Viaje a la nublada mente de los jugadores de Boca
Su esfuerzo es el máximo. Se prodiga por el equipo hasta el límite de sus posibilidades e incluso un poco más. Sabe que después del primer semestre de 2018 en el que su juego hizo cumbre hasta despertar los elogios del mejor jugador del mundo, ahora la meseta es evidente y prolongada. Falla más de lo que acierta. Su fuerte siempre fue la velocidad con la que hacía estragos para "limpiar" a pegajosos marcadores, por encima de la definición en el trazo fino. La crisis de confianza y una mente que no ha tenido chance de refrescarse aplicando un F5 que pedía a gritos lo saturó futbolística, anímica y físicamente. Un desgarro lo marginará de las canchas durante un mes y ese descanso obligado tal vez se vuelva un bálsamo indispensable. Nadie tiene garantizado el futuro y en su caso es difícil creer que un buen futbolista puede olvidarse de jugar. En todo caso cabe preguntarse si la mejor versión de sus destrezas volverá a aparecer con la camiseta azul y oro o se impone un cambio de aire. A veces, "poder decir adiós es crecer". Cristian Pavón es el paradigma del momento de fragilidad que atraviesan los jugadores de Boca.
La derrota ante Atlético Tucumán le puso fin a una ilusión que se sostenía mucho más en las matemáticas que en el juego. El Boca de Alfaro aún no tiene una sola señal que la haga reconocible. Un entrenador políticamente correcto en sus decisiones, haciendo uso y abuso de la rotación y alejado de su ADN solo ha logrado hasta aquí inestabilidad en la mente de su tropa, especialmente en aquellos que ocupan lugares de la mitad del campo hacia adelante.
Mauro Zárate sabe que hoy es bastante más que Carlos Tevez, pero sin continuidad nunca podrá sentirse pleno aún con sus excesos de individualismo. Darío Benedetto está amparado por los elogios del entrenador, pero si la ausencia de un organizador de juego lo obliga a retroceder y salir de su zona de confort, entonces pierde gravitación y queda obligado a hacer más cosas de las que le corresponden. Bebelo Reynoso juega con una mochila de plomo en sus espaldas y si bien las responsabilidades parecen superarlo, siempre resulta la pieza más simple y cómoda para el recambio. Julio Buffarini es una alternativa de ataque como recurso apelando a la sorpresa, pero no como sistema previsible y tomando un protagonismo excesivo, propio de un equipo "rengo" que jamás elige la banda izquierda, entre otras cosas porque Junior Alonso no siente la función para tomar un rol ofensivo.
La sumatoria de detalles hacen al todo y el momento, sensible, merece dos planos de análisis.
Desde lo futbolístico, la verdadera conclusión está íntimamente ligada con la construcción del plantel. Tras la ida de Cardona y Pablo Pérez y la lesión de Gago, el grupo carece de jugadores conectores de líneas capaces de hacer jugar al equipo como una expresión colectiva. Boca está conformado en su mayoría por "jugadores de jugadas" cuyas características se definen mucho más por la acción individual que por el pase.
Lo mental parece ser el foco más evidente sobre el cuál trabajar y el más complejo de resolver. El grupo hoy está compuesto por jugadores nuevos, que aún siendo profesionales necesitan descubrir de que se trata el "mundo Boca" con un lógico tiempo de adaptación que hoy parece no existir y otro desgastado, aniquilado moralmente por el "efecto River" al que el hincha impaciente y dolorido le reclama ganar la Copa Libertadores ya mismo, como si no existiera la cronología.
Lo mental parece ser el foco más evidente sobre el cuál trabajar y el más complejo de resolver.
Descartada la utopía de la Superliga, la competencia continental se asoma en breve. Boca vive apurado, histérico y cargado de urgencias. Sus jugadores lo sienten y su mente se nubla. El desafío es tener capacidad para pisar la pelota, hacer la pausa y levantar la cabeza para tomar buenas decisiones.
Se confió en un nuevo entrenador y se rearmó el grupo, pero una billetera poderosa puede comprar casi todo, menos tiempo. Eso es justamente lo que no abunda.
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