Otro golpe para Boca: el adiós de pie no evitó una eliminación anunciada y una nueva frustración ante River
Boca debe quedarse con ese final. Con los aplausos y esos cánticos de aliento que le regaló su gente, después de uno de los triunfos más amargos de toda su historia. Una victoria por 1 a 0 sobre River, que lo deja afuera de la final de la Copa Libertadores, pero que le permite ilusionarse con un futuro mejor.
Lo cierto es que la esperanza de Boca se apoyó en cuestiones que iban más allá de lo futbolístico. "Algún día se tiene que cortar esta mala racha", repetían varios hinchas en los días previos al partido de hoy. Como si la era Gallardo tuviera fecha de caducidad y de pronto la rueda estuviera obligada a girar para que la balanza se inclinara para el lado azul y oro.
Pero, aun con el empuje que demostró a lo largo de los 90 minutos, e incluso con ese gol de Hurtado que le puso dramatismo a los últimos 10 minutos, la de anoche era la crónica de una eliminación anunciada. Una más, la quinta, frente a River en cinco años. Que parecía sentenciada desde hace tres semanas, cuando el 2 a 0 en el Monumental le dio una ventaja tranquilizadora a los de Núñez. Porque, ¿cómo hacía Boca -este Boca- para hacerle tres goles a River -este River- y al mismo tiempo evitar un gol rival? De haberse dado, se estaría hablando de una de las mayores hazañas del club de la Ribera. No sucedió. Estuvo cerca. Por eso el reconocimiento de sus hinchas.
Hubo algo que generó entusiasmo. No para remontar la serie, pero sí de cara al futuro. Sabiéndose inferior como equipo, Boca jamás se dio por vencido. Ni aún vencido dejó de intentar. De buscar. Inconexo por momentos, es cierto. Pero con un gran amor propio. Con esa actitud y rebeldía que se le venía exigiendo desde hace meses a un equipo que aprendió rápido a defenderse, pero que no hace daño en ataque. Que perdió gol. Y, más grave, le cuesta una enormidad generar situaciones de gol. Anoche, al menos, tuvo varias situaciones claras: el que le anularon a Salvio por una mano previa de Mas, dos cabezazos del propio lateral izquierdo, la pifia de Enzo Pérez que sacó con lo justo Armani y el mano a mano de Ábila al minuto del segundo tiempo. El tanto de Hurtado fue un premio a ese esfuerzo.
El equipo de Alfaro cayó de pie. Y se fue aplaudido por su gente, que le reconoció eso, más allá de la nueva frustración. De esa acumulación de derrotas frente a River que hacen cada vez más pesada la mochila. De hecho, sorprendió el nerviosismo con el que jugó Andrada, líbero en gran parte del encuentro, apurándose por demás en algunas salidas del área.
El golpe es duro. Durísimo. Cuando todavía no había terminado de ponerse de pie tras el nocaut que significó la derrota en Madrid, hace apenas 10 meses, el equipo xeneize vuelve a besar la lona, noqueado otra vez por River. Como si el club no pudiera salir de un constante y enfermizo loop: derrota ante el clásico rival, reconstrucción, resurgimiento, y otra vez derrota ante el clásico rival para reiniciar la rueda. Desesperante.
Esta nueva eliminación pondrá a prueba los cimientos que intentó colocar Nicolás Burdisso como director deportivo a comienzos de este año, y entre los cuales no solo aparece él como una pieza importante, sino también el entrenador elegido, Gustavo Alfaro.
Claro que sería muy extraño que se tome alguna decisión determinante de cara al futuro en los próximos días. Las elecciones que habrá en el club en la primera quincena de diciembre ofrecen la excusa perfecta para postergar cualquier definición. No será Daniel Angelici quien decida la continuidad o el despido del mánager o del entrenador, sino su sucesor. Sería repetir el mismo error si toda la evaluación de ambos se reduce a esta serie perdida.
Lo que sí queda en evidencia es que no eran responsabilidad exclusiva de un grupo de futbolistas las continuas derrotas contra River. En el equipo ya no están ni Pablo Pérez, ni Fernando Gago, ni Wilmar Barrios, ni Nahitan Nandez, ni Cristian Pavón, ni Darío Benedetto, por solo citar algunos jugadores que formaban parte del plantel que perdió la final de la Libertadores 2018. La renovación de nombres que tuvo el club tampoco fue suficiente. Y no solo por el resultado final, sino porque tampoco convencen las formas. De hecho, después de las eras de Juan Román Riquelme y Martín Palermo, probablemente el N° 10 y el N° 9 más importantes de la historia azul y oro, hoy la máxima figura del equipo es Esteban Andrada, su arquero. Cuanto menos, curioso.
Carlos Tevez también será un actor fundamental en los próximos meses. El hombre que en enero fue signado como el abanderado de la reconstrucción boquense, perdió la titularidad e incluso la ascendencia sobre el plantel. Sin embargo, tuvo su última gran oportunidad anoche. Inesperadamente fue titular en el partido más importante de año para Boca. Y otra vez desafinó. Estuvo entre los 11 solamente por todo lo que Tevez fue y no por lo que hoy ofrece dentro del campo de juego. Solo él, y la próxima dirigencia, sabrán si el de ayer fue el último superclásico del Apache o no.
La obsesión de Boca por la Copa Libertadores dejó de ser un sueño por culpa de su peor pesadilla: el River de Marcelo Gallardo. Y tendrá que volver a ponerse de pie, para armarse mejor y aguardar una nueva chance para, de una vez por todas, dar vuelta una historia adversa, que ya lleva cinco años y que parece interminable.
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