Mundial de rugby. Eddie Jones, el revolucionario que llevó a Inglaterra a dar el gran golpe sobre los All Blacks
Una escena de este Mundial retrata lo que significa en el planeta rugby el entrenador del seleccionado de Inglaterra, Eddie Jones. Cuando las cámaras lo enfocaron a través de las pantallas gigantes del Tokyo Stadium, una silbatina general envolvió el ambiente en medio del partido Gales-Wallabies. La gorra con la visera bien baja no pudo disimular que se trataba de Eddie Jones, el hombre que más controversias genera en el mundo del rugby afuera de las canchas. Los australianos no lo quieren luego de la traumática salida que tuvo de su seleccionado en 2005; los galeses tienen el mismo motivo porque dirige a Inglaterra.
Jones tomó la conducción de Inglaterra no bien los inventores del rugby quedaron eliminados en la primera rueda de la Copa del Mundo celebrada en su país, en 2015. Venía de dirigir a Japón, que en ese torneo dio el gran golpe al ganarle a los Springboks –por los televisores de los bares de aquí siguen repitiendo aquel try en la última pelota- y que quedó a afuera por diferencia de tantos, especialmente porque tuvo que jugar el encuentro decisivo con Escocia tres días después de la batalla con los sudafricanos. En 2003 llegó a la final con Australia –perdió con Inglaterra- y en 2007 fue ayudante de Jake White en la conquista de los Boks de su segundo título mundial. Le sobran pergaminos. Y aunque suele ser criticado por su forma de ser, nadie se anima a cuestionar ni un ápice sus condiciones de entrenador.
Esta Inglaterra que acaba de dar el golpe ante los All Blacks es un equipo moldeado por Jones. El australiano apeló a la historia grandiosa del seleccionado de la Rosa –el orgullo, la dureza física, la inteligencia- para potenciarlo desde esas bases. Para ello, tomó medidas inmediatas. Cambió el capitán y armó el enroque que todavía mantiene en el campo con muy buenos resultados: George Ford de 10 y Owen Farrell de 12. Pero, sobre todo, armó un plantel que sabe exactamente qué hacer en cada segundo del partido y en cada centímetro de la cancha. Inglaterra es un reloj. Aunque, claro, no es perfecto.
Está claro que los ingleses llegaron aquí con el cartel de ser los grandes candidatos a cortar la hegemonía de los All Blacks. La mayoría apostaba por una final entre ellos: chocaron antes, pero fue casi una final. La Rugby Football Union contrató por primera vez a un entrenador extranjero porque quiere que la William Webb Ellis vuelva a su país. Para ese objetivo, Jones dispone del presupuesto más alto que hay en el rugby profesional. Y el australiano lo aprovecha al máximo. Ha viajado para ver a Pep Guardiola y aprender del uso del pie; se metió dentro del Tour de Francia para interiorizarse de los trabajos de resistencia de los ciclistas e incorporó técnicas del béisbol y del fútbol americano.
Jones, nacido en Tasmania el 30 de enero de 1960, también hace especial hincapié en la preparación mental que debe tener un equipo en el alto rendimiento. Sostiene que hay que entrenarla diariamente y también cultivarla con darle tiempo libre a los jugadores para que se nutran de los estudios y de los viajes. El australiano sufrió un ACV en 2013 y dijo haber padecido su desvinculación tras cuatro años en los Wallabies.
"Sabíamos que había que ser dominantes en la línea frontal, no darles tiempo ni espacio. Lo hemos conseguido. Eso ha provocado varios errores de los All Blacks y nos ha dado unos rebotes favorables. De hecho, nuestro mejor ataque ha sido nuestra defensa. Generamos oportunidades a través de nuestra defensa para atacar. Estoy muy contento por los jugadores. Han trabajado realmente duro para llegar donde están. Han hecho un enorme partido de rugby", dijo Jones tras la victoria en la semifinal
Suele provocar afuera de la cancha. Le gusta eso. Minimizó en ese terreno la llegada de los Jaguares a la final del Súper Rugby. La Inglaterra de Jones es granítica, que lastima cuando lo lanza a Billy Vunipola y a Manu Tuilagi, los dos que suelen ir de punta para romper las defensas, y el resto barre y despliega. Es un rival clínico, destructivo. La fortaleza que armó Eddie Jones avisa que quiere el título. Derrumbó nada menos que a los bicampeones mundiales.
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