Importa cómo juegan
Juan Pablo Varsky Para LA NACION
No importa cómo llegan, éste es un partido aparte. En un torneo corto, el clásico se magnifica y se convierte en una final dentro del mismo certamen. Da la sensación de que se detiene el mundo y no importan ni el antes ni el después. Lamentablemente, el teorema se cumple con frecuencia: la manija que se le da al partido es inversamente proporcional a la calidad que ofrece el espectáculo.
Para River, el frustrante 2005 había transformado a este duelo en el partido más importante de lo que queda del año. Sin títulos, con otra temporada internacional en blanco y a 10 puntos del líder en este Apertura, una alegría en el Monumental era la única manera de tener algo para el brindis de diciembre. Para Boca, el duelo llegaba en una etapa de alta autoestima. Puntero y en cuartos de final de la Sudamericana, una amargura en el Monumental no habría cambiado demasiado el curso de un segundo semestre que invita al champagne a fin de año.
¿Influyó este contexto? Sí, claro. Consciente de su última oportunidad, River intentó gobernar el partido. Exitoso en el capítulo defensivo, fue víctima de su flagrante limitación creativa. En cambio, Boca se puso el traje del especulador. Calculó todo y sólo salió de la postura conservadora cuando vio que su rival ya estaba más pendiente de no perder que de ganar.
Antes del clásico los jugadores confiesan: “Y… es el partido soñado, ese que todos quieren jugar”. Después de un bodrio como el de ayer, los mismos futbolistas ponen esa naturaleza tan especial del partido… como excusa: “Y qué querés, es un clásico, nadie lo quiere perder…”. Pura esquizofrenia futbolera. Ayer hubo once debutantes entre ambos equipos. Se notó la presencia de tantos novatos, casi todos sobrepasados por la dimensión del partido. Ninguno aprovechó el gran escenario para entrar en la historia. Nadie se animó a romper el molde.
Los dirigentes también jugaron el clásico. En River, hay tormenta de año político y el presidente Aguilar hizo uso de su autocrítica para arrancar la campaña. En Boca, pasó la tormenta y el presidente Macri hizo uso de su licencia para encarar la campaña de su propio año político. El conflicto por la cantidad de entradas adjudicadas al visitante se parece mucho a un duelo de egos. Los dos clubes deberán revisar su postura.
¿Y los entrenadores? Mostaza sabe que su amigo pudo elegir el plantel que dirige. Coco armó un grupo ideal para demostrar su vigencia como DT. En la abundancia de muy buenos futbolistas, aparece el mejor Basile con mensajes claros y simples, confianza en el jugador, respaldo al equipo y certeras elecciones. Fiel a su estilo, confirmó el equipo unos días antes.
Coco también sabe que su amigo no pudo elegir el plantel que dirige. Con muchos refuerzos bajo sospecha de no estar a la altura de River y Gallardo como única referencia, heredó un plantel también ideal para revalidar sus credenciales como DT en el equipo de su corazón. En la abundancia de jugadores complementarios, aparece el mejor Mostaza con trabajo de campo y motivación de calle para darles valor agregado a sus hombres. Fiel a su estilo, confirmó el equipo… minutos antes.
Después del partido, cada uno respetó su manera de declarar: Merlo con sus gambetas a las preguntas y Basile con sus frontales pelotazos como respuestas. Frases al margen, ambos saben que el partido fue horrible y que la revancha en el restaurante La Raya en el habitual encuentro entre amigos será mucho más divertida que el 0 a 0 de ayer. Directamente sobraron los arcos.
Nunca River en el ciclo de Mostaza había terminado un partido del campeonato con el arco invicto. Nunca Boca en el ciclo de Coco había terminado un partido del campeonato sin goles para festejar. El clásico lo hizo posible. La casa paga los cafés para la sobremesa con los amigos.
Es cierto. No importa cómo llegan . Lo que importa es cómo juegan… .
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