Ajedrez. Póquer de reyes
Desavenencias entre la FIDE y los jugadores agudizó el cisma que afecta al ajedrez hace más de una década; cuatro maestros se disputan un reino anárquico en el que todos mandan y nadie gobierna
Acaso se trate de una historia con final abierto; probablemente, la intransigencia de los protagonistas convierte en incierto su desenlace.
Hace algo más de una década que el mundo de los trebejos convive con un profundo cisma; la Federación Internacional de Ajedrez (FIDE), a través de su titular el calmuco Kirsan Ilyumzhinov ejecutó con precisión maquiavélica el movimiento "divides y reinarás" con el que atomizó el poder de los campeones mundiales y la jugada despertó fobias.
Así cuatro maestros, el búlgaro Veselin Topalov (campeón mundial FIDE 2005), el uzbeco Rustam Kasimdzhanov (campeón mundial FIDE 2004), el ruso Vladimir Kramnik (campeón mundial oficioso) y el azerbaijano Garry Kasparov (todavía N° 1 del mundo, pese a su retiro de la práctica profesional) integran el Póquer de Reyes de un reino anárquico en el que todos mandan y nadie gobierna. Ahí nace la trama.
A fines del siglo XIX, en una pequeña sala de un club de Nueva Orleáns, el austríaco Wilhelm Steinitz y el inglés Johannes Zukertort disputaron un match que determinó al mejor ajedrecista de la época. Con el último jaque mortal, Steinitz, intempestivamente, se subió sobre la mesa de juego y sin rubores pregonó: "¡Soy el campeón mundial!" ,y nadie lo contradijo; corría 1886 y surgía el primer campeón "oficial" de un juego con más de dos mil años de historia.
Con la creación de la FIDE, en 1924, el ajedrez logró el marco legal para avalar los matches por el título mundial; y tras la muerte del campeón, Alexander Alekhine, en 1946, la FIDE también se encargó de la organización de los mundiales.
El primer sobresalto llegó en 1975 cuando por desavenencias con el organismo rector, el norteamericano Bobby Fischer fue despojado de su corona y por primera vez un campeón perdía un título mundial fuera del tablero.
En 1993, otra vez una jugada pateó el tablero; Garry Kasparov pagó con la pérdida de su título mundial sus diferencias con la cúpula de la FIDE. Mientras Ilyumzhinov conservó el poder de la corona oficial organizando diferentes certámenes anuales por la disputa del título mundial, Kasparov se unió con empresarios que apostaron a la creación de distintas asociaciones oficiosas para darle batalla a la FIDE. Así nacieron y murieron sucesivamente: Professional Chess Association (PCA), World Chess Council (WCC) y Brian Games Network (BGN).
En 2000 cuando Kasparov perdió por primera vez un match; su rival y antiguo discípulo Vladimir Kramnik se convirtió en el campeón mundial de oficio. Con la ida del rey Kasparov el grupo empresarial del Campeonato Mundial Clásico, perdió popularidad y marketing. Kramnik -el campeón- se quedó solo, sin rivales, al frente de una asociación sin jugadores. Desde entonces actúa como rey y esclavo de un mismo reino. Un verdadero dislate.
Mientras tanto con las ausencias de Kasparov, Anand y la de todos los maestros de origen judío, la FIDE organizó en territorio libio, bajo el control de Muammar Khadafy, el Mundial de 2004, del que surgió el 17mo. campeón oficial, el uzbeco Kasimdzhanov. Un hombre obediente al poder de la FIDE, que fue incorporado al establishment de la federación internacional con un cargo en el Comité. Había que asegurarse el control del título.
Ya en 2005, sin Kasparov a la vista, el búlgaro Topalov se consagró en San Luis en el 18vo. campeón oficial; la ausencia de algunas figuras como, Ivanchuk, Shirov, Kramnik o Ponomariov (el 16to. campeón, marginado de la prueba por sus diferencias con Ilyumzhinov) empañó el bruñido título conquistado, merecidamente, por el búlgaro, el último rey.
Así un póquer de reyes, débiles y divididos, se enfrenta al poder de la FIDE que con mejores cartas amenazó, unilateralmente, con poner fin al cisma en 2007.
En tanto, aficionados y entendidos añoran un viejo recuerdo: el del recitado de los campeones mundiales que como un borbollón partía, casi mágicamente, de la memoria; distante de los tiempos modernos, en los que con la proliferación de ignotos reyes, el olvido de sus nombres puso en jaque a la historia.