Opinión. Verón, las formas del amor a la camiseta
Por Andrés Prestileo De la Redacción de LA NACION
Tiempo atrás, la costumbre de discriminar a las figuras trascendentes del fútbol y del deporte entre héroes y antihéroes le asignó, en la consideración de muchos, un lugar fuera de la sombra a Juan Sebastián Verón. Tal vez pocos o ningún futbolista como él admita un abanico tan variado de opiniones sobre su estatura como jugador. Ni siquiera en el tiempo en el que se mantuvo en la cresta de la ola como referente de la selección de Marcelo Bielsa y estrella del fútbol italiano consiguió reunir el favor mayoritario en ese sentido. También es cierto que en ese entonces, a caballo de esa impronta tan influyente y extendida, muchas veces parecía sobrestimarse su aporte al equipo nacional. Jugaba bien siempre, hiciera lo que hiciera. Pero la tremenda y generalizada amargura por la frustración argentina en el Mundial de Japón y Corea lo encontró como candidato perfecto para expiar todas las supuestas culpas del caso, en uno de esos caprichos que abundan en el fútbol.
Ese nudo de la discusión, a estas alturas, parece destinado a no desatarse. Pero si algo acerca de Verón escapa a cualquier debate es la fortaleza de su vínculo afectivo con Estudiantes. Allí la Brujita supo levantar un templo perpetuo en el sentimiento de la gente, a la que le proporcionó momentos de alegría y de orgullo como pocos en la rica historia del club. Con Verón se podrán poner en la mesa de discusión muchas cosas, pero nunca las múltiples formas en que alimentó esa relación con la institución, un legado familiar que él potenció por puro cariño.
La última muestra llegó casi como una curiosidad, en su decisión de recortarse el sueldo en un 40 por ciento para robustecer la inversión en las divisiones juveniles del club. Puede que esa tendencia al escepticismo que merodea entre nosotros elija relativizar el gesto por lo desahogado de su situación. Juzgar la medida de la generosidad ajena es fácil. Ese criterio, si existiera, no tendría en cuenta que Verón no empezó ahora a tenderle una mano a lo que considera su segunda familia. Lo ejemplar de las instalaciones del country de City Bell, por mencionar un caso, le debe algo también a su preocupación.
Ya en los metros finales de una carrera profesional exitosa, Verón excedió hace rato en Estudiantes la función que le cabe como jugador. Asumió una responsabilidad que no figura en ningún papel, pero que vale más que un documento porque está inspirada en la identificación con unos colores. Si el tan mentado amor a la camiseta tuviera que definirse por la vía de algún ejemplo, el de Verón sería muy adecuado.
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