De viaje. Lágrimas distintas
ATENAS (De un enviado especial).- El sábado de gloria olímpica para el deporte argentino fue movilizador hasta las lágrimas. Para qué negarlo o andar escondiendo sentimientos en nombre del pudor profesional o de la recomendación periodística de no involucrarse con los acontecimientos más allá de lo que requiera la crónica o un análisis. Fue imposible ponerle dique al torrente de emociones que encontró vías de escape por los lagrimales. El deporte siempre ofrece esa posibilidad.
Así volvíamos al hotel en la avanzada madrugada ateniense del domingo. Exhaustos y con la adrenalina acomodándose en los parámetros normales. Recorríamos el camino habitual, en las inmediaciones de la estación Monastiraki, corazón del barrio turístico de Plaka, un lugar efervescente a toda hora del día y que encuentra su clímax con la vida nocturna. Cargando mochilas y computadoras, con la credencial al cuello como un elemento más de curiosidad para el observador ocasional, siempre fuimos marcianos caminando en medio de esa tribu de jóvenes que atiborraba los bares y ganaba las callejuelas al ritmo de la música y los tragos.
Siempre la tuvimos como una zona ardiente por la diversión, el bullicio y las pautas de la moda. No más que eso? hasta anteanoche. Ya a unos metros de distancia se notaba un panorama distinto, más nervioso y agitado. La aproximación constató la primera impresión: hubo una batalla campal, promovida por skinheads y anarquistas, quienes se enfrentaron con la policía. Los revoltosos sembraron el caos con bombas del tipo molotov.
La respuesta de la policía no se hizo esperar con los gases lacrimógenos. Volaron sillas, pedradas, hubo una estampida de gente asustada, se incendiaron contenedores de basura, hubo roturas de vidrieras y automóviles. Por cada pisada crujían los pedacitos de vidrios que quedaron esparcidos. El parte policial informó que se detuvo a trece personas, de las cuales cinco debían declarar ante la Justicia.
Se respiraba un ambiente viciado, degradado. La llegada al hotel no fue entre la multitud habitual, sino en medio de los destrozos. Y en el aire aún flotaban los efectos de los gases lacrimógenos. Como horas antes en el estadio y en el gimnasio, nuestros ojos volvieron a irritarse y brotaron las lágrimas, ácidas y forzadas, porque las dulces y espontáneas se las había llevado el deporte.
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