Los Juegos Panamericanos. La intrépida de la bici que se reflejó en su hermana
A los 22 años, Mariana Díaz consiguió un valioso bronce en BMX; siempre tuvo como modelo a Gabriela, 12 años mayor
TORONTO.- "No vayas a saltar sin que te esté mirando, ¿eh?". Mariana Díaz ya era una pequeña intrépida con su bicicleta y su hermana, Gabriela, le advertía que no cometiera locuras. Pero Mariana, que apenas un tiempo antes se había animado a andar sin rueditas en una bici muy grande para su tamaño, con el infortunio de haberse incrustado contra una ligustrina, ya se sentía lista para volar por los aires en una pista ondulada de BMX. Y le surgió un instinto natural, una necesidad, porque admiraba profundamente las acrobacias de su hermana, doce años mayor.
De aquellos días de la infancia en Alta Gracia el tiempo acelera hasta hoy, con el brillo de una medalla de bronce que vale oro. A los 22 años, Mariana Díaz conquistó su máxima recompensa en su corta carrera después del tercer puesto (42s611/1000), detrás de la norteamericana Felicia Stancil (41s647/1000) y la ecuatoriana Doménica González Azuero (41s948/1000). Temblaba Mariana y se les llenaban los ojos de emoción porque no podía creer lo que había ocurrido. No sólo no entendía su posición final, sino que la imbatible colombiana Mariana Pajón Londoño hubiera quedado tendida después de un choque múltiple, en el que también quedó involucrada Gabriela Díaz, que confesaba: "No recuerdo que Pajón se haya caído alguna vez".
El BMX es una disciplina tan vertiginosa que casi no da tiempo para pensar. Un espectador distraído con el celular podría perderse toda la prueba, en la que los ciclistas sacan ventajas hasta dándose pequeños empujones a sí mismos en el aire. Ahí está la virtud de la colombiana Pajón, que arriesga al encarar cada curva y que se sostiene con una tremenda fortaleza mental. Pero la historia pasa por las Díaz, que transitan juntas esta pasión por el BMX y ayer se fundieron en un gran abrazo, seguramente recordando sus interminables ensayos en Córdoba. Aunque en paralelo con este podio hay un conflicto sin solución. Las chicas no están conformes con el trato de la Federación y con Ignacio Kaul, uno de los entrenadores de la selección argentina. Consideran que les falta una mayor contención; se quejan de que las hayan dejado solas en recientes giras en el exterior y que desde la conducción se les preste más atención a los varones. El agradecimiento de ellas es sólo para Gabriel Curuchet y el italiano Cristiano Valoppi, el team manager. En este relato de desencuentros, Kaul se defiende: "Quizá sea una cuestión de hábitos y de criterios diferentes, la realidad es que los resultados con las chicas me avala. Si te fijás en el ranking verás el ascenso en las posiciones desde que nos hicimos cargo, ya hace varios años".
Fuera de las internas, Mariana no podía creer el desenlace de la carrera: "Después del choque empecé a contar a las competidoras: una, dos? y yo. Conté otra vez: una, dos y después venía yo. Es por lejos mi logro más importante", disfrutaba. Si algo se le critica es que cuando corre en la misma manga con su hermana tiende a adoptar una posición más pasiva durante la carrera, como escondiéndose, quizá por esa veneración hacia Gabriela (oro en Río 2007 y bronce en Guadalajara 2011), de quien sabe cómo le fue en cada carrera de su larga trayectoria. "Pero cuando compite sola se lanza como un misil, ahí se desinhibe por completo", apunta Curuchet.
La perseverancia, la garra y el deseo de aprender condujeron a esta medalla de bronce. El Comité Olímpico Argentino se detiene especialmente en los triunfos de los jóvenes atletas que llegaron a esta cita, y Mariana Díaz empieza a enseñarse como un pequeño tesoro. Ella hunde todo su peso en un pedal, luego en el otro y sale disparada hacia el próximo desafío.
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