En off-side. Munich gana el mundial de las vituallas
MUNICH.- ¿Qué se le puede pedir a una ciudad que no tenga Munich? Una vida cultural impactante, iglesias y palacios magníficos, parques ingleses con casas de té chinas de seis pisos y cuervos importados de Londres, museos y pinacotecas antiguas y modernas, calles para perderse como hay que perderse, cervecerías laberínticas y un río, el Isar, en cuyas playas toma sol la gente y en cuyas aguas transparentes se bañan los niños desnudos entre los patos de cabezas verdes. La próxima vez sería prudente nacer en Munich.
Pero, con todo lo que tiene, Munich no sería Munich si no tuviera su enorme mercado al aire libre. Así como en el mundial de fútbol hemos podido encontrar gente de todas partes, en el Viktualienmarkt de Munich están los frutos, las flores y las frutas, los vinos y cafés, el pescado y la miel del universo.
Es una locura de olores y colores, de sabores y formas cotidianos para otros pueblos, pero que uno jamás ha visto o probado. Es gigantesco, paradisíaco, y está ahí nomás, a la vuelta de la Marienplatz, del otro lado de la Frauenkirche, casi al lado de la casa de gobierno: en pleno centro.
Es una cosa muy normal en Alemania. Cuando, tardíamente y a regañadientes, porque les parecían incompatibles con su salvaje libertad, los germanos fundaron sus ciudades, lo hicieron en torno de las iglesias no por una cuestión de fe, sino porque allí, alrededor de las iglesias, se instalaban los puestos de los mercaderes y negociantes.
Y se instalaban allí porque allí estaban protegidos por Dios y por la Virgen de la insaciable sed de impuestos de los señores feudales. Muy rápidamente los comerciantes llegaron a superar en importancia a los obispos que vivían a sus espaldas y cuando los obispos los fastidiaron mucho los expulsaron, cosa que ocurrió en Colonia y en Worms, en 1073 y 1074.
Aquí nació el capitalismo: los comerciantes se volvieron más poderosos que los príncipes. En una ocasión, Maximiliano I no pudo salir de la ciudad porque los carniceros y los panaderos del mercado, a los que les debía dinero, le encerraron los caballos y se negaron firmemente a devolvérselos hasta que, tras recurrir a los prestamistas, Maximiliano pagó al contado.
Los puesteros del Viktualienmarkt no son los hombres más poderosos del planeta ahora, porque la idea del capital se ha vuelto más complicada. Sin embargo, quien viene de donde viene los ve como gente muy rica: venden caro en Munich, que de por sí es la ciudad más cara de Alemania. Por ejemplo, los huevos se venden por unidad a 26 centavos de euro. Unos 90 centavos cada huevo. ¡Casi once pesos la docena!
Y eso que son huevos comunes. Vayamos a las cosas raras, traduciendo a pesos en el orden de un euro a 3,50. Los cien gramos de Baby Bananen, de Ecuador, cuestan 2,62 pesos. Cada papaya de Hawai, 12,25 pesos. El Jack-Frucht, una especie de ananá tailandés del tamaño de una sandía, que se vende en rodajas, cuesta 6,65 los 100 gramos. Por cada pitahaya vietnamita (una esfera de color fucsia con faldones al tono y carne blanca con puntitos negros, como si fuera granizado de chocolate) están pidiendo más de ocho pesos.
La variedad es infinita. Al lado del ananá más grande hay otros pequeñísimos, del tamaño de una naranja. Además de las minibananas, hay bananas rojas y moradas y negras. Hemos contado hasta 25 clases de tomates. En cuanto a los frutos del bosque, se ven Johanisbeeren blancos, negros y rojos, Heidelbeeren, Erdbereen, Brombeeren, Waldbeeren y Stachelbeeren (alrededor de 20 pesos el medio kilo, en promedio), para no hablar de las mil variedades de frutillas, frambuesas y cerezas.
Por supuesto, las trufas se exhiben como joyas de la exposición, como los diamantes que son, y se venden, en promedio, a diez pesos el gramo.
Uno levita por los puestos de especias, se desmaya en las queserías, vuelve a la vida aleteando fuerte en las pescaderías, que fríen sus mariscos delante de uno como hacía Chichilo en Mar del Plata, y cuenta en el negocio de Stäusse, esta vez con exactitud matemática, 374 clases diferentes de té presentadas prolijamente en filas y en hileras de bolsitas negras y bolsitas rojas.
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En las Metzgerei (carnicerías) se ve bien que es un cuento eso de que en la Argentina la carne está cara. Los cortes de la carne fresca son distintos, pero lo más parecido a nuestros bifes con lomo cuesta nueve pesos. Pero no nueve pesos el kilo: nueve pesos los 100 gramos. El osobuco (igual al nuestro) también se vende por cien gramos, a 4,50 pesos. El kilo de lo que podría ser pechito de cerdo se ofrece a veinte pesos.
En cuanto a las salchichas, importa más la interminable variedad que el precio. Colgaditas de las cuerdas, detrás del mostrador, como bailarinas clásicas haciendo punta en la barra, apelan a nuestro olfato e imaginación con sus nombres bávaros: Weisswürste, Pfefferbeisser, Rauchpertschen, Fränkischegrillwürste
Nadie puede describirlo todo. El Viktualienmarkt es interminable, y en esa infinitud no podía faltar el dulce de leche Chimbote. Qué duda cabe. Un argentino, Miguel Servidio, tiene desde hace diez años su propio puesto en el mercado de Munich y allí ofrece, entre otras cosas y con perdón por mencionar las marcas, té Cachamai en saquitos, vinos varietales San Felipe (23 pesos), Trumpeter (31) y Trapiche Roble (40), galletitas Cerealitas (siete pesos) y bizcochitos de grasa Fantoche a 12,25 pesos, precio que ha sido declarado por los especialistas el precio ganador de la copa del mundo.
Un simpatizante de nuestra escudería festejó el triunfo con estas sabias palabras: "Aguante lo bizcocho "
- Alrededor de las iglesias
Es una cosa muy normal en Alemania. Cuando, tardíamente y a regañadientes, porque les parecían incompatibles con su salvaje libertad, los germanos fundaron sus ciudades, lo hicieron en torno de las iglesias no por una cuestión de fe sino porque allí, alrededor de las iglesias, se instalaban los puestos de los mercaderes y los negociantes.