Por favor, basta ya de hacer trampa
Ayer por la tarde recibí de visita a un colega inglés fanático del fútbol, que me saludó atónito por lo que estaba viviendo. "¡Cómo están todos aquí, dándole con un caño a Passarella y a la selección! ¿Tu qué opinas de la eliminación argentina?", me abrazó.
Pensé: "Claro, este hombre viene de un país cuyos hinchas viven el fútbol de manera más fría, a punto tal que miles de ellos recibieron con una ovación a su equipo en el aeropuerto luego de que quedara eliminado nada menos que por los fastidiosos argies. No entiende que aquí, cada cuatro años, estamos un mes -o lo que duremos- pendientes de la actuación de nuestros once, que un partido nos cambia el humor, que..."
Desempolvé un montón de excusas más. Pero después de haberlo despedido con una respuesta de ocasión, sus comentarios despertaron en mi cabeza un torrente de ideas que la frustración del sábado habían sepultado en el subconsciente.
Dos días después de la eliminación, me doy cuenta que lo que más me molesta de habernos quedado afuera del Mundial no fue el penoso trámite del partido, ni la superioridad del rival, ni el tímido planteo de nuestro técnico: lo que más me irrita es lo que ocurre ahora mismo, lo que veo por TV desde hace tres días en forma ininterrumpida en todas las cadenas extranjeras y desde todos los ángulos posibles.
Digámoslo ya: me molesta la imagen que recorre el mundo de otro argentino con la número 10 procurando sacar ventaja en forma ilícita para ganar un partido, fingiendo un penal inexistente, lisa y llanamente haciendo trampa. Me aterra pensar qué estaría diciendo el mundo si hubiéramos ganado ese partido con otra "ayuda de Dios". Y lo que es peor. Más me indigna que el propio involucrado jure una y otra vez, como si todos fuéramos ciegos y desautorizando el veredicto de la precisa radiografía televisiva, "que fue penal". No escuché de su boca autocrítica alguna, ni la palabra "perdón", no para mí o para usted sino hacia el simple hecho de mantener su fraude. Sólo interpreto que si dice que no le cobraron el penal es porque cree que la culpa la tiene el árbitro. Argentinada típica: la culpa siempre es de otro.
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Ahora viene a mi mente otro inglés, esta vez el jugador rubio Beckham, aquel que se hizo expulsar tontamente tirándole una patada a Simeone en los octavos de final. Ese volante apuesto y popular era hasta hace poco un hombre de educación sencilla al que -según admitió- el pasaje al fútbol profesional le significó cambiar una vida de compañías promiscuas a un noviazgo con una despampanante Spice Girl y a una cuenta bancaria millonaria.
Pero ni tan precaria formación ni el fulgurante ascenso al estrellato le impidieron, sin embargo, reparar en que debía una disculpa. Apenas pisó territorio británico, pidió perdón a sus compañeros, al cuerpo técnico y a los hinchas ingleses, "porque sé los daños que ha causado mi error a las posibilidades del equipo y al fútbol de nuestro país", dijo. Orígenes humildes, situaciones similares, pero actitudes diferentes. Qué vergüenza da cuando la hidalguía sí reconoce fronteras.
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