Vuelve el fútbol argentino, esa fórmula mágica que odiamos amar
Vuelve el fútbol argentino. Ese cuya última imagen de la temporada pasada nos devuelve la postal del festejo de un equipo como Tigre, que dentro de algunos días comenzará a jugar en la segunda categoría y que mientras siga buscando el ascenso en 2019, simultáneamente participará en la Copa Libertadores.
Vuelve el fútbol argentino. El mismo que por décimo año consecutivo cambia algún detalle de su desarrollo. La variación en la cantidad de equipos es una consecuencia inexorable de aquel engendro imposible de entender que fue el torneo de 30 equipos. El formato que alguna vez tuvo dos torneos cortos (Apertura y Clausura) ahora se desarrolla en uno solo llamado Superliga, cuya cantidad de fechas da como resultado un híbrido de veintitrés partidos.
Vuelve el fútbol argentino. El que hasta hace una semana tenía cuatro descensos por promedio, un mes atrás insinuó que determinaría la pérdida de la categoría por los puntos obtenidos y ahora para dejar medianamente contentos a todos los dirigentes a los que no los une el amor sino el espanto, volverá a usar la tabla de los coeficientes, pero para que sean tres los que desciendan.
Vuelve el fútbol argentino. Ese que como incentivo le entrega a casi la mitad del total de los participantes clasificaciones para las copas internacionales, sin tomar en cuenta que sobre todo en los equipos grandes con planteles profundos en cantidad de calidad el resguardo de la mayoría de los titulares aparece ya desde la primera fecha, dejando al insumo cotidiano en un segundo plano.
Vuelve el fútbol argentino. El que dependiendo de la geografía permite público visitante en algunos estadios e incluso quita los alambrados, pero en otros no levanta la barrera para que hinchas de ambas parcialidades puedan convivir con cierta armonía. El que aplica derecho de admisión a los que hacen del deporte un negocio, pero luego observa con naturalidad como el lugar que los criminales ocupaban en las tribunas populares ahora es un espacio vacío por el temor del "hincha común" a algún tipo de represalia.
Vuelve el fútbol argentino. El que se juega con calendario específico tomando como referencia al fútbol europeo, pero no tiene ni giras de pretemporada por el Viejo Continente ni grandes ventas al exterior (hasta aquí solo 6 jugadores transferidos al otro lado del océano, todos a equipos de segundo orden). El que dejará el libro de pases abierto por las dudas, generando en cada entrenador la incertidumbre de alguna salida que altere sus planes lógicos de trabajo.
Vuelve el fútbol argentino. El que por suerte sigue teniendo jugadores experimentados como Lisandro López, Leonardo Ponzio, Maxi Rodríguez, Luis Miguel Rodríguez o Fernando Belluschi, que a pesar del paso del tiempo se ríen del almanaque. El que muestra el crecimiento de valores como Lucas Menossi, Alexis Mac Allister o Nicolás Domínguez, quienes probablemente serán algunas de las grandes figuras del torneo que asoma. El que sugiere a Álvaro Barreal, Agustín Urzi y Fausto Vera como promesas que buscarán ser realidades.
Vuelve el fútbol argentino. Ese milagro inexplicable que se alimenta desde la pasión y que regula el estado de ánimo del domingo a la noche. Esa fórmula mágica que odiamos amar.
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