Abierto de Palermo: el otro partícipe de las 12 finales La Dolfina vs. Ellerstina, que puede enojar a los jugadores
En un lugar donde la mayoría se paralizaría por el miedo, él disfruta. Desde hace 20 años, Gabriel Lencina adorna estoicamente la escenografía de los mimbres que dan hacia la avenida Libertador en cada partido del Abierto de Palermo de polo. Cubierto con un casco blanco, lentes espejados y una pechera gruesa que protege su tronco al estilo de un arquero de hockey, el "Negro" realiza su trabajo de banderillero y es quien más tiempo lleva haciéndolo en el Campeonato Argentino Abierto.
Lencina es referente de un oficio tan riesgoso como poco reconocido en el glamoroso ambiente del mejor polo del mundo. Para quienes lo observan desde la lejanía de las tribunas, es el loco que agita enérgicamente una banderita roja cada vez que la bocha pasa entre los mimbres para transformarse en gol. Tan simple como eso. Sin embargo, para los polistas y los conocedores del deporte, su rol es determinante, a veces casi tanto como el de los jueces que cabalgan sobre el césped de La Catedral. "Nosotros jugamos una parte importante del partido. Un error nuestro puede costarle el partido a un equipo. No podemos equivocarnos", explica para LA NACION, apenas comienza a desandar su historia y los gajes de su oficio.
Querido por los polistas del Abierto, el Negro Lencina cuenta con un mérito reservado para pocos: ser partícipe en las 11 finales que sostuvieron, desde 2005, La Dolfina y Ellerstina en Palermo. Algo que lograron apenas cuatro protagonistas: Adolfo Cambiaso, Pablo Mac Donough y Facundo y Gonzalo (h.) Pieres. "A lo largo de estos años vi muchos partidos cargados de emoción, pero ninguno tan especial como los de ellos. La pica polística que se tienen ambos equipos los lleva a jugar con una intensidad y una jerarquía que embellecen el polo", explica Gabriel, que este sábado dará el presente en la 12ª definición palermitana entre los clubes de Cañuelas y General Rodríguez.
La historia de Lencina y su tarea de banderillero, que se completa con la reposición de la bocha sobre la línea para los saques de fondo, caminan a la par de la serie de cruces que Cambiaso y los Pieres animan en definiciones del Argentino. Hay uno de esos choques que lo marcó: la espectacular final de 2005. ¿Por qué? Cuando el partido comenzaba a tomar temperatura, en el quinto chukker, Adolfo Cambiaso tiró al arco desde lejos y la bocha pegó en la bandera de arriba del mimbre izquierdo (el derecho para Gabriel). ¿Gol? No. Lencina, sin dudar, marcó que la bocha había salido por fuera del arco, a pesar de los reclamos y enojos de los hombres de La Dolfina. Minutos más tarde, Adolfito tuvo revancha y con una escapada furibunda e inolvidable tras una mala ejecución de un penal de media cancha de Matías Mac Donough, selló 20 a 19 consagratorio. "Ese día se me enojó hasta Maradona, que estaba en los palenques de La Dolfina. Pero no convalidé el gol porque la bocha dio en la banderita y salió afuera", se justifica Gabriel.
A veces su labor no es tan sencilla como lo parece. Porque si bien los mimbres tienen 3 metros de altura, el arco se extiende verticalmente hacia el infinito y en ocasiones es difícil discernir si la bocha pasó entre la línea imaginaria que los postes proyectan. Y hay riesgos: estar bien ubicado para señalar un gol implica a veces esquivar una tropilla que viene a toda velocidad. "La gente piensa que corremos para que no nos golpeen, pero lo hacemos para tener una mejor ubicación. El secreto es estar bien parado; por eso corremos. Si uno tiene miedo, no sirve para ser banderillero. La clave en este oficio es esperar la jugada hasta último momento, no dudar y ser decidido", cuenta Lencina, que desde siempre ocupa el sector de los mimbres que dan a Libertador.
A los 41 años, sabe de privaciones y de cambios. Pero también de sacrificios y de lucha. Hijo de padre chaqueño y madre misionera, aprendió el oficio a los 8 años, en el club Los Indios, de San Miguel. Pero recién a los 19, cuando llegó a Palermo, lo tomó con mayor responsabilidad y entendió que podía ser una manera digna de ganarse la vida, luego de probar con la venta callejera, changas de pinturas y trabajos de jardinería. "Empecé de chico en el club del Ruso Heguy. Al principio era por la Coca. Ganaba tres pesos por partido, pero era chico; para mí eran un montón, y me gustaban los caballos", recuerda Lencina. "Después, en 1999, entré a trabajar en la AAP y un día faltó un banderillero. Como sabían que tenía esa experiencia, me pusieron. Anduve bien y no largué más", agrega quien, agradecido, no duda de resaltar que Eduardo Heguy es el mejor polista al que vio jugar.
Cuando se le pregunta por qué desde hace 20 años ocupa el mismo lugar en la cancha 1, da una explicación que deja en evidencia su resignación y su sociabilidad: "Cuando empecé en esto me mandaron al arco de Libertador para que pagara el derecho de piso. Nadie quería venir a este sector, porque sol da de frente durante todo el partido y uno se cocina. Pero me encanta estar acá, porque estoy más en contacto con la gente".
En el Argentino Abierto hay tres banderilleros. Lencina y Julio Gutiérrez son los más experimentados y los responsables de los partidos en la cancha 1. Carlos Vera, el más joven, se encarga de los encuentros en la cancha 2, junto a uno de aquellos dos, que van turnándose. Entre los tres reinan la buena onda y la solidaridad, y muchas veces se alternan para poder descansar. "Uno lleva varios años en esto, por eso trato de guiarlos y enseñarles algunas mañas del oficio, para que se equivoquen lo menos posible. Esto no se aprende en una universidad, pero obliga a estar al tanto del reglamento y a ser despierto para resolver algunas situaciones complicadas. Cuando agitamos las banderas debemos estar seguros", cuenta con voz de líder Gabriel Lencina, un personaje que cada vez que agita el año rojo no pasa inadvertido en La Catedral del polo.
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