul contra Chun Soo Lee; a Neuville, por fingir una infracción en el área coreana, y a Min Sung Lee, por agarrar de la camiseta a Bierhoff) estuvieron acertadas.
En general, el suizo buscó estar siempre cerca del juego y generalmente lo logró. Cuando no, se las arregló para ejercer un control apropiado del juego. Contó con una ayuda vital, primaria: la colaboración de los jugadores.
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