El test-match contra los All Blacks. Otra aventura
Con el objetivo de evaluar las fortalezas propias contra una de las potencias, los Pumas se medirán mañana, a las 4.30 de Buenos Aires, ante el poderoso seleccionado neozelandés
HAMILTON, Nueva Zelanda.– Al ingresar en el campo del Waikato Stadium, la primera impresión es rotunda: ¡qué grande es! Pero el comentario no es en relación al tamaño de las tribunas, sino a lo ancho del terreno. El aspecto de la cancha de los Chiefs (una franquicia del Súper 12) es muy diferente de la de 1997, cuando los Pumas también pasaron por aquí y entonces llamada Rugby Park. Son otros tiempos, otra la situación, hay caras nuevas… Lo que permanece inalterable –una percepción de siempre– es la sensación de incertidumbre sobre lo que puede suceder. Ningún antecedente sirve de referencia. Ni siquiera el último choque entre ambos, en River, en 2001, cuando en el instante final se escapó lo que podría haber sido una victoria memorable.
Los jugadores repasaron en una de las sesiones de video una versión reducida de aquella actuación, pero el aporte alimentará la motivación, nada más. Porque mañana, a las 4.30 del sábado de Buenos Aires (las 19.30 de Nueva Zelanda), cuando se patee el kick-off del test N° 16 de la historia entre los Pumas y los All Blacks, comenzará a rodarse una nueva aventura, de la cual sólo se sabe que se tratará de una lucha dispar, a partir de la consideración de la esencia de los equipos.
Sería una imprudencia pretender comparar fortalezas, pero el alto riesgo también plantea un desafío: hacerse respetar por uno de los más poderosos.
Retumba la voz de Nicolás Fernández Miranda, ante unos pocos testigos. El N° 9 imparte las órdenes, marca las jugadas y los Pumas obedecen. El habitual reconocimiento del escenario se hace con naturalidad, pero en el ambiente se empieza a sentir la tensión. Nadie dice nada, trabajan concentrados. Se acerca la hora del test y la sensación es inconfundible. Eso nunca cambia; ni la experiencia logra aplacar la ansiedad. Falta poco para la prueba más exigente que un rugbier argentino pueda tener. Eso provocan los All Blacks.
Confluyen muchas razones, que van desde la misma genética de los jugadores, atletas especialmente preparados para ejecutar un rugby de una resistencia física al límite de lo imaginado y ubican al seleccionado argentino en inferioridad de condiciones. Además, el estado actual no es el más propicio: por el recambio y el grupo de hombres que no están disponibles. Eso es innegable, pero la presencia de limitaciones no significa que haya que escaparle a la responsabilidad. Enfrentar a los neozelandeses es, en sí misma, una oportunidad inmejorable para aprender.
Los propios jugadores lo reconocen permanentemente: "Siempre queremos jugar contra los mejores. Nos obliga a superarnos", repiten invariablemente. Ahí, la mejor respuesta a cuestionamientos tales como: ¿sirve jugar ante los All Blacks? ¿Es conveniente?
Al comprender el abismo que los distancia, sólo queda puntualizar cuáles son las premisas por cumplir, si el objetivo es no ser víctimas del sometimiento. Para que la Argentina obtenga algún tipo de beneficio –eso no significa ganar– es prioritario resistir desde la defensa, el control de la pelota y el convencimiento de que no es posible tener la mínima distracción. Tampoco se pueden repetir los cabildeos que existieron ante Gales, porque con los Kiwis enfrente las consecuencias pueden ser lapidarias.
Como se expresó desde que comenzó la era pos-Mundial 2003, en la cual se dará un profundo recambio y con fecha de vencimiento en la próxima cita (Francia 2007), para los dirigidos por Marcelo Loffreda lo correcto es evaluarse hacia adentro e intentar dar lo máximo, sin contemplar demasiado al adversario.
Este plantel está con una imperiosa necesidad de desarrollarse, de ejercitar virtudes, de dar cabida a nuevos valores… En fin, de evolucionar, pensando en el futuro. Por eso, ésta es una etapa de siembra; la cosecha se recogerá más adelante.
Esas son las reglas con las cuales hay que medir en estos tiempos los pasos del conjunto nacional. Se reconocen, también, los contratiempos, pero los reclamos pasarán, exclusivamente, por el funcionamiento propio, por la consistencia estructural. El resultado, excepto que sea catastrófico y obligue a otra mirada, pondrá en evidencia las cuestiones por apuntalar y hasta puede destacar atributos, pero de ninguna manera será determinante para hacer un juicio sobre la suerte de los Pumas.
Aún no es tiempo para eso, y tampoco se dieron las circunstancias para que así sea. Históricamente, en la entereza anímica se encontró el secreto para las proezas Pumas. Ese es el patrimonio que jamás hay que olvidar y que mañana requerirá de la mayor vigencia.
La Argentina
En tres oportunidades los Pumas visitaron la ciudad de Hamilton, pero en ninguna de sus actuaciones lograron festejar. El primer antecedente fue el 25 de julio de 1989, en la derrota ante el combinado provincial de Waikato, por 30-12; en dicho encuentro estuvo presente el coach Marcelo Loffreda como capitán. Luego, la Argentina jugó el 24 de mayo de 1987, en el primer partido de la rueda clasificatoria de la primera Copa del Mundo; ese día, Fiji sorprendió a los Pumas, venciéndolos por 28-9. Y la última experiencia ocurrió el 28 de junio de 1997, con el traspié por 62-10 en el segundo test-match contra los All Blacks.
Nueva Zelanda
El seleccionado neozelandés utilizó solamente tres veces la ciudad de Hamilton como sede de sus tests. Lo singular del caso es que los Hombres de Negro jamás perdieron en esta localidad del estado de Waikato. Es más: siempre superaron la barrera de los 50 puntos y en todos los casos apoyaron 8 conquistas, como mínimo. Los encuentros citados fueron los siguientes: el 28 de junio de 1997, Nueva Zelanda 62 v. Los Pumas 10 (marcaron 9 tries y el mendocino Roberto Grau anotó uno); el 8 de junio de 2002, Nueva Zelanda 64 v. Italia 10 (lograron 9 tries y recibieron uno), y el 21 de junio de 2003, Nueva Zelanda 55 v. Gales 3 (registraron 8 conquistas).
lanacionar