Es loable estar en lo más alto, pero no hay que descuidar la esencia
Vayamos ocho años atrás. Al otoño de 2011. Los Pumas no tenían competencia regular de alto nivel (sólo la regional del Sudamericano) y a la preparación con vistas a la Copa del Mundo de esa temporada en Nueva Zelanda se empezaba a sumar a los jugadores que estaban en Europa un grupo que llegaba desde el plan de Alto Rendimiento (Pladar en ese entonces) y de becas instaurado en 2009, y que formaba parte de Pampas XV, el equipo al cual Sudáfrica invitó a participar de un torneo interno de cuarto orden, la Vodacom Cup. Nueve de ellos quedaron en la lista de 30. Una de las notas más salientes del cambio de paradigma que empezaba la UAR después de más de un siglo era que Santiago Phelan se había convertido en 2008 en el primer entrenador pago full-time del seleccionado. Transcurrió menos de una década y el rugby argentino muestra en el plano internacional una foto totalmente distinta.
La certeza de que un nuevo equipo, Jaguares XV (lo que hoy es Argentina XV), participará desde este año en la segunda división de la Currie Cup, la competencia más antigua de Sudáfrica, la que viene por debajo del Super Rugby, viene a cerrar una importante porción del plan de la UAR que fue anunciado por LA NACION en una nota publicada el 9 de noviembre de 2017. Desde el 6 de julio y al menos casi hasta mediados de agosto –si llegara a la final será hasta el 31–, la Argentina tendrá a unos 60 jugadores, la mayoría de ellos con contrato con la Unión, disputando casi simultáneamente dos torneos: Pumas en el Rugby Championship y Jaguares XV en la Currie Cup. De ese número, que podrá ser mayor si decide convocar a los que están en Europa, Mario Ledesma podrá disfrutar de más variantes para el armado de la lista de los que irán un mes después a la Copa del Mundo de Japón.
Ha sido vertiginoso, veloz y categórico el camino del rugby profesional en la Argentina. Después de Nueva Zelanda 2011, los Pumas debutaron en 2012 en el Rugby Championship; en 2016, tras Inglaterra 2015, los Jaguares ingresaron al Super Rugby, en lo que se convirtió en la primera franquicia de la historia; ahora, en otro período mundialista, se concreta lo de Jaguares XV en el segundo escalón de la Currie Cup. A ello hay que agregarles a los ya rentados en Pumas 7 y a los juveniles que van siendo captados por las ahora Academias y que tienen un primer paso con los Pumitas. El recorrido tuvo un aliado primordial, el mismo que abrió el camino internacional en 1965: Sudáfrica. Siempre el kick-off a estos nuevos emprendimientos fue en la tierra de los Springboks.
La UAR ha ido a fondo con su voluntad de ser una potencia mundial del rugby. Viene trabajando intensamente hacia ese faro y alcanzó importantes objetivos en poco tiempo si se toma en cuenta de dónde se venía y en dónde se vive. Y alrededor de todo esto se lleva adelante al mismo tiempo un abanico de actividades domésticas (cursos, capacitaciones, charlas) en pos de fortalecer el juego.
Es loable para un deporte tener esa cara más visible en lo más alto de la escena. Pero este es un juego que va más allá de eso. En los cientos de clubes del país existen miles de personas que ni se asoman al alto nivel, pero que encuentran en el rugby un lugar para hacer amigos, divertirse y, sí, jugar un partido y querer ganarlo. Ese espacio parece haber perdido lugar en las prioridades de la dirigencia nacional, volcada casi de lleno a darle alas al profesionalismo. Es necesario que a ese núcleo que es la base de todo no se lo abandone y que se lo apuntale. Porque, se sabe, las academias, los seleccionados, los contratados y demás partícipes de la factoría rentada siguen siendo una parte mínima del eslabón.