En off-side. Kissinger, los judíos, los nazis y el fútbol
FÜRTH.- Cuando los judíos de la vecina Nuremberg fueron expulsados, en 1449, los recibió Fürth. Cuando, poco después, echaron a los judíos de Viena, Fürth volvió a abrir sus puertas. En esos siglos XV y XVI, de enorme intolerancia, los judíos eran sistemáticamente barridos de las ciudades imperiales alemanas. A Fürth le vino muy bien recibirlos, y también le dio fama. La ciudad cuyo símbolo es el trébol fue vista durante siglos como campeona de la civilización. Desde 1530 tuvo la comunidad judía más grande de Alemania y a su inteligencia y talento debió gran parte de su prosperidad temprana.
Fürth es un símbolo de lo que no pudo ser. En 1653, el rabino vienés Scheftel Horwitz escribió: "Fürth es una ciudad pequeña, pero a mis ojos es tan grande como Antioquia, la Reina de Oriente, de donde han salido admirables sabios y eruditos". En 1617 se había construido aquí una bellísima sinagoga del gótico tardío, en 1653 ya funcionaba el primer hospital judío de Europa, a principios del siglo XIX casi un cuarto de la población de Fürth profesaba la religión judía y -aunque es verdad que hubo oposición y resistencia-, para fines del siglo XIX las leyes igualaban prácticamente en materia de derechos civiles a unos y a otros, es decir a los judíos y a los cristianos.
Pero también las ilusiones de 400 años se quiebran: el 9 y el 10 de noviembre de 1938 los nazis destruyeron la sinagoga y comenzó la caza del hombre por el hombre. En 1945 hubo un intento de volver atrás. El rabino David Spiro quiso reorganizar la comunidad judía de Fürth, pero la noche había sido demasiado pesada. De los 200 integrantes que Spiro había logrado reunir hasta 1970, sólo quedaban dieciséis a fines de la década del 80. Los hijos no podían superar las pesadillas de sus padres y se iban en masa.
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El Museo Judío de Fürth es la huella más nítida de esta historia lejana. Pero en estos días de Mundial se dedica a mostrar un aspecto específico, un poco inesperado pero no por ello menos apasionante del asunto: la relación entre los judíos de Alemania y el fútbol.
La exposición tiene título inglés, "Kick it like Kissinger" ("Patea como Kissinger") y recorre con criterio alfabético los múltiples vínculos entre el deporte favorito de los alemanes y aquellos que fueron enviados a la muerte por millones en nombre de un régimen que se decía alemán y nacionalista. No es apenas nostálgica la intención de los curadores, Fritz Backhaus y Daniela Eisenstein, ya que en la letra D, con la palabra "Derby" (clásico de fútbol) se muestra lo sucedido el 3 de diciembre de 2005 en el partido entre el Dínamo de Dresde y Energie Cottbus. Los simpatizantes de esta última escuadra exhibieron una bandera negra con la palabra "Juden" ("judíos"), en la que la D era aprovechada para cruzarla con la palabra "Dresde".
Porque ninguna locura ha terminado, se exhiben bajo la letra W de "Waffen" (armas) las que se incautan hoy en día a los barrabravas de tendencia nazi: revólveres, fierros, sevillanas, estrellas ninjas, cuchillos y, por qué no, sables, bombas de gas y espadas.
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A principios del siglo XX, las reglas del fair play y la tolerancia importadas del fútbol inglés atrajeron especialmente a los judíos alemanes, eternos perseguidos que pensaron que a través de este juego podrían ser aceptados por los muchachos de la raza aria. Por eso es que los grandes propagadores del fútbol en esta patria no fueron los arios ni los cristianos, sino los semitas. En la muestra aparece Hugo Meisl (nació en 1881 y murió en un campo de concentración vienés, en 1937), quien fue el autor del primer reglamento escrito en alemán y organizador de la Copa de Europa Central, que se jugó 49 veces a partir de 1927 y fue un anticipo de la Copa UEFA. También, naturalmente, Walter Bensemann, un hijo de banquero nacido en 1873 que fundó a los 14 años lo que llegaría a ser el primer club de fútbol profesional de Alemania, el Football Club Montreux.
La letra H la ocupa cómodamente Julius Hirsch, uno de los ídolos alemanes más grandes de todos los tiempos, desde que en 1912 convirtió cuatro de los cinco goles con los que, por supuesto que en una sola tarde, su selección derrotó a la de Holanda. Al revés que el Charro Moreno o Erico, Hirsch fue llevado a Auschwitz a pesar de su inmensa popularidad y allí murió casi al fin de la guerra, el 8 de mayo de 1945.
En cambio, Heinz Alfred Kissinger, Henry Kissinger (1923, Fürth) no murió, sino que escapó con su familia y llegó a ser todo un personaje de la historia norteamericana. Antes había descollado como número diez en el Spielvereinigung Fürth, donde había llegado con buenos precedentes del cuadro judío Sportclub Bar Kochba.
Si no hubiera sido por Hitler, tal vez Kissinger nunca hubiera tejido sus intrigas políticas y sería hoy en día el técnico campeón de la selección alemana. Es una lástima, un pecado, pero no queda nada por hacer: no se puede viajar en el tiempo.
- Un amante del fútbol con título honorario
Kissinger visitó en enero de 2004 a su viejo club, el Spielvereinigung, que le dio título de socio honorario.