Grupo C | La última fecha. Lástima que no era una final
FRANCFORT.- Desde temprano, desde muy temprano, hubo clima de final. Lo dijo gente que estuvo en muchas finales y sabe lo que dice, y hasta quien no estuvo en ninguna se daba cuenta de que la altísima temperatura emocional que se daba en las calles de Francfort no era cosa de todos los días. Estaban todos los elementos: dos candidatos eternos al título, entradas agotadas desde hace semanas, expectativa, clima circense, precios de la reventa que se iban a las nubes. El Argentina-Holanda de ayer hubiera merecido ser una final, y tanto lo hubiera merecido que hasta es posible que dentro de unos días en efecto lo sea. Ojalá, para que se repita esta fiesta, y ojalá que José ponga a todos los titulares y, naturalmente, ojalá que la segunda vez ganemos.
Ayer estuvimos cerca. Fue cero a cero, a pesar de que los argentinos de la tribuna marcaron una enorme diferencia. Pero la FIFA, ultraconservadora, todavía no se decide a traducir esa diferencia en goles, lo que nos priva una y otra vez de legítimos triunfos.
Como era lógico, los holandeses eran mayoría: les cuesta menos llegar a Alemania, son vecinos y no necesitan más que un par de horas para pasar del living de su casa a la platea del estadio. Sin embargo, se veía mucho más a nuestros compatriotas, lo que esta vez tuvo su lado bueno. Ellos hicieron valer su ingenio con carteles auténticamente graciosos, como el que, en supuesto alemán, decía: "Pasen a pasen". Y, sobre todo, se los escuchó muchísimo más, a pesar de su inferioridad numérica, ya sea coreando la dificilísima introducción del Himno, ya sea cantando a toda garganta la colección de grandes clásicos de las canchas porteñas.
En la estación de tren y en las calles del centro se veían carteles que pedían entradas en todos los idiomas, desde el inglés "I need tickets " hasta dos versiones alemanas (" Suche Karten " y " Tickets gesucht ") y una holandesa, imperativa (" Billjeten! ").
Los "vendedores negros", como los llama la televisión alemana, tuvieron su día. Una entrada que cuesta cien euros llegó a negociarse a mil, multiplicando por diez un valor que es ya de por sí muy alto. Hay gente que se dedica regularmente a este negocio de la reventa y hay también oportunistas que saben que a la ocasión la pintan calva y que no es inteligente perderla.
Francisco, un uruguayito de ocho años, muy vivaz, esperaba el regreso de su papá en la puerta del estadio. "Fue a vender una entrada y vuelve", le contó a este cronista. Y preguntó: "¿Cuánto cuesta una entrada para este partido?". Y, puede llegar a los mil euros. "Entonces la va a vender barata -dijo Francisco-, a 650. Pero a mí me va a dar cien para que me compre lo que quiera."
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Por una vez, la ciudad de Francfort tuvo ayer por la tarde aspecto de caos sudamericano. A eso de las cuatro, cuando todavía faltaban cinco horas para el partido, para los periodistas y para el público en general fue una misión difícil llegar hasta el estadio, que por suerte no está demasiado alejado del centro.
Había muchísimos hinchas, fuerte presencia policial y calles cerradas al tránsito. La situación se complicaba porque al partido de fútbol se sumó un piquete. Sí, un piquete con todas las letras, organizado por los estudiantes de la universidad local que protestaban porque a la limitación de las becas de que antes gozaban se ha sumado el arancelamiento directo de sus carreras. Hasta donde pudimos ver, los policías habían adoptado una estrategia persuasiva: les pedían a los manifestantes buenamente que se marcharan. Ellos simulaban hacerles caso, pero reaparecían en la esquina siguiente. Sus carteles se confundían con los de los hinchas, y ni unos ni otros sabían muy bien cómo salir de semejante atolladero.
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Los simpatizantes del equipo holandés nos superaron en una cosa: el cotillón que trajeron. Los hemos visto con sombreros de los que salían trencitas, con smokings naranjas, con pelucas de las que salían antenas como las de mi marciano favorito. Los hemos visto llevando enormes chopps de fantasía dentro de los que había media docena de botellas de cerveza verdadera. Los hemos visto con sombreros de iguana y pantalones con rabo de león, con cascos de centuriones romanos y disfrazados de hormigas atómicas.
Por la mañana, los naranjas coparon el centro. Se instalaron en la plaza Römer, frente a la catedral, y además de hacer mucho ruido y de adornar la imagen de la Justicia con sus colores organizaron un torneo de pelota sin más reglas que el sálvese quien pueda.
Los holandeses trajeron una docena de pelotas de fútbol y las tiraron al ruedo. Las pateaban lo más alto que podían, con enorme violencia. Esas pelotas podían caer, y de hecho caían, sobre las cabezas y hombros de los transeúntes desprevenidos, que a su vez repetían la acción sin preocuparse por los golpes recibidos, de lo más entretenidos. Una cuadra más allá, en la ribera del río Meno, los puestos instalados junto a las inmensas pantallas de TV que después transmitirían el partido vendían millones de hectolitros de cerveza.
¿Cómo contrarrestaban los pocos simpatizantes argentinos ese predominio holandés de las primeras horas? Con buen humor y algunos arranques de ingenio. Entre ellos, los carteles con la imagen de Máxima junto con un corazón palpitante. Pícaros, se los exhibían a sus rivales para hacerles notar que serán todo lo holandeses que quieran, pero que a pesar de ello tienen potencialmente una reina argentina.
Pero Máxima es prenda de unión entre dos pueblos. Su presencia física y efectiva fue el factor determinante del empate. Una cuestión de tacto impedía a nuestros artilleros acertarle al arco. Estando ella allí, hubiera sido imperdonablemente descortés una victoria.
La próxima vez, la princesa debería considerar la posibilidad de quedarse en Amsterdam.
- LA NACION Deportiva en la gran pantalla
La tapa de LA NACION Deportiva del 16 de febrero de este año, en la que se ve a Franz Beckenbauer pateando una pelota en la embajada de Alemania en la Argentina, fue protagonista exclusiva de la gran pantalla ubicada en lo más alto del estadio de Francfort. Durante cinco segundos, la imagen atrajo la atención de los espectadores.