Vélez venció a un Rosario Central alternativo y sueña de la mano de los juveniles
Tiene un sello Vélez, es la marca de su entrenador. Y por primera vez en el ciclo los hinchas le reconocieron en público y ante quienes quisieran oír a Gabriel Heinze el trabajo que viene desarrollando en un club que eligió un estilo de juego, una manera de vivir el fútbol, para resurgir cuando la tabla de los promedios empezaba a amenazar. "Que de la mano del Gringo Heinze, la vuelta vamos a dar", se entusiasman en Liniers, aunque la Superliga recién lleve disputada 14 jornadas y haya equipos con algunos encuentros pendientes. Como si se tratara de un guiño, el cántico entró en escena la tarde en que la institución homenajeó a quienes se consagraron en 1968, la que significó la primera conquista de Vélez en el profesionalismo. Se llevaron una ovación los que hace 50 años marcaron la historia, pero también este plantel sin estrellas rutilantes, pero que en nombres como Gastón Giménez, Martín Vargas o Lucas Robertone ofrece motivos para inscribirse medio siglo después entre los candidatos a la corona.
Diseñó la victoria con los argumentos que ya son conceptos aprendidos Vélez. Fue 2-0, pudo ser más amplio. La cabeza de Robertone destrabó un juego que empezaba a pesarle ante un rival que dispuso que se limitó a esperar y a ocupar espacios. Rosario Central ofreció una formación alternativa, porque en 72 horas disputará la final de la Copa Argentina –la cuarta en cinco años- ante Gimnasia y Esgrima La Plata, en Mendoza. A esa altura, Vélez era el que marcaba el pulso desde hacía un largo tiempo. El patrón Giménez imponía el ritmo, asfixiaba con sus movimientos la salida de los rosarinos y dejaba que Bouzat, Robertone y Vargas desplegaran las alas y le dieran vuelo al juego.
Así, el invicto de 14 partidos, con 8 victorias, quedaba a resguardo, aunque esa tensión con la que juega Vélez por momentos lo empuja a cometer distracciones. Un pecado que provocó la reacción de los Canallas, que tuvieron en los pies de José Luis Fernández la oportunidad para emparejar el resultado, aunque en el desarrollo la diferencia era favorable al Fortín. Tapó Lucas Hoyos, que enseñó reflejos y reacción, en un partido que hasta entonces no lo había invitado a tomar parte.
Dos aplausos, un par de silbidos, gestos marcando movimientos, llamados de atención de Heinze para que la estructura volviera a encenderse. Y el equipo le respondió, porque el cierre estableció la real diferencia entre lo que ofreció Vélez y lo que dispuso el rival. Thiago Almada necesitó 20 minutos –reemplazó a Ramis- para marcar e igualar a Robertone como artillero del plantel, con tres festejos cada uno. Fue el momento en que el técnico le dio espacio a Cubero, un histórico, que aporta más en la intimidad del vestuario que en la cancha, pero que no es ajeno a la historia de Vélez, un club que en tiempos de arrebatos calibró un proyecto y ahora quiere disfrutar.
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