La fiesta se quedó sin música
Cuando el juego deja de ser lo más importante es un problema. En la Argentina, la calidad del juego es lo de menos. El centro del fútbol no está en la cancha. Hace tiempo que dejó de ser una fiesta. El poder ya no lo tienen los protagonistas del espectáculo. Ni siquiera los dirigentes tienen el real poder. Los mejores futbolistas, o se van, o se acomodan a la realidad. Los mejores dirigentes, ni se involucran en este mundo. El poder lo tiene la gente. Y como todo poder sin estructuras, es caótico, no tiene dirección. Al fútbol argentino lo sostiene la pasión de los hinchas. No hay espectadores, hay hinchas, que a pesar de la fuga incontenible de calidad, persisten en su condición. Hasta parecen estimulados por la pobreza. Porque ser hincha en la malas tiene más prestigio. Interesan los colores y el resultado. El resto da igual. El que arriesga una pelota es un otario. El que traba con la cabeza representa el fervor conductor de nuestro fútbol.
Ayer, soportar una patada era signo de valentía. Hoy, hay que simular. Lo que importa es sacar ventaja. Los técnicos, especialmente en las etapas formativas, hicieron poco para quebrar la tendencia. La prensa cooperó sistemáticamente con un mensaje perverso que endiosa a los exitosos y humilla a los perdedores. La globalización aportó lo suyo: Europa precisaba un marco legal que le permitiera disponer de su riqueza y poder llevarse el oro de América. Bosman fue el principio de la definitiva colonización futbolística. La FIFA, bien, gracias.
Vacío casi todo, sólo las canchas pueden llenarse, a pesar de semejante desguace. La "desertificación" de nuestro fútbol se llevó casi todo, menos la pasión, que lejos de decrecer, aumentó. La asistencia promedio a los estadios es superior a la de las tres décadas precedentes. ¿Cómo se entiende? Ir a un estadio es toda una incomodidad, hay riesgos de violencia, maltratos varios y, encima, la garantía de un pobre espectáculo. El fútbol es el único fenómeno capaz de producir un resultado inexplicable: a peor calidad, mayor concurrencia. Como si un virus autodestructivo atacara a las masas. Pero no. Es la identidad, la pertenencia, el amor por el juego que fue degenerando en amor por la hinchada. Todos están acostumbrados a pasarla mal. El juego, hace rato que perdió su lugar. "La fiesta del fútbol" es espantosa. Lo llamativo es que nadie piensa en organizar mejor, en planear nuevas generaciones, en dar señales de construcción de un nuevo orden, así la pasión vuelve a tener un fútbol que le dé sentido. Por el contrario, hay una plácida adhesión al statu quo, campo en el que se mueven a gusto los mercaderes y los mansos.
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