Messi golpea el espejo de la argentinidad
Se celebra que haya roto el silencio tanto como que expusiera un evidente fastidio. Se le elogia la firmeza de sus palabras del mismo modo que un componente sanguíneo casi inédito. El desahogo público y catártico del mejor jugador del mundo generó distintas reacciones, pero en todos los casos concluyó hacia un mismo desenlace: "Messi se enojó y eso es bueno", se repite desde hace algo más de 24 horas en cualquier conversación futbolera.
Condenados a la idea de la aparición de un líder todopoderoso que nos salve de todos los males, en la vida como en el fútbol, la firmeza en sus dichos, la convicción de sus frases y la claridad de sus pensamientos, nos lleva a suponer que ese Lionel Messi enojado estará más preparado para darle a la selección argentina por cuenta propia, todo aquello de lo que el fútbol argentino carece y que pensado en frío, no podrá obtener ni solo con su magia ni solo con su ira.
Instalado en Barcelona y con un espejo que le devuelve la imagen perfecta de unanimidad de elogios y reconocimiento en dosis abundantes, cuando Leo mira, escucha y observa las conclusiones que se obtienen como resultado de sus actuaciones con la camiseta albiceleste, el reflejo es borroso y exagerado.
A nadie amarga un dulce, así como a nadie agrada una crítica. La proporción de reproches comparada con la de elogios es absolutamente menor pero el dolor de no ser absoluto como en Catalunya le resulta intolerable, sobre todo al entorno que nunca está blindado para aguantar los misiles. Messi no sabe lo que significa "la noticia", pero cualquier partido de la selección que lo tiene como actor estelar, automáticamente excede los límites del mero hecho deportivo y se transforma en un fenómeno social. Mucho periodista neófito en la materia, hablará de fútbol y criticará su actuación solo desde el prisma del resultado para no quedarse afuera del hecho trascendente de ese día y esa crítica se replicará en bares y fondas, estadios y teatros.
Al mismo tiempo la comparación entre el "Messi de allá y el Messi de acá" no tiene simetría alguna. El efecto repetición es devastador. Si por cada actuación con la camiseta argentina hay no menos de siete u ocho con el Barcelona, si por cada camino de ripio con el seleccionado hay una alfombra roja azulgrana, la conclusión es demoledora. Suponer que los contextos son diferentes implica un mínimo análisis, pero a menudo la pereza de la crítica facilista resulta el mejor atajo. Entender que un sitio, que no es su país, es su zona de confort y el otro el reino de la improvisación puede volverse incómodo para explicar esas conductas. Entonces se mezcla todo y los argumentos de sus flaquezas futbolísticas, que existen y que son evidentes, se funden con los reclamos por su mutismo ante las estrofas del himno nacional. No todo es igual. No todo debería ser lo mismo.
También es cierto que Messi es parte de esa imagen borroneada que devuelve el espejo de la "argentinidad", porque él nació aquí. Por un lado su inquebrantable espíritu competitivo le renueva la ilusión ante cada nueva oportunidad sabiendo que desde lo estructural el caos sigue en pie, y por el otro lejos está de frenar a los "messistas" que le arman un mundo irreal cada vez que se suma al campamento argentino. Esa dualidad entre querer ser terrenal pero al mismo tiempo gozar a veces de los privilegios, muchas veces exagerados, con los que siempre se mima al mejor, expone su lado más argentino. Ni influir para la presencia del "club de amigos" ni claudicar ante la minoría del "club de enemigos".
Entenderlo como un hombre que necesita de un mínimo orden para poder brillar, sería un buen principio para acercarlo al éxito. Planificar desde el método y no vivir en el reino de la improvisación ayudaría para acercarlo a esa versión que el Barcelona disfruta con alevosía. Cada uno debe hacer su trabajo y Messi también el suyo.
El tiempo pasa para todos y también para él. Sería un pecado, bien argentino, quedarnos con esa imagen del espejo que genera rechazo y el día que nos demos cuenta, ya sea demasiado tarde.
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