La Bélgica que divierte y se divierte, ejemplo de la relatividad de las grietas
MOSCÚ – Pocos países están más divididos y son más diversos que Bélgica, pero pocas selecciones juegan un fútbol más agradable que el de los "diablos rojos", ya entre los ocho mejores de Rusia 2018 tras el increíble 3-2 sobre Japón. País de tres idiomas y en eterna tensión identitaria, su selección tiene un alto porcentaje de inmigrantes de primera o segunda generación y está dirigida por un español que se formó como técnico en el Reino Unido. Bélgica, puede decirse, es la confirmación de que las grietas y las diferencias pueden licuarse. En especial cuando se trata de deporte, cuando se trata de fútbol.
Roberto Martínez, ese técnico por el que ahora muchos de sus compatriotas sueñan con ver como recambio al frente de una selección que se fue mucho antes de lo esperado del Mundial, le explicó recientemente al "Financial Times" una de las ventajas que tienen los jugadores de un país en el que se habla flamenco, francés y alemán, un país y una selección en la que el multilingüismo y la necesidad de adaptarse al otro, de entender al otro, son constantes: "Cuando dirigía en la Premier uno sabía que, si fichaba un belga, se iba a adaptar enseguida. No tendría problemas ni de comunicación, ni de conciencia de dónde estaba ni de ganarse un lugar importante en el grupo".
Romelu Lukaku lleva esa diversidad al extremo. El delantero del Manchester United publicó semanas atrás en "The Player Tribune" un artículo que generó gran repercusión por el nivel de detalle y sensibilidad con que contó aspectos de su vida y de cómo llegó a ser un gran futbolista. "¡Soy belga!", debía decirle de bien chico a los que en torneos juveniles no le creían que, con su gran altura y siendo negro, tuviera 11 años y pudiera jugar para el país. Lukaku se iba a buscar los documentos de identidad a su mochila para convencer a los que dudaban. Su padre nació en Zaire (hoy República Democrática del Congo), una ex colonia belga en África.
¡Soy belga!, debía decirle de bien chico a los que en torneos juveniles no le creían que, con su gran altura y siendo negro, tuviera 11 años y pudiera jugar para el país""
El delantero habla flamenco, francés, inglés, español, portugués y lingala, una variante del swahili, pero comparte equipo con, por ejemplo, Marouane Fellaini, que sólo habla francés con fluidez, Eden Hazard, que se comunica en francés, o Kevin De Bruyne, que habla y piensa en flamenco.
¿Cómo se comunican los jugadores belgas en el vestuario?, se preguntó tiempo atrás la BBC. La lengua franca es el inglés, y los propios jugadores de Inglaterra se sorprendieron, en el partido de cierre de la fase de grupos, cuando notaron que sus rivales se comunicaban en ese idioma, en su idioma. Lo opuesto a lo que sucedió con, por ejemplo, los paraguayos hablando guaraní frente a los españoles en Sudáfrica 2010.
Lukaku le suma un par de marchas más al asunto: "Puedo empezar una frase en francés y terminarla en flamenco, y puedo meter algo de español, portugués o lingala, dependiendo de en qué barrio esté. Soy belga, todos somos belgas, eso es lo que hace de este un país ‘cool’, ¿no?".
Acierta Lukaku al utilizar el término "cool", otros hablan del "glamour" de Bélgica, un país con una Liga de segundo o tercer orden en Europa, pero que sabe lo que es llegar a semifinales de un Mundial y tiene una gran pasión por el fútbol. La Bélgica que perdió 2-0 ante la Argentina de Diego Maradona en las semifinales de 1986 era blanca, marcada por apellidos como Pfaff, Gerets, Vercautern, Ceulemans o Claesen. Enzo Scifo era lo más parecido a un Lukaku por entonces, hijo de italianos que inmigraron a Bélgica. Hoy, los Scifo y los Lukaku se multiplicaron.
Los hijos de la inmigración que nutren hoy al fútbol belga tienen raíces predominantemente africanas, y en parte por eso la selección ganó alegría y volumen futbolístico. Bélgica, históricamente a la sombra de la más colorida y explosiva Holanda, se miraba en el espejo francés décadas atrás: un fútbol de mucha elegancia pero al que solía faltarle fuerza en los momentos decisivos.
Algo de eso notó la Argentina cuatro años atrás en el 1-0 por los cuartos de final de Brasil 2014, un partido en el que estuvieron muchos jugadores que hoy brillan -Courtois, Kompany, Fellaini, Chadli, etc-, pero que por entonces eran demasiado jóvenes.
Así como Francia ya no es más aquella Francia, tampoco lo es Bélgica. Y a diferencia del equipo de Didier Deschamps, donde por estructura y cultura nacional hablar francés es una imposición paradójicamente natural, se tenga raíces dónde se las tenga, en Bélgica no importa qué idioma se hable: todos se entienden.
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